Deacon Brodie tiene todas las llaves

William Brodie (1741-1788), más conocido como Deacon Brodie (el Diácono Brodie) era un fabricante de armarios escocés (armarios equivalentes a nuestras cajas fuertes actuales), que presidió la Cámara de Comercio de Edimburgo y fue canciller de la ciudad.

Un respetable ciudadano de la vieja Edimburgo, siempre tan fecunda en fantásticas y atrayentes historias, quien sin embargo llevaba en secreto una doble vida.

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Nuestro personaje había heredado un próspero negocio familiar, una casa y 10.000 libras, pero mira por dónde desarrolló algunos hábitos poco edificantes, como hacerse asiduo de los burdeles, beber sin medida y convertirse en un jugador empedernido. Y tenía no una, sino dos amantes y cinco hijos ilegítimos, así que por mucho dinero que ingresara más rápidamente se iba. No es posible mantener la naturaleza extrema de tales costumbres.

Durante el día era un hombre respetable con plena dedicación a su oficio y había alcanzado notoriedad social, llegando a ser miembro del Consejo Municipal y diácono -de ahí el apelativo- de la Corporación de Artesanos y Masones.

Consiguió relacionarse con la alta burguesía de la ciudad y como parte de su trabajo consistía en el montaje y reparación de cerraduras y otros mecanismos de seguridad de la época y además conocía muchos datos y detalles de las residencias y negocios de los miembros más ricos de la comunidad de Edimburgo, debió pensar un día que la ocasión la estaban pintando calva: ¿Por qué no hacer copias de las llaves que pasaban por sus manos?

Y así fue que, metódicamente, comenzó una actividad nocturna consistente en pequeños hurtos que le permitieron ir saliendo al paso de sus deudas de juego.

Pero la codicia, que no descansa y únicamente puede crecer, lo llevó a más y tras el robo de un banco, el bueno de Brodie decidió reclutar una pequeña banda de ladrones formada por él y unos tales John Brown, Georges Smith y Andrew Ainsle, este último cerrajero.

Tení­a el cuarteto un buen grado de éxito como equipo delincuente, pero la imprudencia del cabecilla resultó ser su perdición, tal vez porque al igual que los políticos, Brodie confió demasiado en su carácter de intocable. Se infló su ego hasta el punto de acudir a robar casas perfectamente borracho.

Andaba la gente temerosa ante la oleada de robos que se sucedía en tanto la policía no descubría pruebas, puesto que no se habían forzado puertas ni se apreciaban pistas que pudieran dar con los malandrines.

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La presión se trasladó a las reuniones del Consejo Municipal a las que él mismo asistía. Hasta que una noche de 1786, en la oficina de impuestos de los Juzgados, fue capturado Brown en plena faena y éste, para eludir una deportación segura, delató al resto de la banda.

William Brodie escapó a Holanda con la intención de saltar a Estados Unidos pero fue detenido en Amsterdam y devuelto a Edimburgo para ser juzgado.

Se encontraron un conjunto de copias de llaves, disfraces y pistolas que constituían el material de los delitos y Brodie fue declarado culpable y sentenciado a morir en la horca.

Fue colgado por el cuello un 1 de octubre de 1788 en una horca que él mismo había diseñado y fabricado el año anterior (bueno, eso no es exacto pero la fábula siempre quedará mejor así).

Además, según la leyenda, un cirujano preparó a Brodie un collar de acero y un tubo de plata en la garganta para contrarrestar el ahorcamiento y el verdugo había sido sobornado para facilitar la fuga del reo. Está claro que el plan falló y el condenado estiró la pata, lo que no impidió que se extendiesen rumores acerca de que William Brodie había sido visto en Londres o incluso Nueva York.

Y esta es la historia del diácono Brodie, piadoso por el dí­a, jugador pendenciero y audaz ladrón al caer la noche, capaz de escandalizar a los buenos y decentes ciudadanos de la ciudad de Edimburgo, a quienes no entraba en la cabeza cómo alguien que era visto como uno de los suyos pudo haber resultado tan engañoso.

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Hoy Deacon Brodie es conmemorado con un bar que lleva su nombre: el Deacon Brodie’s Tavern, histórico pub de la ciudad de Edimburgo sito en Lawnmarket esquina con Bank Street.

Una colorida estatua suya da la bienvenida a los parroquianos y dentro aparece relatada la historia en la pared, donde reza entre otras cosas:

«His cunning and audacity were unsurpassed».

(Su astucia y audacia fueron insuperables)

Se dice que Robert Louis Stevenson, otro escocés ilustre natural también de Edimburgo, frecuentaba esa taberna y creció escuchando la historia de Brodie y que no es improbable que en ella se inspirase para escribir su famoso clásico Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

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