Guitarras vengadoras


La música de guitarras, que es la que básicamente me ha gustado desde siempre, parece condenada al olvido (a veces pienso si se habrá extinguido). No valen los ejemplos en que, como decí­an los «No me pises que llevo chanclas»:

«Y ahora en medio de esta cansión, como en medio de todas las cansiones, viene un punteo.»

No vale, digo, introducir un punteo convencional por aguerrido que parezca para dar consistencia a una canción liviana que es desafortunada en todo lo demás.

Tiempo hubo en que un riff poderoso dejaba ante ti el tiempo en suspenso, estremecí­a tus fibras de arriba a abajo, te motivaba a trabajar y a progresar, a correr, a hacer el amor, a reí­r o a llorar. A soñar… Y ahora parece haber caí­do al desprestigio un buen par de guitarras eléctricas dialogando entrelazadas.

Esperemos que sea cí­clico, aunque sospecho que para que a la música vuelva ese latido habrí­a que abandonar muchas cosas y recuperar otras tantas.

Las nuevas generaciones atrapadas por la tecnología, no podrán ya alejarse del móvil o del ordenador y de sus listas prefabricadas que llegan a partir del algoritmo y a golpe publicitario, máxime cuando el modo actual de consumir música es sencillamente vertiginoso. No hay tiempo para desmenuzar un álbum y aliarse con el recorrido de una banda.

Unos auriculares o unos altavoces mediocres reproduciendo un mal mp3 tampoco ayudan, aunque de todas formas no parece existir suficiente conocimiento ni interés por descubrir joyas musicales de anteriores décadas (es triste que solamente la publicidad, y solamente ella, tenga la fuerza suficiente para rescatar viejas y gloriosas canciones).

No veo llegado el momento en que la radio recupere el terreno perdido, sin embargo el medio en sí mismo no es recuperable, como tampoco lo es la prensa escrita. Salvo mínimas excepciones, en este país no quedan emisoras independientes, ni revistas especializadas y tampoco van a resurgir de sus cenizas todos aquellos locales que daban cobijo a la música en vivo. De programas de televisión, mejor no hablar, es un erial: tenemos canales temáticos de videoclips comerciales sin fin ¿La viscosa música latina ¿El inaguantable rapeo? ¿La electrónica impersonal?

Solo conozco los conciertos de Radio 3 en TVE 2 y «Nos queda la música» y «Central de Sonidos», presentados por José Luis Casado en La Otra, el segundo canal de Telemadrid. Por cierto, todos ellos a horas intempestivas, como si disfrutar buena música fuera cosa de proscritos.


Después de entregarse a la fórmula del boom instantáneo, las discográficas se están comiendo su propio marrón. ¿Está condenada a muerte la música de bandas con guitarras? Si revisamos las ventas en los últimos años, dirí­a que sí­. Entre OT’s, Factores X y nuevas formas de consumo, las canciones parecen más prefabricadas que nunca. Y si no ahí­ está el propio Youtube y demás redes aupando hasta la cima mundial lo más chabacano y pueril (es alarmante cómo triunfan los bodrios más insospechados).

Subyace, y esto me parece más grave aún, una incapacidad creativa generalizada. En el caso de los videoclips televisivos que imperan, sus protagonistas son chavalitas candorosas o despelotadas y chicos malotes depilados que a lo más que pueden aspirar es a imitar estereotipos preexistentes. No son ellos mismos, no son músicos ni letristas. Son poses. Lo siento, creo que ninguno va a ir a parte alguna más allá de sumar likes. Hay un continuo espectáculo bobo con jurados folklóricos evaluando a personas sin talento en medio de un show repleto de grititos y lágrimas de familiares porque el niño aparece en prime time. Un circo que hace retroceder a la música décadas enteras.


En el lejano S. XX, años 60, 70, 80 e incluso 90, existió una extraña costumbre: no era raro que un joven tuviese la ocurrencia de adquirir una guitarra, aprender a tocarla y comenzar a componer letras para dar salida a sus sentimientos e inquietudes. No lo tenía nada fácil, pero buscaba -y encontraba- gente afín con la que montar una banda y con suficiente pasión y perseverancia intentaban buscarse la vida. Así­ daba inicio una aventura a menudo fascinante.

No faltó gente dispuesta a mojarse en esa travesí­a, ahora en cambio parece que no. Es el signo de estos tiempos donde impera la cultura de usar y tirar, el pelotazo friki y el ansia por tomar cualquier atajo.

Una juventud artí­sticamente inquieta, algo intrínseco a esa edad, con un verdadero sueño musical en el alma, desarrolla su talento en diferentes direcciones y ambientes a base de trabajo. Y para eso no existen atajos.

Llegará el dí­a en que desde el mismí­simo epicentro del infierno los auténticos himnos de guitarras emergerán de nuevo para vengarse de todos nosotros.

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