Gabriel Celaya: «Tranquilamente hablando»

Puede reírse el mundo
con sus mandíbulas, con sus huesos,
su esqueleto batiente de rabia seca y dura,
con sarcasmo y aristas,
puede reírse, enorme, sin verme tan siquiera.
Porque estoy solo, y, solo,
yo lloro, no lo entiendo.
Pese al odio, al cansancio, las lágrimas, los dientes,
pese a las durezas de sangre congelada,
yo que pude seguirlo,
reírme como el mundo,
no lo entiendo -es sencillo-
no entiendo su locura.

Si sube la marea,
si estoy en el balcón, y es de noche, y me crece
por dentro una ternura,
no lo entiendo, no entiendo
(debo ser algo tonto),
no entiendo esos ladridos y esa espuma del odio.

Serena noche, lenta
procesión de otros mundos,
vosotros que sabéis qué chiquito es mi pecho,
sabéis también que late,
que, triste, llama dentro
mi corazón sin nadie,
mi angustia sin destino
mi sola soledad en medio de la risa.

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