Ambrose Bierce: El Diccionario del diablo. Letras: B y C

B

Baco, s. Cómoda deidad inventada por los antiguos como excusa para emborracharse.

Baño, s. Especie de ceremonia mí­stica que ha sustituido al culto religioso. Se ignora su eficacia espiritual.

Batalla, s. Método de desatar con los dientes un nudo polí­tico que no pudo desatarse con la lengua.

Beber, v. t. e. i. Echar un trago, ponerse en curda, chupar, empinar el codo, mamarse, embriagarse. El individuo que se da a la bebida es mal visto, pero las naciones bebedoras ocupan la vanguardia de la civilización y el poder. Enfrentados con los cristianos, que beben mucho, los abstemios mahometanos se derrumban como el pasto frente a la guadaña. En la India cien mil británicos comedores de carne y chupadores de brandy con soda subyugan a
doscientos cincuenta millones de abstemios vegetarianos de la misma raza aria.

Boda, s. Ceremonia por la que dos personas se proponen convertirse en una, una se propone convertirse en nada, y nada se propone volverse soportable.

Boticario, s. Cómplice del médico, benefactor del sepulturero, proveedor de los gusanos del cementerio.

Bruja, s. (1) Mujer fea y repulsiva en perversa alianza con el demonio. (2) Muchacha joven y hermosa, en perversa alianza con el demonio.

Calamidad, s. Recordatorio evidente e inconfundible de que las cosas de esta vida no obedecen a nuestra voluntad. Hay dos clases de calamidades: las desgracias propias y la buena suerte ajena.

C

Camino, s. Faja de tierra que permite ir de donde uno está cansado a donde es inútil ir.

Cangrejo, s. Pequeño crustáceo parecido a la langosta, aunque menos indigerible. En este animalito está admirablemente figurada y simbolizada la sabidurí­a humana; porque así­ como el cangrejo se mueve sólo hacia atrás, y sólo puede tener una mirada retrospectiva, no viendo otra cosa que los peligros ya pasados, así­ la sabidurí­a del hombre no le permite eludir las locuras que asedian su marcha, sino únicamente aprender su naturaleza con
posterioridad.

Caní­bal, s. Gastrónomo de la vieja escuela, que conserva los gustos simples y la dieta natural de la época preporcina.

Cañón, s. Instrumento usado en la rectificación de las fronteras.

Cartesiano, adj. Relativo a Descartes, famoso filósofo, autor de la célebre sentencia «Cogito, ergo sum», con la que pretende demostrar la realidad de la existencia humana. Esa máxima podrí­a ser perfeccionada en la siguiente forma: «Cogito, cogito, ergo cogito sum» («Pienso que pienso, luego pienso que existo»), con lo que se estarí­a más cerca de la verdad que ningún filósofo hasta ahora.

Celoso, adj. Indebidamente preocupado por conservar lo que sólo se puede perder cuando no vale la pena conservarlo.

Cerebro, s. Aparato con que pensamos que pensamos.

Cerradura, s. Divisa de la civilización y el progreso.

Cí­nico, s. Miserable cuya defectuosa vista le hace ver las cosas como son y no como debieran ser. Los escitas acostumbran arrancar los ojos a los cí­nicos para mejorarles la visión.

Cita, s. Repetición errónea de palabras ajenas.

Cobarde, adj. Dí­cese del que en una emergencia peligrosa piensa con las piernas.

Conocedor, s. Especialista que sabe todo acerca de algo, y nada acerca de lo demás. Se cuenta de un viejo ebrio que resultó gravemente herido en un choque de trenes; para revivirlo, le vertieron un poco de vino sobre los labios. «Pauillac, 1873», murmuró, y expiró.

Conocido, s. Persona a quien conocemos lo bastante para pedirle dinero prestado, pero no lo suficiente para prestarle.

Conservador, adj. Dí­cese del estadista enamorado de los males existentes, por oposición al liberal, que desea reemplazarlos por otros.

Consultar, v.l. Requerir la aprobación de otro para tomar una actitud ya resuelta.

Costumbre, s. Cadena de los libres.

Cristiano, s. El que sigue las enseñanzas de Cristo en la medida que no resulten incompatibles con una vida de pecado.

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