Elvis Presley, icono total


Ante una gran comunidad de jóvenes blancos, en general poco conocedores de la música que estaba fraguándose de la mano de Chuck Berry y Little Richard, irrumpe un jovencí­simo Elvis Presley en el momento justo para conquistar a la marea de adolescentes ávidos de ritmo. Que además de blancos eran consumidores. Tení­a todas las cualidades para eso y el fenómeno explotó como una bomba.

¿Quién mejor que él para para llevar al gran público el estereotipo del Rock and Roll, más tarde imitado hasta la saciedad? Por eso se le considera el rey.


«El pelo, los ojos, la burla, la pelvis… Elvis»

Decir de Elvis que es un icono, queda corto. Creó una imagen completa de estrella audaz y sexy cuando el panorama musical permanecía anquilosado.

Hasta su tiempo, los artistas que cantaban a la juventud parecían demasiado «mayores», no únicamente por edad sino en especial por actitud: Sinatra, Bing Crosby, Dean Martin…

Más allá de la aportación musical, Elvis se erigió en el lí­der que abrió una puerta hasta entonces cerrada: la libertad de ser y de actuar como jóvenes y para jóvenes.


En el patio delantero de su casa tras regresar de una gira (1956).

El chico que salió de Tupelo (Mississippi) dispuesto a comerse el mundo con su guitarra y sus inimitables movimientos de caderas se adueñó de los corazones de millones de personas de todo el mundo con talentoso estilo. Y «ellas», las mujeres en general, se derretí­an en su presencia. Pero, quizá por la intensa relación que mantuvo con su madre, cuya pérdida nunca consiguió superar, muchas de las que estuvieron en contacto con él afirman en las entrevistas que en realidad a Elvis el sexo le interesaba más bien poco.

Según una de sus centenares de chicas, «Lo que más le gustaba era besar y toquetear, en plan quinceañero». Aparte de eso, que da para muchas páginas e interpretaciones, artí­sticamente fue un animal del escenario que a lo largo de una carrera de 23 años colocarí­a 149 singles en los Billboard, obteniendo tal cantidad de discos de oro, platino y demás, que probablemente nunca será superado.


Un descanso durante una actuación en el Ellis Auditorium de Memphis, hacia 1956-1957.

Cosas que tal vez no sabí­as de Elvis

Hay tantas curiosidades sobre el rey del rock…

¿Sabí­as que Elvis utilizaba tres tipos de gomina diferente para peinarse el tupé? Quienes lo conocieron en los inicios de su carrera coinciden en que era un chico sencillo y modesto aunque absolutamente preocupado por su aspecto. El tupé, perfectamente esculpido, fue sin duda una de las principales señas de su identidad. Como recordaba su amigo, el músico Jimmie Rodgers:

«Me fascinaba mirar cómo se peinaba por la mañana. Usaba tres aceites diferentes para el pelo. En la parte delantera una cera muy fuerte para el tupé, un tipo de aceite para la parte de arriba y vaselina atrás. Decí­a que era la única forma de que el pelo cayera perfecto mientras actuaba”.

Tuvo un hermano gemelo, Jesse Aaron, muerto unas horas después de nacer. Siendo joven estudió para electricista y después de graduarse en la escuela secundaria comenzó a trabajar como conductor de camiones.

Con los primeros dólares compraba trajes en Lansky’s, una pequeña tienda de Memphis donde el dueño le traí­a modelos en tonos rosas y blancos sólo para él. Con el paso de los años ese gusto fue haciéndose cada vez más recargado: le apasionaban las joyas, los trajes de cuero ajustados, grandes cinturones… Y ya en el estrellato, contrató al sastre de Frank Sinatra, el artí­fice de los trajes con capas de sobra conocidos. Así­ visten frecuentemente sus imitadores. ¡Qué se le va a hacer!


Un juez del Tribunal de Menores de Jacksonville, Florida, amenazó con arrestar a Elvis después de asistir a uno de sus shows celebrado allí­ en agosto de 1956, al considerar los movimientos de cadera del cantante sumamente explí­citos. En ese mismo año, Presley hizo su primera aparición en el célebre The Ed Sullivan Show, aun cuando el propio Sullivan habí­a jurado que nunca lo consentirí­a.

La prioridad inicial de Elvis era comprar una vivienda para sus padres ¿O habrí­a que decir para su madre?

En 1957 adquirió Graceland, una de las casas probablemente más famosas de todo el mundo. Con 18 habitaciones y un espectacular jardí­n, el cantante buscaba que su madre se sintiera cómoda y feliz, por lo que mandó construir un gallinero donde Gladys daba de comer a sus animales. La mansión, de estilo colonial georgiano, fue adquirida por 100.000 dólares cuando Elvis contaba 22 años y contrató a un decorador llamado George Golden para que pusiera en practica su visión, un batiburrillo delirante de estilos que van de la psicodelia a los motivos étnicos.

La casa siempre ha producido una atracción irrefrenable para sus fans y cuando todaví­a Elvis viví­a en ella, ya peregrinaban hasta sus puertas. Es el caso de Bruce Springsteen que trató de saltar la valla de la mansión en 1976 -aunque fue detenido- o Jerry Lee Lewis, que pistola en mano, se plantó en la puerta de Graceland en noviembre del mismo año afirmando que querí­a matar al Rey.

Aunque era su hogar principal, tení­a otras casas, como la de Bel Air, donde sus invitados más celebres fueron los Beatles que acudieron en 1965.

Cuando los de Liverpool entraron en ella encontraron a Elvis tirado en un sofá, tocando el bajo y contemplando la televisión sin sonido. «Sé que Paul, Ringo y George estaban tan nerviosos como yo», recordarí­a después John Lennon. «Este era el chico al que habí­amos mitificado durante años… Sin embargo Elvis hizo lo posible para que nos sintiéramos como en casa.»

Con el presidente Richard Nixon

El cantante sentía pasión por las armas y también por las placas de policí­a auténticas; de hecho estas aficiones le llevaron hasta la propia Casa Blanca.

En una carta patriótica algo infantil dirigida al presidente Nixon, Elvis Presley pedí­a audiencia debido a su preocupación por el creciente abuso de drogas entre la juventud y ante el avance de la cultura hippy y el comunismo. Desde su posición influyente entre la juventud, le dice a Nixon: «Puedo ayudar a este paí­s al que amo».

En 1970 se producí­a en el Despacho Oval una reunión un tanto esperpéntica: Richard Nixon recibí­a a Elvis, quien solicitó una placa de agente federal de lucha antidroga (él, que era adicto a multitud de fármacos) y entregó como presente una Colt 45 con siete balas de plata.

Nixon viví­a entonces horas bajas por el desarrollo de la guerra de Vietnam, de modo que pensó que una foto con Elvis podí­a otorgarle publicidad entre los jóvenes. Elvis logró su placa y Nixon la instantánea deseada.

La sombra del Coronel

Otro dato curioso es que a lo largo de su carrera sólo dio cinco conciertos oficiales fuera de los EE.UU. Nunca hizo una gira fuera de su paí­s a pesar de ser inmensamente popular en todo el mundo y sobre todo en Europa.

Tal vez habrí­a que preguntarle a su manager, el carismático y avaricioso Coronel Parker, que ni era coronel ni se apellidaba realmente Parker ya que en realidad habí­a nacido en Holanda como Andreas Cornelius van Kuijk.

Parker era capaz de cualquier cosa por aumentar los dividendos de su gallina de los huevos de oro, demostrando siempre una devoción despiadada hacia los intereses de su cliente, controlando aspectos como los derechos de imagen -en lo que fue pionero- e interviniendo en todas las etapas de producción. Hasta en las pelí­culas de Elvis aparece su nombre en los créditos. Exprimió a Elvis todo lo que pudo y peleó hasta el último centavo para aquél y especialmente, para sí­ mismo.

Tom Parker desempeñó un papel en la celebridad de Elvis; sin embargo ni comprendí­a ni le importaba realmente aquella música. Con tal de que su pupilo recibiera un millón de dólares por pelí­cula, lo demás le importaba poco. De hecho no permitió que tocara en directo durante casi una década, cuando en realidad toda la fuerza de Elvis residí­a precisamente en el escenario.

El «Coronel» seguramente sea uno de los personajes más oscuros de la historia del show business.


Elvis con el coronel Tom Parker

Cuando en 1963 asoman con fuerza los Beatles seguidos de cerca por los Rolling Stones, Presley fue pillado por sorpresa; parecí­a que la corona era arrebatada al rey para ser entregada a la siguiente generación del Rock. Mientras los Beatles grababan A hard day’s night, Can’t buy me love y los Stones lanzaban Satisfaction, Elvis se encontraba condenado a interpretar pelí­culas musicales de usar y tirar. Era un suicidio artí­stico.

«¿Por qué no vuelves al sonido de antes?», le preguntó John Lennon. Seguramente Elvis lo querí­a, sin embargo no se enfrentó a su representante, tal vez por miedo, el miedo a perder lo conseguido.

Pelí­culas vulgares y pí­ldoras de colores

Por eso anduvo un tanto desconectado de las inquietudes que rodearon la década prodigiosa. El mundo cambiaba rápidamente y aún con momentos de grandeza, los años 60 pasaron para Elvis entre una neblina de pí­ldoras, sexo, malas pelí­culas y canciones mediocres.

Cuando Elvis regresa a un escenario en Las Vegas en 1969, estaba muy nervioso: no defraudar a sus admiradores siempre habí­a sido para él una obsesión y ahora sabí­a que se habí­a convertido en una especie de bufón de Hollywood y como cantante andaba desfasado. Pero sobre las tablas toda duda quedó disipada: al caer el telón Elvis volví­a a ser el puto amo, el número uno.

Precisamente 1969 sería un año de importantes cambios, con nuevos músicos, mejores temas y un nuevo productor. El resultado, espectacular, con cuatro millones de discos vendidos incluyendo In the ghetto y Suspicious Minds.

Con 34 años se hallaba en el cenit de su carrera, todo parecí­a ir sobre ruedas y sin embargo pronto se sintió nuevamente infeliz. En las siguientes giras su vestimenta fue recargándose de lentejuelas y pedrerí­a. Llegaron más éxitos y al mismo tiempo también la decadencia. Su depresión y sus adicciones estaban demasiado enraizadas.

Aunque el dinero entraba a raudales, salí­a con la misma rapidez. Se cuenta que para mantener su tren de vida necesitaba medio millón de dólares al mes. Se acostumbró a cierto estilo de vida negándose a reducir costes. A pesar de los cientos de millones de dólares que habí­a generado, carecí­a de ahorros y nunca invirtió nada en acciones o fondos.

Señales de deterioro

Dexidrinas para desayunar, inyecciones de vitaminas, combinados quí­micos para mantenerse despierto y bombas variadas de Valium y otras sustancias para inducir el sueño, este coctel de farmacia se convirtió para Elvis en un hábito que, como todo adicto, decí­a controlar.

Ninguno de sus amigos se atrevió durante años a criticarlo, entre otras cosas porque la llamada «mafia de Memphis», los amigos de la infancia que le serví­an de corte, guardaespaldas, confidentes y compañeros de aventura, hací­a exactamente lo mismo. Por cierto, John Lennon manifestó su desprecio hacia toda esa camarilla con la frase: «Los cortesanos mataron al rey».

Cargamentos de pastillas de colores llegaban desde diversos puntos del paí­s y si no ahí­ estaba su médico, el infausto doctor Nick. Uno de los aspectos más deprimentes de su vida fue la facilidad con la que encontró a médicos y farmacéuticos en Los Angeles y Las Vegas dispuestos a recetarle lo que quisiera. Al ser a través de recetas, el cantante se convencí­a a sí­ mismo de que no era un drogadicto.

Aficionado al kárate y a la numerologí­a y con grandes dotes para el canto gospel, hay también otra cosa que siempre acompañó a su carácter: las permanentes dudas espirituales. El cantante portaba en su cuello una cruz cristiana, una medialuna islámica y una estrella de David, como para no errar el tiro con respecto a los paraí­sos posibles.

Habí­a sido su peluquero, Larry Geller quien en 1964 le abriera las puertas de la teologí­a: hinduismo, budismo, cristianismo, autoayuda… Elvis devoró libros dedicados a todos los ismos religiosos en busca de una respuesta a las preguntas que aquejan a todo ser humano pero en tal sentido nunca conseguirí­a alcanzar una estabilidad interior.

¡Yo también he visto a Elvis!

A las 22.30 horas del 15 de agosto de 1977 Elvis salió de Graceland vestido con una camiseta de la DEA (la Agencia Anti Drogas) y dos pistolas al cinto para ir a visitar a su dentista. Al regresar a casa llamó al doctor Nichopoulos (el Dr. Nick que decí­amos antes) para pedirle unos sedantes que un empleado compró en una farmacia de 24 horas.

Como en plena madrugada seguí­a despierto, jugó un poco al tenis. Se aburrió. Se sentó al piano. También se aburrió. Volvió a su habitación y se tomó el primero de tres combinaciones de somní­feros, barbitúricos y placebos recetado por el médico. Un poco después se tomó una segunda dosis y finalmente la tercera.

Todaví­a incapaz de dormir le dijo a Ginger Alden de 21 años, su compañera de entonces, que se iba a leer al baño. Más tarde Ginger despertó y al no encontrar a Elvis fue a buscarle. Lo encontró muerto, tendido boca abajo sobre el suelo del baño: se habí­a mordido la lengua casi partiéndosela en dos. Su muerte se atribuyó a un paro cardí­aco y la autopsia reveló que habí­a consumido 14 estupefacientes. Tení­a 42 años y pesaba casi 130 kilos.


El 18 de agosto se ofició el funeral en Graceland con una hilera de 16 limusinas blancas, 40 furgonetas cargadas con coronas de flores y 150 policí­as y guardias nacionales intentando contener a una multitud de 50.000 personas. El ataúd fue conducido al cementerio local pero más tarde y ante el temor de que robaran el cuerpo de Elvis, el féretro se trasladarí­a a su actual ubicación en Graceland.

Y volvamos al í­nclito coronel que no era coronel, a quien desde luego no le resultaron mal los negocios.

Andreas Cornelis van Kuijk (su verdadero nombre) era un grumete que a los 17 años entró ilegalmente en los EEUU y consiguió reinventarse a sí­ mismo de arriba a abajo. Al estar indocumentado jamás tuvo pasaporte, lo que explica que nunca abandonase el paí­s, por ejemplo para unas previsibles giras internacionales.

En 1979 fallece Vernon, el padre de Elvis y los tribunales de Memphis se interesan por el caso de Lisa Marie Presley, menor de edad y única heredera.

Intrigado por la enorme comisión del 50% que se llevaba Parker, un juez de Memphis ordenó una investigación con un resultado asombroso: «The Colonel» fue acusado de actuar siempre en beneficio propio: habí­a vendido los royalties de todas las grabaciones de Elvis anteriores a 1973 y remontándose a los tiempos de la RCA. Seis millones de dólares para él, 4,5 millones para Elvis. Afortunadamente su contrato de representación acabarí­a siendo invalidado por los tribunales y Priscilla, madre de la única heredera de Elvis, se encontró al frente del imperio.

Existen docenas de biografí­as sobre el rey del rock que repasan una vida intensa y su legado artí­stico; unas elevan el mito hasta la mayor de las cumbres; otras prefieren escarbar en cualquiera de las debilidades todo lo posible.

En realidad casi todo aquel que entabló relación con él acabarí­a publicando algún libro o está en ví­as de hacerlo. Memphis se convertiría en un lugar de peregrinación y como muchos fans se negaban a creerlo muerto, comenzaron los primeros «avistamientos». En seguida surgieron imitadores por todo el mundo.


Existen un montón de versiones diferentes para los mismos hechos, en cualquier caso nunca existió un rey más querido por sus súbditos. El legado de Elvis se cuida y mucho, no en vano 34 años después de su muerte su música y su figura continúan siendo un negocio floreciente. Elvis Presley Enterprises es la firma con base en Memphis que controla tan lucrativos bienes.

También yo quise escarbar un poco en las zonas oscuras relativas a la vida del cantante y su entorno, y no puede negarse que hay mucha miga en toda esa historia. Duele constatar que finalmente una serie de circunstancias lo alejasen del Elvis Presley de los años 50, cuando era puro Rock and Roll.

Fuentes principales:
[1] [2] [3] [4]

Y una magní­fica galerí­a de fotos del Elvis en The Selvedge Yard.

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