Canto a la oscuridad

Negro ahora el color de mis vestiduras.
No por mi, sino por ella
por sus miedos y dudas.

Macabra siempre mi presencia,
no por maldad en mi corazón,
sino por la oscuridad de la que se ha impregnado mi alma.

Oscuros los lugares que frecuento.
No por necesidad de esconderme,
por mi miedo a las tinieblas superado.

Vosotros me señaláis con el dedo y me juzgáis.
¿De qué os reí­s, necios? Tengo el valor de amar.
Vuestro miedo a la oscuridad represento ahora.
Vuestras peores pesadillas se reflejan en mi interior.

En mi veis vuestra propia maldad oculta.
Ahora soy parte de la Nación oscura

Y estoy solo, aún entre la multitud,
aún oyendo risas, festejos y alegrí­as.

Solo,
porque veo la hipocresí­a de los que me rodean.

Solo,
porque así­ quiero estar
sin ver más que mi propia sombra, 
mi propia vida hundirse en la penumbra

Solo, 
sin un hilo de esperanza
con la mirada fija en la salvación,
con la fuerza de las sombras
para superar a los demás.

Solo,
porque la oscuridad está conmigo,
yo soy esa oscuridad eterna
que jamás abandonará mi espí­ritu

Y así­ vagaré, por el valle de los lamentos eternos…

Y cuando el curso de la noche atraviese la tierra,
las tinieblas se irán apoderando de mi ser,
invadirá mi mente el sollozo de un alma en pena,
pedirá clemencia y yo no se la podré dar.

Mi espí­ritu ha muerto,
ya no tengo rastros de humanidad.
Nada podré sentir, ni pena ni lástima,
maldita está mi alma por toda la eternidad.

Me convertiré en un cazador, un depredador del amor.
Y cuando lo mejor de cazar sea contemplar
cómo la ilusión se van apagando en los ojos de mis presas,
iré acumulando pecados,
haré que mi estancia en el infierno valga la pena

Así­ que no hay nada a que temer.
Conmigo estará la oscuridad.

Un ejército de tinieblas, una jaurí­a de bestias,
demonios de siniestros cuerpos y nefasto pensamiento
velan ahora mis sueños y mis anhelos.
No hay esperanza, ya no hay luz ni salvación.

Mi alma sobre la tumba de piedra gris
a solas yacerá
con sombrí­os pensamientos
Nadie, en toda esa intimidad,
penetrará en la delgada hora de tu Secreto,

La noche, tan clara, se oscurecerá
y las estrellas nos arrebatarán su brillo
desde sus altos tronos en el Cielo,
con su luz de esperanza para los mortales,
pero sus esferas rojas apagadas en tu hastí­o
tendrán la forma de Fiebre y Llamas,
y te reclamarán para siempre…

En mis noches de insomnio con la ventana abierta
el susurro del viento entre los árboles trae tu nombre
y los jirones de nubes rasgando la serena luz de la luna
se asemejan al parpadeo de tus grandes ojos negros.

Son los reflejos del crepúsculo en la pared
como tu melena oscura reposando sobre mi pecho
y el brillo de las estrellas
el de tus ojos cuando me mirabas llena de amor.

Desgraciadamente no son ángeles blancos
los que me traen tu recuerdo a la medianoche
sino ángeles de la oscuridad, del llanto y la desesperación,
de la muerte…

Aquellos que portan el estandarte de las almas caí­das
y perdieron la luz que les serví­a de sustento
Aquellos cuyos corazones se lamentan eternamente
en los frí­os páramos del cementerio
allí donde yacen los jóvenes amantes
que jamás volverán a verse

¿Acaso existe algo más triste que un recuerdo feliz?

Ahora, en el lugar donde estoy,
ya no crecen rosas rojas y blancas,
solo la hiedra venenosa que rivaliza con mi corazón
fabricando la savia amarga del desamor

Cómo pedir perdón,
cómo hacerte ver mis errores del pasado
¿Acaso el ángel caí­do no amó con locura a su señor
mientras es condenado a vagar por la tierra del llanto eterno?

¿Acaso las criaturas de la noche
no sueñan con ver la luz del sol un dí­a?

Así­ me siento yo, un ángel caí­do
que otrora ocupó asiento a la derecha de su señor
y ahora privado del calor
de aquel a quien con ansia ciega amó.

Mil veces morirí­a y volverí­a a nacer
si existiera la remota promesa
de que en tu corazón arde aún
las más diminuta llama de amor

Pero se que mi existencia caminará eternamente
por la senda sombrí­a
en el bosque de los árboles yertos
donde vagan aquellos que por su negligencia
fueron arrojados del paraí­so,
el paraí­so perdido que jamás volverá
que nace y muere en medio de tus brazos.

Jamás olvidaré a quien se ha llevado mi espí­ritu
y dejó una grotesca caricatura de lo que fui

Quizás la generosa vida permita
que una noche la negra dama
con sus frí­os labios bese mi boca
y me libere de la condena de soportar
el resto de tan mí­sera existencia.

Esa noche soñada, ausente el dolor,
quedaré inmerso en la oscuridad eterna
y la muerte será dulce…

Nota

Es casi todo el texto mí­o excepto unos versos robados y adaptados de «Elizabeth von Dracul Poe», del Himno Gótico y una reseña a un viejo poema del maestro Edgar Allan Poe

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