El contagio de la felicidad

Con una persona positiva y alegre cerca de ti, las posibilidades de notar tu propio carácter igualmente feliz, aumentan. Y por la misma regla de tres un ser cetrino junto a ti te hará ver la oscuridad como el escenario normal de la vida.

Esto es lo que durante mucho tiempo pensadores y observadores de la conducta humana han sospechado, aunque seguro que tu abuela ya lo sabia hace la tira de tiempo.

Entonces, ¿Se contagia la felicidad y otros valores y conductas entre colectivos?

Durante décadas, sociólogos y filósofos han tenido la sospecha de que la conducta puede ser «contagiosa». Si te presentan a una persona risueña, tu grado de felicidad bien podrí­a incrementarse. Si tu mejor amigo engorda a pasos rápidos, también tú tienes probabilidades de aumentar de peso. Si el amigo de un amigo fuma, las expectativas de que hagas lo mismo aumentan también. Son las sorprendentes conclusiones de dos investigadores de EEUU, Christakis y Fowler, tras estudiar las conexiones sociales de 5.000 personas a lo largo de 30 años.

Esto se ha hecho dibujando mapas de personas interconectadas por relaciones de amistad o trabajo, en busca de posibles correlaciones. Otro estudio reciente concluyó que si alguien tiene un hijo, hay un 15% más de probabilidades de que sus hermanos tengan uno en los dos años siguientes. Y todos sabemos que cuando empezamos a ver a un embarazada, en su entorno surgen unas cuantas más en poco tiempo.

Todos ellos son ejemplos de comportamiento contagioso: fumar es un hábito que se propaga socialmente. Beber se transmití­a socialmente de una forma parecida. Y también lo hací­an la felicidad o la soledad.

Incluso se habla de la llamada Regla de los tres grados de influencia de la conducta humana. En muchos de los casos estudiados, la influencia de cada individuo se extendí­a hasta un tercer grado de relación antes de desaparecer: no estamos relacionados exclusivamente con aquellas personas que tenemos alrededor sino también con otros terceros en una red que se extiende más allá de lo que somos conscientes.

Estos comportamientos se contagian, en parte, a través de señales sociales subconscientes que los individuos captamos de los que nos rodean y que interpretamos como claves de lo que se considera un comportamiento normal. Por ejemplo, si una persona se sienta al lado de otra que come más, también ella comerá más. Es decir, cambiamos gradualmente nuestra percepción de lo que es estar gordo y nos damos el permiso tácito de ganar peso.

Lógicamente, tener más conexiones sociales también aumenta el riesgo de relacionarse con gente malhumorada. Pero los investigadores aseguran que la felicidad es más contagiosa que la infelicidad. Una noticia cojonuda.

Son datos procedentes de análisis. Son detalles, tendencias, no una fórmula infalible de conclusiones lineales, de hecho estas investigaciones tienen también muchos crí­ticos. Pero ahí­ quedan para clarificar algunas cosas.

Recapitulando, procura en la medida de lo posible estar rodeado por la gente adecuada, sin olvidar que la felicidad no es consecuencia directa de mantener numerosas e intensas relaciones sociales; hay que tener a diario, junto a los invevitables sinsabores, pequeños momentos de alegrí­a para impregnarnos de buena energí­a y poder propagarla a los nuestros.

Fuente | Magazine El Mundo

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