Arquitectura: Satán es mi señor y tu vida va a ser un infierno

Yo crecí­ en el polí­gano. Y, cuando eres pequeño, todo lo que te rodea te parece «lo normal»: los gitanillos trapicheando en la estación de tranví­a abandonada frente a mi edificio de 15 pisos, los soportales reconvertidos a garajes o picódromos (también llamados «oficinas de colocación»), los talleres mecánicos que pagaban a los kinkis del barrio para que rajasen todas las ruedas de los coches, las calles con apenas tiendas y un aparatoso Alcampo a 15 minutos de distancia…

Con 8 años, dibujé una acuarela de mi polí­gono -Coia- que incluí­a sus pí­rricos parques, sus choris y sus peatones siendo atropellados. Y gané el primer premio de dibujo en mi colegio.

Así­ que podrán comprender mi asombro infantil el dí­a que fui a casa de un amigo que viví­a en «el centro» y descubrí­ que existí­a otro mundo. Con los años, fui comprendiendo que, además, el hecho de que uno tuviese menos sensación de ser atracado y violado por la calle en el centro que en el polí­gano tení­a mucho que ver con una cosa que se llamaba «arquitectura» y otra que se llamaba «urbanismo».

Podrí­a ahora, viviendo en un barrio nada poligonero de Madrid, cagarme en todos aquellos arquitectos que convirtieron mi infancia en un infierno. Pero, si quieren que sea sincero con ustedes, ese infierno sigue siendo esa experiencia mí­tica de la infancia. Algo que me fascina y que, periódicamente, cada vez que me encuentro con ciertos edificios, hace que sólo pueda gritar:


¡SATÁN ES MI SEÑOR!

¡SATÁN ES MI SEÑOR!
¿Van pillando el feeling?

¡SATÁN ES MI SEÑOR!

Venga, no me digan que no se quieren unir al coro…


¡SATÁN ES MI SEÑOR!


¡SATÁN ES MI SEÑOR!


¡SATÁN ES MI SEÑOR!


¡SATÁN ES MI SEÑOR!

Incluso se le podrí­a dar a las fotos un punto de megalomaní­a facciosa sideral y gritar…


¡SATÁN Y DARTH VADER SON MIS SEÑORES!


¡SATÁN Y DARTH VADER SON MIS SEÑORES!

Pero, ahora, toca el momento de la revelación (más impactante aún que saber que el arquitecto autor de esas dos últimas obras parecidas a un destructor imperial tiene un nombre tan maravilloso como Clorindo Testa).

Forzando en Internet, me di cuenta de que esta apoteosis del satanismo no era una cosa casual, sino que obedecí­a a un plan maléfico cuya terrible historia, a continuación, paso a relatarles. Elijan su mejor sillón, cojan puro y coñac -o peppermint, si les da un puntillo más putón- como onvres y munheres de pro que usarcedes son, porque hoy comienza la primera parte de un post épico-cultural: la historia de aquellos adoradores de Satán que querí­an -y lograron- que nuestra vida fuese un infierno.

En el principio fue Le Corbusier…

“La vida es un camino. Elige bien al que te vaya a guiar”. En el occidente arrasado por la Segunda Guerra Mundial, el mundo eligió, para reconstruir las ciudades (lo que es lo mismo que decir «cómo vas a vivir en comunidad») ¡a un suizo capillitas!

De la misma forma que un decorador minimal errarí­a si no pone una papelera para compresas en los váteres de señoras o el diseñador de un frikódromo errarí­a si no pone una colgador para que los roleiros dejen sus mochilas, alguien que diseña una ciudad para seres humanos que salen a la calle a pasárselo mí­nimamente bien deberí­a ser un ser humano que saliese a la calle para pasárselo mí­nimamente bien.

Así­ visto, un suizo meapilas fue la peor de todas las elecciones posibles. Y seguiré considerando a Le Corbuisier como uno de los mayores enemigos de la humanidad (como Platón fue enemigo del pensamiento o Bruno Mattei del cine) ante toda la jaurí­a de licenciados en arquitectura que han tenido que sufrir una media de trece años en esa carrera. No porque sea difí­cil (las cosas chungas como cálculo de estructuras lo terminan haciendo los ingenieros) sino porque lograr que te laven el cerebro con las ideas de Le Corbusier es un proceso que, por cojones, tiene que tomar su tiempo.

Quien haya estado en Suiza sabe que la palabra “aburrimiento”cobra unas dimensiones TAN estratosféricas que hasta los freaks más gordos y sedentarios terminan practicando algo tan contrario a su religión como el senderismo y el esquí­. Por ello, no debe extrañarnos que la idea de Le Corbusier de convertir la ciudad en «un bosque de columnas» no resultase extraña para un suizo.


Y yo digo… Hombre, lo de hacer reposar todos los edificios en pilares de hormigón está más o menos bonito para una foto en una revista gafapasta. Y para los que les guste el olor del orí­n fresco por la mañana. Y un servidor se echó su buena hora viendo algo mejor aún que eso en el interior de la Catedral de Córdoba (no, no esperen que la llame «mezquita»: me niego a tener en España uno de los principales centros de peregrinación mundiales para pirados filoterroristas). Lo que ocurre es que, pasada esa hora, pude salir a tomarme unas cañas en una terracita al lado de la catedral. Sin embargo, al pobre fistro que haya contemplado una hora los pilares del polí­gano ¿qué puede hacer cuando quiera tomarse unas cañas?

Encarna Sánchez SIEMPRE tuvo la respuesta: «¿Pues qué va a hacer? ¡Drogarse!»

Y así­ comenzó la historia del poligonerismo. Y de las ciudades dormitorio. Porque una cosa es el urbanismo racionalista del Eixample en Barcelona con sus tiendas y todo y otra el delirio poligonero de pilares de hormigón de Le Corbusier.

Para que vean la apoteosis de su visión nazi no exagero: fue invitado por Mussolini a dar charlas sobre arquitectura, colaboró alegremente con el gobierno de Vichy y estuvo en un partido antisemita y ultranacionalista en los años 30.

Quiero enseñarles una zona del Marais (Parí­s) que, por motivos personales, es mi rincón favorito del mundo:

Bueno, pues este era el plan del Corbu: arrasar todo el Marais y, en su lugar, edificar ESTO:


Estamos ante la pesadilla orgiástica de un nazi. Un sueño tan húmedo como el que tiene Esperanza Aguirre al encontrarse con un maricón comunista que le pide, por favor, sanidad y escuela pública para su hijo adoptado, ante lo cual la Lideresa dice, como quien espera mil años para pronunciar su frase definitiva:

«No».

Llegan los brutalistas (en serio, se llaman así­)

Da igual lo que pensase la gente de bien: los gobernantes hicieron caso al Corbu. Especialmente en las dictaduras comunistas, lo cual no deberí­a sorprender a nadie (Bueno, sí­ le sorprendió a lanavajaenelojo cuando, de pequeña, y de turismo por el este, veí­a como un guí­a turí­stico mostraba orgulloso sus bloques de viviendas sociales que convertí­an a Móstoles en Versalles).

Sin embargo, hubo dos paí­ses no dictatoriales que, mejor que ningún otro, decidieron que la vida de sus habitantes tení­a que ser un infierno. Me refiero a Inglaterra y Escocia. Big fucking surprise.

Después de la Gran Guerra, habí­a un sentimiento entre los artit-tas de que «la belleza es inútil» porque no habí­a podido crear un mundo mejor. Así­ que… ¿por qué no abrazar el hormigonazo y el mamotetrismo como la nueva estética?


A esta gente me gustarí­a decirles que «la belleza» no es algo que se hayan inventado ellos. Todo el mundo tiene una idea sobre «lo bello» (y, si no, no se explica la taquilla de Transformers). Y, desde luego, el «bello» culto a Satán que estos arquitectos perpetraron tuvo una curiosa conclusión: pocos de sus edificios lograron vivir más de veinte años. La gente aplaudió con ganas su demolición, pero todaví­a quedan obras en pie que, cual museo del Holocausto, recuerdan a las futuras generaciones que ESO no debe volver a repetirse (luego veremos que los arquitectos siguen sin aprender nada de la historia).


A continuación, vamos a ver algunos hits brutalistas.

Robin Hood Gardens

El matrimonio Smithson inventó un concepto que, así­ dicho en inglés, suena chulo: «Streets in the sky». En español su traducción es menos lí­rica y viene a ser «Joer, enteraos, que habéis vuelto a inventar la corrala. Y de hormigón».

Y es que en los 60, una idea muy popular era la de separar radicalmente a los peatones de los coches. Así­ dicho, no suena mal. El problema es que, en el reparto, los peatones se acabaron quedando con rampas de hormigón que iban de un sitio a otro sin tener nada a los lados y los coches arramplaron con todo lo divertido.

Still, lo de las estritsindaskai, en la práctica, era crear un tremendo pasillo a la salida de tu casa con el que lograr no tener terraza, tener menos luz en el interior y, además, tener enfrente de la casa un lugar de paso para todos los vecinos (de follar en el salón mejor nos olvidamos) y, como todo buen lugar de paso público sin tiendas ni hostias… Sí­, ya sé que saben la respuesta: un picódromo.


Claro que también podrí­an responder: un buen lugar para robarte y violarte y luego escapar con alegrí­a. A dí­a de hoy, la mejor forma de explicar las estritsindaskai es decir “¿Sabes donde viven en «My Name is Earl» o en todas las pelis de Ken Loach?. Y el terror se dibujará en la cara de nuestro oyente.


La obra maestra del matrimonio que creó esa gran herramienta de Satán que son las estritsindaskai fueron los Robin Hood Gardens: una macrovivienda que demuestra que el 99% de las «soluciones brillantes» que planteaban los arquitectos brutalistas, en la práctica, generaban el triple de problemas.

Por ejemplo: «Esta es una zona muy ruidosa». ¿Respuesta? Primero hacemos unos muros alrededor del edificio que se las harí­an pasar putas a Michael Scoffield y perder aún más vista a Stevie Wonder.


¿Y luego? Pues un extensí­simo parque que separe los Robin Hood Gardens del tráfico. Lástima que los arquitectos son enemigos de los árboles por aquello de que tapan la arquitectura y sus parques son una oda a los «espacios abiertos» (ya saben, a la gente con muchas pelas, les gusta viajar «al desierto» porque allí­ no están los zafios que van a Mallorca). ¿El resultado? Lo que TODOS los jardines «modernos»: tremendo picódromo con tremenda solanera en verano que quema la hierba hasta convertirla en rastrojo.

Furthermore, a todos nos gusta pasear por un parque «yonki free, of course» de vez en cuando. Pero invertir media hora todos los putos dí­as en atravesar un erial para poder ir al trabajo es algo que merece el linchamiento del diseñador.


Actualmente, el edificio está comenzando a amenazar ruina y, a los pretenciosos que lo diseñaron, no se les ocurre nada mejor que intentar que lo acepten en el «Patrimonio inglés» y que los contribuyentes tengan que pagar una delirante reforma. Y ese es el momento en el que los ingleses, a diferencia de los españoles, se dan cuenta de que UN SOLO edificio público cuesta más dinero que todas las subvenciones que el cine ha recibido desde la democracia. Sin embargo, en España, mientras la gente se aprende los nombres de cuarenta directores a los que reclamar su dinero y llamarles, de paso, «maricones rojos hijos de puta ¿Podrí­a alguien decirme el nombre del estudio de arquitectura que, por ejemplo, ha perpetrado esa cosa en la Plaza de Santo Domingo de Madrid?

Conozco directores de cine -como mi bienamado Ví­ctor Garcí­a León- que, ante el clásico exabrupto «maricones rojos hijos de puta» responden, cabalmente, con un «Hombre, pues tiene su razón». Pero aún tengo que encontrar a un arquitecto que no entienda que tirar al suelo los Robin Hood Gardens es una cuestión de caridad cristiana para con sus ocupantes.

Como colofón, esta foto que los modelnos hicieron para demostrar que las estritsindaskai son pura alegrí­a: ¡los niños juegan en ellas!


¿Qué quieren? Ante esta foto sólo puedo decir «educando a los yonkis del mañana».

Park Hill

Si viajan a Inglaterra y adoran, aunque sólo sea un poquito, a Satán, no pueden dejar de visitar esta obra: la Meca del Satanismo.


El bloque de viviendas más grande del mundo está en Sheffield y sus estritsindaskai son la culminación definitiva del grito de guerra «¡Por favor, róbeme, vióleme y máteme!»


Park Hill nació para acomodar a las clases trabajadoras tras la posguerra y aportó un punto de «buena conciencia» a los arquitectos pretenciosos. Ya no eran los pringados que hací­an palacios a sueldo del mecenas, sino que, ahora, podí­an ser unos «rojos» del lado del pueblo. Podí­an ser los que reclamaban la nobleza proletaria del hormigón frente al decadentismo burgués del mármol.


Evidentemente, el proletariado terminó diciéndoles «Habla por ti, gafapasta. El hormigón y el acero visto en paí­ses en los que sólo llueve acaba siendo sinónimo de chorretón. Y, una vez más, si no pones buenas tiendas y vidilla nadie se va a quedar en el descampao yonkis que rodea el edificio».


¿Conclusión? Delincuencia, abandono y partidos polí­ticos -fachosos, pero a veces hay que darle la razón al enemigo- que han hecho campaña electoral prometiendo cargarse Park Hill. ¡Visí­tenlo mientras puedan oyendo Slayer a todo trapo en su mp3! Porque ni campañas gafapasta como esta van a convencer a ningún cliente del Mercado de Fuencarral para vivir en Park Hill.


El programa de la BBC «English Heritage» dedicó un especial a reivindicar la rehabilitación de Park Hill y lo único que logró fue asustar a los pobres contribuyentes. Eso sí­, debo reconocer que los ingleses, cuando quieren ser «ecuánimes» a veces son la bomba y tienen ideas como el programa «rival», que se emitió en Channel 4 y que llevaba por tí­tulo Demolition«. La gente votaba los edificios británicos más espantosos y, again, big fucking surprise, Park Hill quedó en primer lugar.

Cumbernauld

El yonkismo de la novela Trainspotting tení­a lugar en Edimburgo pero, a la que tocó hacer una muy acertada traducción a imágenes, Danny Boyle se dio cuenta de que Glasgow era EL sitio para ambientar la historia.

O, análogamente, Jonathan Glazer decidió que un polí­gono satánico de Glasgow era un bun objetivo para atacar con pintura de colores en su celebrado anuncio de Sony Bravia.


Todo satanista de pro tiene que hacer una visita a esa ciudad para, acto seguido llegar a las afueras de Glasgow y descubrir a Cumbernauld ¡toda una ciudad basada en los principios del Brutalismo!


El centro de la ciudad estaba planteado como el primer gran centro comercial de múltiples niveles de Europa. Y con “executive flats” en la parte superior. ¿Por qué será que nadie los alquiló?

Y todaví­a hoy se preguntan por qué Cumbernauld ha ganado DOS veces el premio Plook on a Plinth a la chunguez y depresión creada por la pésima arquitectura y peor urbanismo. La segunda vez se lo dieron porque… ¡no habí­an hecho nada tras el oprobio y escarnio público del primer premio!


Bueno, sí­ que hicieron algo: intentar animar la vidilla de la ciudad haciendo otro centro comercial. Problem is, prácticamente ninguna tienda se animó abrir nada allí­.


Viendo a esta gente en la inauguración uno se pregunta si está viendo la primera convención escocesa de Dillingers o un remake gaitero de «Dawn of the Dead».


Still, el principal motivo por el que Cumbernauld tiene apartado propio en ente post es porque… ¡Es la ciudad en la que se fabrica la infame bebida Irn-Bru! ¡Sí­, ese refresco consumido por Paco para fundir su esmalte dental y ser objeto de cinco colonoscopias al mes! Como pueden ver, TODO en el mundo del satanismo sórdido encaja en un terrible plan maestro que preferimos no conocer en su totalidad.

Cuando los norteamericanos hicieron caso a Le Corbusier…

La arquitectura es como la Fórmula 1: un buen arquitecto siempre tendrá una excusa a mano. «En realidad, la culpa de que todo lo que he diseñado se convierta en un yonkí­dromo o pozo de inmundicia es de los constructores/especuladores/polí­ticos/ponga-usted-aquí­-lo-que-quiera-siempre-que-tenga-muy-poca-vergüenza que arruinaron mi maravillosa visión» No voy a decir yo ahora que, del papel al solar no ocurran mil cosas, pero todo arquitecto ya tiene pelo en el pubis como para saber cómo es el mundo real y no decir cosas como “Vale que me corrí­ dentro, ¿pero cómo iba a saber que te quedarí­as preñada?” o «¿Crees que mi hermana corre peligro atada en pelotas a una farola a la salida de una sala X?».


Por eso, sabiendo mí­nimamente cómo es el mundo real no tengo mayor problema en ponerme delante del arquitecto que sea y decirle: «Le Corbusier es TAN mierda que Lewis Hamilton se cambiarí­a de acera para no saludarle». Y ganarí­a el debate en una décima de segundo, porque la realidad ha demostrado, sistemáticamente, desde los delirantes í­ndices de delincuencia y suicidio en todas las Unités d’Habitation que el Corbu construyó, que este señor estaba equivocado. Vamos imagí­nense que Cesar Vidal escribiese: «Si Franco hubiese ganado la Guerra Civil, ahora España serí­a el paí­s que liderarí­a el mundo… ¡un momento!». Ya ven, lo ni ese señor ni Pí­o Moa pueden escribir, sin embargo, es lo que le dicen a todos los estudiantes de arquitectura. Los que logran acabar la carrera es porque se lo han creí­do. Y así­ nos va.

¿Recuerdan el plan del Corbu de arrasar Parí­s? Aquello no fue una mala tarde de borrachera y sesión golfa posterior de pelis de Uwe Boll, sino un proyecto que presentó machaconamente a las autoridades ¡durante cuarenta años! Pero hubo sentido común: ni siquiera los nazis quisieron arrasar Parí­s en su momento. Tristemente para los arquitectos, los plantes de Le Corbusier no quedaron en la esfera de los sueños para que pudieran decir, como un buen Pí­o Moa, «Si lo hubiesen hecho/ Si los rojos hubiesen ganado la guerra…». Dichos planes se aplicaron en Estados Unidos y, una vez más, los resultados me dan la razón.

Onvres y munheres, I give you”¦ Cabrini Green!


Aplaudan su record Guiness de lograr que la basura llegase hasta el piso 15.


Furthermore, esta zona, en su momento, no era precisamente lo más arrastrado de Chicago. Pero luego, logró delimitar sus fronteras con orgullosos desfiles de cucarachas. Con alguna que otra rata, por aquello de dar color.


Eso sí­, de momento aún sigue en pie. Cosa que no puede decir el otro jran jit satánico yanki: Pruit-Igoe.


Este urbanismo es el cenit del movimiento llamado “Urban renewal” que, en español, significa, «Vamos a arrasar los vecindarios con vidilla que tanto molestan al señor Corbusier y, en su lugar, rendir culto a Satán». ¿Por qué triunfó esta aberración? Pues por el mismo motivo que, con didacticismo, logran triunfar las lecciones de higiene genital para adolescentes: es tan fácil convencer a un chaval de que se frote la minga con jabón en la ducha como convencer a un promotor inmobiliario de arrasar todo un barrio con una ley del gobierno que permite la turboexpropiación para edificar rascacielos.

¿Ven? El otro gran invento de Le Corbusier fue la especulación inmobiliaria a saco (además del polí­gono, las ciudades dormitorio o los grandes centros comerciales para calorros que reunan TODAS las tiendas de una zona).

Para redondearlo, como todo buen barrio Corbusieriano, distinguí­a los edificios entre «para blancos»y «para negros». No es de extrañar que todo el mundo huyese de allí­ y que su demolición fuese un evento tan celebrado que la televisión lo retransmitió mundialmente.


Feck, hasta Philip Glass lo jaleó componiendo un tema especí­fico para la destrucción de ese pozo de inmundicia en la pelí­cula Koyaanisqatsi (min 3):

Y cierro el bloque estadounidense hablando de una de las ciudades favoritas de Paco Fox (y un sitio tan sórdido que permite impartir clases al Ciudadano Soberano): Boston.


Cuando el nazismo de la arquitectura modernista se da la mano con la especulación inmobiliaria, lo primero que hay que hacer es vender que una zona de la ciudad está TAN degradada que es urgente hacerle un «Urban Renewal». Lo curioso es que, casi siempre, se solí­an escoger barrios joviales y bulliciosos en los que viviesen judí­os, negros o italianos. Acto seguido, se enviaban unos fotógrafos dignos de colaborar con Urdaci o Libertad Digital, para sacar lo más chungo del barrio. Evidentemente, en pleno McCarthysmo nadie iba a quejarse o firmar nada (por aquello de que te encerrarí­an por comunista si te quejabas porque alguien te destruí­a tu casa) y, acto seguido, prodecí­amos a arrasar a mayor gloria de Satán. Para entendernos: si Madrid hubiese sido Boston, hoy en dí­a Malasaña serí­a San Chinarro y el barrio de los Austrias serí­a un polí­gono industrial de Alcobendas. Y Florentino Pérez serí­a todaví­a más rico. Y mi vida serí­a un infierno.


Bien, pues a Paco, paseando por Boston, le tocó llegar a la considerada «peor plaza del mundo». And for good reason.


Dicho espacio vací­o, con diferentes niveles que te hacen bajar y subir sin sentido -y enyonkarte con sentido- si quieres llegar a algún sitio en lí­nea recta, es tal inmensidad de hormigón que sólo podí­a estar coronada por un edificio considerado la obra cumbre del brutalismo: el Boston City Hall. Y Paco, fascinado ante Satán, tuvo que facerse foto.


Pasaron los años y se hací­a patente y manifiesto que esa plaza era un desastre integral. Pero, claro, los que tení­an que arreglarla no eran gente con sentido común (que arrasarí­an todo el lugar para comenzar de cero) sino… ¡arquitectos! Y esta es su manera de pensar:

«La fuente de la plaza es una estupidez hedionda que no interesa a nadie… ¿Qué hacemos?»


“¡Pues taparla con hormigón!”


Es una respuesta tan predecible que arranca mi aplauso. Y hace que me arranque los ojos y me los meta por el recto para que presencien algo más agradable.

Las ciudades «ideales»

¿Alguna vez se han preguntado por qué pierden más de tres horas al dí­a en ir a un trabajo en un polí­gono industrial en casa de Peich y, luego, volver de éste? La respuesta la tienen en experimentos como Brasilia, que lleva al paroxismo la idea de Le Corbusier de separar la vivienda del trabajo y regalarle la ciudad al automóvil.


El caso es que, ante ese tipo de ideas, cualquiera de nosotros que no haya decidido probar la eficacia del último taladro comprado en el todo a 100 haciéndonos una trepanación casera puede sentirse más inteligente que «genios» como los señores Niemeyer y Costa. O, dicho de otra forma, cualquiera puede juzgar que hay más sabidurí­a y sentido común en la carpeta de la Yoli que en toda la obra teórica de estos genios. Y eso contando con que el 95% de la carpeta de la Yoli serí­an transcripciones de letras del Canto del loco.


Una vez más, los arquitectos deciden lo compartimentada que está la vida de la gente, olvidándose de que las personas somos seres volubles y NO racionales. ¿O, si no, cómo se explica la cantidad de pelí­culas colonoscopia que se traga Paco? ¿O que yo piense, de corazón, que “Sin tetas no hay paraí­so” esté bien? ¡La gente no vive para salir de su opresivo edificio y e ir a una mierda de trabajo donde Cristo perdió el bolí­grafo! ¡Señores arquitectos, lo que la gente quiere es un poco de caos jovial en la vida! Así­, en contra de todo lo que gente como Niemeyer hubiese podido plantear, el caos generará la improbable conclusión de que una persona…

Sí­, es lo que estáis pensando:

Que folle.

Y nada hay más importante que eso.

Por eso, cuando al fracaso monumental de Brasilia siguió la experiencia «utópica» de Canberra, se cometió un error distinto pero con el mismo poso: CANBERRA NO ERA UNA CIUDAD PENSADA PARA FOLLAR.


En este caso, el arquitecto pensó en desagregar la ciudad en varios núcleos autosuficientes de 20.000 habitantes. Y yo sólo pude decirle: «Enhorabuena, señor, acaba de inventar usted la aldea. No, mejor aún, acaba de inventar usted Galicia. Sólo que, en vez de coger todo el pack galaico incluyendo el lacón con grelos y Marí­a Castro, ha decidido pillar sólo la delirante estadí­stica de alcoholismo y suicidios que tenemos en esta nuestra comunidad».

En efecto, el diseñador utópico ignoraba que las ciudades surgen como concentración de mucha gente para que haya de todo y, así­, se maximicen las opciones de follar. In short: un fan de la nueva generación de Star Trek que decida ir vestido de Ryker por la calle tiene más opciones de follar en según que barrio de Madrid que en la plaza de la iglesia de Lalí­n. Fact.

¿Qué sucedió? Pues que los grandes negocios fueron pillando los mininúcleos urbanos centrales (para estar más cerca de todo) y se acabó creando una macrociudad chunga como Los íngeles: esto es, una masa informe de adifisios unidos por autopistas. Unan al pack unos cuantos jits del Brutalismo que ya están siendo demolidos, obviously y tendrán una ciudad pletórica de aristas de hormigón que gentilmente cortarán sus venas si así­ lo desean.


Nunca aprenderán: Barcelona.

Si hay una ciudad llamada a ser pasto del «Urban renewal» (palabro casi tan jodido de pronunciar como «Rural Juror», aunque de consecuencias más funestas) ésta es Barcelona. El máximo sacerdote satánico de dicho movimiento fue Robert Moses. Él solito se cargó media Nueva York construyendo puentes, autopistas y trenes en la puta mitad de núcleos urbanos. De ahí­ la delirante criminalidad de ciertos barrios de la Gran Manzana.

De hecho, llegó a tales cotas de delirio (como querer cargarse medio Central Park para hacer una autopista y un macroparking) que una biografí­a que lo degollaba «The Power Broker» fue un bestseller que ganó el Pulitzer. No sólo eso: el odio que generó en la gente fue tan inmenso que una señora llamada Jane Jacobs logró, casi en solitario, movilizar a la gente para, en los 80, lograr detener, for good, todo el urbanismo moderno. Inví­tenla a unas cañas si la ven por ahí­.

Barcelona tiene dos caracterí­sticas que la hacen apetecible para el resurgir del «Urban renewal»: la primera, que no puede expandirse. Por ello, si hay que hacer dinerito inmobiliario, es necesario cargársela antes. Y, segundo y más importante: la caracterí­stica más importante de Le Corbusier eran sus…

Sí­, my friends. Sus gafas de pasta.

Todos sus seguidores están imbuidos de ese espí­ritu gafapasta y… ¿Qué mejor sitio que Barcelona para intentar convencer a la gente de volver a la apoteosis del urbanismo satánico?

En Madrid, un buen gafapasta, mientras maneja a la vez cuatro productos de Apple, tendrá el cuajo de decirte que la apmpliación del Reina Sofí­a no es un corte en la retina hecho con un DVD oxidado de Joe D’Amato. Ellos son así­. Tienen que hacerse los especiales.

En Barcelona, por supuesto, tienen que ir más allá y, en su espí­ritu Gafapastown tendrán que defender el ser, según varias asociaciones: ¡la ciudad que tiene la mayor cantidad de parques y plazas satánicas del mundo! A continuación, una muestra de lo que muchos nunca creerí­an encontrar en una ciudad con cosas tan bellas como el Parque Güell.

La plaí§a dels paisos catalans.


Una maravillosa explanada donde, aparte de hormigón no hay… ¡nada! ¿Y qué se puede hacer? ¡Nada!


El parc Joan Miró.


O cómo los arquitectos reconvierten el jardí­n a «escultura». Llegue usted ahí­, vea un feo chirimbolo de Miró. ¿Ya lo ha visto? Bien, pues váyase o enyónkese porque, aparte del chirimbolo y un estanque pútrido, la inmensidad de suelo de hormigón sin árboles que le rodea no da para mucho más.

Plaí§a dels í ngels.


Todo pintaba bien: vamos a darle vidilla al Raval poniendo un museo de arte contemporáneo gafapastil en cuya plaza de acceso se podrí­a tener una vida comunitaria medio normal o, por lo menos, no tan trapichera y prostituida como en según qué callejones. Sin embargo, un gafapasta decidió que el skate es algo esencial en la cultura urbana ultramoderna a la que debe aspirar Barcelona y el resultado fue… Sí­, ya sabí­an que iba a usar la palabra hormigón.


Diagonal Mar.


Enhorabuena, urbanistas contratados por el Ajuntament. Acaban de recibir el galardón de «Peor parque del mundo». ¡Una vez más somos la envidia de todo el planeta! Disfruten de estas fotos, porque me he quedado ya sin epí­tetos.

Satanismo religioso

Está claro que Le Corbusier, como buen meapilas que era, no le habrí­a gustado nada la cantidad de veces que le acabo de llamar siervo de Satán. Es por ello por lo que dedicó no pocos de sus esfuerzos al arte religioso. Y, como él, muchos de sus seguidores.

El motivo está claro: la gran historia de la arquitectura anterior al siglo XIX consiste, principalmente, en catedrales que siguen impresionando a la gente hasta nuestros dí­as. Y, claro, hasta a los gafapastas les apetece sentir algo de esa adulación. Es como los conciertos de techno: son una absurda discoteca en la que la gente tiene que mirar hacia un sitio. Y así­ tenemos casos tan patéticos como los Chemical Brothers pretendiendo que la gente los vea pulsar dos botoncitos con el mismo aura que si fuesen Jimi Hendrix. No funciona, chicos.

A continuación, grandes ejemplos en los que los satanistas quisieron honrar a nuestro señor Jesucristo y fracasaron maravillosamente en el intento:

El monasterio de la Tourette de Le Corbusier.


Sí­, se llama “de la Tourette”. El chiste es TAN fácil que creo que voy a renunciar a hacerlo. O no: Corbu… ¡Cretino! ¡Gilipollas! ¡Anormal! ¡Supernumerario! ¡Satán es tu señor!

St. Peter’s Chapel


Sí­, es brutalismo escocés. Sí­, está abandonada. No, nadie va a poner un duro para restaurar eso.

Catedral de Liverpool.


Una vez más, mi vocabulario se reduce a tres palabras: ¡Satán es mi señor!

La iglesia de Cristo de Harry Weiss.


Ahora, ya sólo me quedan dos palabras: ¡Cristo cósmico!

Catedral metropolitana de Rí­o de Janeiro.


Mi cerebro explota y uso la última palabra que almacena mi cerebelo: ¡Sataaaaaaaaaán! (Agradecimientos a mi hermana por haber expuesto su alma a Satanás de forma tan peligrosa a la hora de facer esas dos fotos)

Y, para redondear, una madrileña: la iglesia de los dominicos en Conde de Peñalver.


Como dato adicional, decir que en esta iglesia es donde bautizaron a lanavajaenelojo. Por ello, me pregunto si la noble intención de los padres era lanzarla a la mayor velocidad posible a los brazos del ateí­smo o si sólo era irla avisando, a tan tierna edad, del satanismo que iba a redondear su setentera infancia.

Evidentemente, entramos. Lanavaja no lo habí­a hecho desde su bautizo -hay una foto magní­fica en cuya cara sólo hay terror- y fue una experiencia para la que no tengo palabras, porque mi cerebro ya se ha quedado a cero.

Se cachondean de Satán

Como ven, el brutalismo logró agitar el odio de la población y también la mayor destrucción inmobiliaria desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, después de este «modernismo», llegó un movimiento «postmoderno» que logró lo imposible: poner de acuerdo al público y a los arquitectos en su odio.

¿Cómo lograrlo? Pues llegando a las más altas cotas de la vergí¼enza ajena y la sordidez. Lo cual es suficiente para que el sector finstro de la población se deje las manos aplaudiéndolos. Yan ven: nadie es inocente. Los gafapastas aplauden las costras de Jean Nouvel y los sórdidos aplaudimos la arquitectura postmoderna.

Porque por lo menos tienen la decencia de no ocultar lo que son:

(Sí­, son los reyes magos)


(Si esta fuese tu casa, nunca te llevarí­as una cita aquí­ para follar)


(Aquí­ tampoco. Bueno, salvo que la conocieses en una convención Sci-Fi de Lalí­n…)


(Gorgeous!)


(¡Qué elefantito más mono!)

Con esto terminamos esta í‰PICA primera parte emplazándoles a que compartan los satanismos urbaní­sticos que convirtieron su infancia en un infierno. Dentro de dos semanas, la segunda parte de este terrorí­fico viaje en el que analizaremos NO la maldad de los arquitectos sino la estulticia de cierta gente con dinero que, en un arranque de gafapastismo -o simple oligofrenia- han decidido vivir en unos inmuebles que convertirán su vida en un infierno.

Y, como bonus track, una guí­a sórdida para que hagan turismo satánico-brutalista por Madrid (¿O se creí­an que el azote patrio iba a terminar en Barcelona? Mal que nos pese, somos unos ecuánimes del carallo).

Que Satán sea con ustedes.

Fuente: Vicisitud y sordidez

5 Comentarios

Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Privacidad y cookies

Utilizamos cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mismas Enlace a polí­tica de cookies y política de privacidad y aviso legal.

Pulse el botón ACEPTAR para confirmar que ha leído y aceptado la información presentada


ACEPTAR
Aviso de cookies