Fred Demara, el rey de los impostores

Alguien con suficiente carisma puede convencerte de cualquier cosa. No importa de qué se trate, siempre será fácil sucumbir cautivado por un buen impostor. Es más, seguramente no rechazarías la oportunidad de conocer de cerca a alguien que eleva el engaño a la categoría de arte.

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Inteligente y devoto

En 1921 nace Ferdinand Waldo Demara Jr. en Lawrence, Massachussets. Su padre había trabajado como operador de cine y la familia vivía holgadamente en un vecindario de clase alta. Además un tío suyo tenía en propiedad muchos de los teatros en Lawrence. Pero la Gran Depresión del 29 condujo a la familia. como a tantí­simos otras, a la bancarrota. Hubieron de irse entonces a una zona pobre de la ciudad para seguir subsistiendo.

Quienes lo conocieron aseguran que poseí­a carisma, alto coeficiente intelectual y una excelente memoria fotográfica. Era además un devoto religioso, lo que le llevó a los 16 años de edad a escaparse de la casa paterna con el fin de unirse a una orden de monjes de Rhode Island en la que se sabe permaneció un par de años.

En 1941 se alista en el Ejército e inicia una brillante carrera usurpando la identidad de otras personas, lo que darí­a lugar a su apodo: The Great impostor.

Del monasterio al ejército y de ahí a la docencia

Su primer engaño consistió en hacerse pasar por un compañero para lograr una serie de permisos especiales.

Luego de aquello Demara se refugió en un monasterio cercano a Louisville, Kentucky (lo de la vida monacal es algo a lo que regresó una y otra vez durante toda la vida, incluso ayudó a fundar un colegio religioso). Al finalizar la Segunda Guerra Mundial ingresa en la Marina.

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Fred quiere un puesto de mando y al no conseguirlo, desaparece. Lo hace simulando su propio suicidio para adoptar una identidad nueva, la de un oficial psicólogo de la Marina al que habí­a conocido.

Pronto se agenció los papeles que le identificaban como Robert Linton French, doctor en Psicologí­a de Stanford e investigador en Yale y como tal ejerció la docencia en la Universidad de Pennsylvania a pesar de que apenas tení­a la secundaria.

Años después confesó a la revista Life:

«Me limitaba a mantenerme un paso por delante de la clase. La mejor manera de aprender algo es enseñarlo».

En 1950 se presenta en Maine como biólogo e investigador del cáncer (por supuesto tení­a papeles que así lo acreditaban, algo en lo que siempre fue un maestro) y es contratado como administrador en la escuela de Notre Dame bajo la identidad del Dr. Cecil Hamman.

Por espacio de un año estudia leyes en la Northeastern University de Boston, trabaja como celador en una clínica y además se une a los Hermanos de la Instrucción Cristiana, una orden católica de Maine, como el hermano John Payne.

El FBI lo atrapa pero únicamente bajo la acusación de haber desertado de la Armada y pasa año y medio en una cárcel californiana.

Cirujano de guerra

En su última aventura religiosa habí­a conocido al Dr. Joseph Cyr, cirujano naval canadiense a quien roba la identidad en seguida para llevar a cabo su mayor desafío.

Estamos ante un observador incisivo bien documentado que prepara a conciencia sus pasos y al relacionarse o acudir a entrevistas de trabajo impresiona favorable y vivamente a los demás, hasta el punto de ser admitido en cualquier círculo profesional.

Sin embargo una vez alcanzado el objetivo e inmerso en un nuevo papel, se desmotiva y necesita asaltar otra identidad. El deseo de suplantar personalidades de otros permaneció toda su vida.

El falso doctor Cyr se presentó en una oficina de reclutamiento de la Marina canadiense, fue alistado y durante un par de meses trató en el hospital militar de Halifax a pacientes psiquiátricos desenvolviéndose bien gracias a sus lecturas de Freud y Jung.

Más tarde dirí­a:

«La Psiquiatrí­a no tiene mucho misterio. Cualquiera con sentido común puede practicarla».

Acto seguido se incorpora al destructor Cayuga destinado a la Guerra de Corea como cirujano naval. Después de extraer 3 dientes al capitán -buscó frenéticamente cómo hacerlo en un libro de medicina momentos antes- sintió cómo la adrenalina del engaño recorría sus venas con fuerza.

Sin ninguna formación médica, una vez más se las arreglarí­a perfectamente.

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En una noche tormentosa, sacudido violentamente el barco, tuvo que atender a 16 soldados coreanos heridos de distinta consideración que habí­an sido evacuados al Cayuga.

Cosió heridas, taponó arterias y extrajo metralla rogando a Dios no matar a nadie. Con una confianza en sí mismo desconcertante sacó una bala alojada peligrosamente cerca del corazón de uno e intervino con éxito en el pulmón a otro hombre con tuberculosis.

Al terminar aquella noche angustiosa, Demara se emborrachó de ron, se desplomó sobre su litera y durmió durante casi dos dí­as.

Al parecer, mientras quirófano y heridos eran preparados para una intervención, Fred Demara se encerraba en su habitación tratando de memorizar procedimientos de los manuales de cirugía.

Reconocido por la prensa

Estas intervenciones aumentaron su fama y prestigio y eso mismo lo desenmascaró.

Un periódico canadiense publicó un artí­culo en el que hablaba del buen hacer del cirujano, artículo que leyó la madre del verdadero doctor Cyr, quien alertó a las autoridades.

Demara fue expulsado a los EEUU pero la Marina canadiense no presentó cargos, seguramente para no dar publicidad al asunto.

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En 1952, tal vez porque bebí­a mucho y necesitaba dinero, vendió su historia a la revista Life por 2.500 dólares. Lo malo es que esa nueva popularidad amenazaba su estilo de vida y hubo de buscar ocupaciones más discretas.

A la caza de un nuevo disfraz aterriza en Texas donde se hace llamar Ben Jones y con inaudita velocidad se convierte en asistente del director de la prisión de Huntsville.

Tan rápido ascenso se detiene bruscamente cuando un preso lo reconoce por haberlo visto en la prensa. Fred huye en plena noche y es arrestado bajo las acusaciones de embriaguez, vagancia, falsificación y suplantación de identidad. Curiosamente el estado de Texas retira los cargos y se limita a expulsarle de allí. ¿Los encandiló a ellos también?

Respetado maestro en la costa este

Inquieto y acosado, Demara emigra a la costa Este y se coloca en una escuela para enfermos mentales de Brooklyn, Nueva York. Ahora es Frank Kingston.

Puede verse que mantuvo siempre, además de predilección por la austeridad de la vida monástica, un afán desmedido, una verdadera pasión por las ciencias médicas y por la docencia.

Escucha entonces por la radio la difí­cil situación de la Escuela de North Haven, pequeña isla de Maine, a punto de cerrar si no consigue un maestro con urgencia. La ocasión la pintan calva: Demara presenta las credenciales de un maestro altamente cualificado, Martin Godgart, y obtiene el puesto de trabajo.

A finales del verano de 1956 desembarca del ferry (así lo recuerdan) con su imponente figura de 1.88 cm. y más de 110 Kg. de peso, corte de pelo militar y vestido completamente de negro.

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Godgart, profesor de inglés y latín de secundaria es fuera de las aulas un ciudadano entusiasta que participa en distintos proyectos comunitarios de la pequeña y remota comunidad isleña de North Haven.

Pero pasado un tiempo, comienza a actuar de forma extraña, como si la vida respetable estuviera ahogándolo.

Un día saca una pistola cargada poniéndola sobre la mesa para que la vieran los chicos de la escuela. Falta a clase, se vuelve temeroso e imprudente, fanfarronea contando historietas de su pasado… Y como hasta el último de los pueblos también llegan las noticias, en North Haven acaban leyendo el artí­culo que la revista Life le habí­a dedicado.

Se destapa el fraude y dos detectives enviados desde tierra firme lo detienen. En el juzgado de Augusta es acusado por carecer de licencia de profesor en el estado de Maine; sin embargo el juez razonó que en realidad no habí­a delito contra los bienes ajenos y una vez más fue simplemente expulsado de allí.

Los isleños no volvieron a ver a míster Godgart pero a cualquier reportero que llegaba para indagar siempre dijeron que habí­a sido una de las personas más queridas de la comunidad.

Su vida llevada al cine

En el año 1959 el escritor Robert Crichton convertirí­a en novela la vida de Fred Demara, «El Gran Impostor», dos años más tarde adaptada al cine con el mismo tí­tulo por Liam O’Brien bajo la dirección de Robert Mulligan y protagonizada por Tony Curtis recreando con gracia y encanto al propio Demara.

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Queda demostrado que la realidad puede siempre superar a la ficción. En este caso la extraña realidad de una persona que ante la ley es un farsante pero que sistemáticamente obtiene la estima y consideración en todas las profesiones (y fueron muchas las que desempeñó).

Al final, el hombre que siempre buscó el respeto vistiendo la piel de otras personas, se habí­a hecho famoso simplemente siendo él mismo.

Pero una vez que la emoción de la fama desaparece, Demara iba apagándose y era un hombre infeliz. Abordó un par de «disfraces» más como maestro y terminó viviendo en un monasterio del norte de Minnesota. En 1970 se convirtió en el reverendo Fred Demara en una pequeña iglesia en Washington.

Los últimos años

A principios de los años sesenta trabajó como consejero en un albergue para personas sin hogar de Los Angeles y en los setenta como capellán de un hospital de Anaheim, también en California, ahora con su verdadero nombre, ayudando a enfermos y moribundos.

Cuando su pintoresco pasado salió a la luz estuvo a punto de ser despedido pero gracias al apoyo del director del centro, con el que Demara habí­a forjado una estrecha amistad, le permitieron continuar en el hospital.

A lo largo de toda su vida, Demara había cosechado amistad y buenas relaciones con una amplia variedad de personas notables. Hay por ejemplo un dato muy curioso: fue él quien dio la extremaunción al actor Steve McQueen en noviembre de 1980.

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Poco después él mismo sufre un empeoramiento de salud a causa de la diabetes, el sobrepeso y el abuso del alcohol. La enfermedad hizo que tuvieran que amputarle ambas piernas y en ese mismo hospital murió de un fallo cardíaco en 1982.

Un camaleonismo digno de estudio

Buscando de puerta en puerta, saltando de un personaje a otro, Fred Demara alcanzó el nivel de maestro de la impostura. Sus engaños representan un cadena de desafíos que le hacían superarse.

Cuando le preguntaron las motivaciones de sus actos, solía limitarse a responder:

«Picardí­a, sólo picardí­a».

Con los años, psiquiatras y estudiosos de la criminalidad han tratado de adivinar lo que condujo al «camaleonismo» de Demara, quien sigue siendo un célebre caso de fraude compulsivo.

En resumen, este hombre viajó a lo largo y ancho de Estados Unidos suplantando con éxito un sinfí­n de personalidades, desempeñó cargos docentes y universitarios, fue cirujano naval y monje, guardia de prisiones, conductor de autobús, investigador, experto en el cuidado de niños, enfermos y ancianos…

¿Cómo lo consiguió? Desfigurando hechos, falsificando papeles, fingiendo con todo el arte del mundo. No obtuvo especiales ganancias con ello, sólo respetabilidad o reconocimiento.

Como dejó dicho D. Ramón J. Sénder:

«El hombre, cualquier hombre, no necesita ni quiere ser tal vez amado pero sí que necesita y quiere ser tenido en cuenta».

En You Bet Your Life, programa emitido durante los años 50 de forma simultánea por radio y TV presentado por el gran Groucho Marx, Demara aparece en el siguiente episodio de 1959 aproximadamente a partir del minuto 7.

Fuentes:
BDN Maine
TECH Insider

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