James Ellroy, el escritor de crímenes con una vida turbulenta

«La literatura no es más que la historia de hombres aislados sobrepasados por lo que les rodea, que intentan dar forma a lo que ocurre a su alrededor y que se ven forzados al cambio mientras interactúan con los acontecimientos y conocen a una mujer.»

James Ellroy, nacido como Lee Earle Ellroy en 1948 en Los Angeles.

Siguiendo la estela de la gran novela policial norteamericana iniciada en la década de 1930 por Dashiell Hammett y Raymond Chandler, hemos de incluir a James Ellroy, uno de los más destacados escritores de novela negra y autor de ensayos y artículos que analizan y desglosan crímenes reales.

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Su forma de escribir se caracteriza por una narrativa telegráfica de frases duras y cortantes, imprimiendo un ritmo endiablado que a menudo recuerda a un guión de cine. No hay palabras o explicaciones de más, ningún miramiento retórico (quizá esta sea la mejor forma de decir mucho con pocas palabras), para un conjunto de historias que destilan una negrura impresionante.

A lo largo de los años Elroy ha retratado una Norteamérica autoritaria de personajes envueltos en el pesimismo, la decadencia y carentes de esperanzas.

Con La dalia negra, adaptada al cine por Brian de Palma, El gran desierto y L. A. Confidential (magnífica la película) adquirió maestría y prestigio dentro del género negro. Después llegó una trilogía de altura: América, Seis de los grandes y Sangre vagabunda.

La inmersión en el conjunto de su obra permite seguir la historia de su paí­s a través de los entresijos polí­ticos, mafiosos y policiales. Se trata de un universo sórdido donde las buenas intenciones no aparecen nunca. Nadie se libra, todo se encuentra bajo el dominio de sucios intereses movidos por la venganza, la traición y por supuesto el vil metal.

Hace poco leí­ Mis Rincones Oscuros (My Dark Places), una de sus novelas semi olvidadas. Data de 1996 y en sentido estricto no es una novela al uso, sino un ejercicio de memoria e investigación que parte de un suceso tan real como aterrador.

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En 1958, cuando Ellroy tení­a 10 años, encontraron el cadáver de su madre en la cuneta de una pequeña localidad cercana a Los Angeles donde viví­an ella y él (sus padres estaban divorciados). Apareció estrangulada con sus medias. El autor del asesinato no fue encontrado y el caso hubo de cerrarse.

Muchos años más tarde, el propio Ellroy emprendió una investigación por su cuenta con la ayuda de un policía de homicidios retirado y a pesar del trabajo concienzudo de ambos tampoco entonces consiguieron averiguar la identidad del asesino.

Mis Rincones Oscuros es un relato sobrecogedor por la precisión y laconismo con el que el autor acomete la explicación de la muerte de su propia madre, desmenuzando al detalle tanto la investigación policial inicial como la posterior que él mismo realizó décadas después. También es un viaje a las zonas que la memoria oculta, de ahí el título.

En este libro no hay concesión al sentimentalismo; tampoco su autor pone énfasis en el horror. De hecho parece un informe policial frí­o y distanciado aunque en ocasiones no consiga mantenerse al margen. Lógico, si tenemos en cuenta que al fin y al cabo constituye la experiencia traumática de un niño. ¿Quién podría llegar a un acuerdo con las emociones que rodean el asesinato de una madre?

Ellroy ajusta cuentas con su madre enjuiciándola con una sinceridad brutal en un intento no sólo de encontrar al asesino sino también de reconciliarse con sus fantasmas. Sella así con tinta y sangre el amor que no pudo recibir en su infancia. James Elroy ha confesado que el libro ejerció sobre él una terapia colosal:

«No encontré al asesino, pero la encontré a ella; solo desde entonces tuve paz al pensar en mi madre».

Un hecho tan violento marcaría toda su vida posterior.

Aún adolescente, abandonó la escuela y se dedicó a vagabundear. Su padre murió y él se alistó brevemente en el Ejército, para caer poco después de cabeza en el alcoholismo y las drogas. Desayuna un cuarto de litro de whisky mezclado con elixir bucal, se hace adicto a las anfetaminas y a los inhaladores, duerme en las calles viviendo como un indigente. Además era una especie de pervertido sexual colándose en domicilios ajenos en busca de lencería de chicas que le obsesionaban, robaba en supermercados, pasó por la cárcel y sufrió dos neumoní­as. Hubo otras barbaridades que prefiero no contar por aquí…

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A pesar de todo pudo rehacer su vida desde Alcohólicos Anónimos consiguiendo empleo como caddy en un campo de golf y dedicándose a escribir en serio.

Paradójicamente, de la travesía por el infierno emergió una poderosa y decidida vocación de escribir. Desde entonces, centrado en el género policíaco, ha cosechado una gran éxito desarrollando ese tono macabro y pesimista en unos mundos literarios tan horribles como seductores.

Y ahí sigue James Ellroy, un escritor frenético, descarado e inquietante y una persona contundente e incorrecta siempre. Hoy es uno de los grandes narradores contemporáneos y nadie podrá negar que se trata de una bestia literaria: no necesita nada más que unas páginas para atraparte y obligar a que termines su novela, por muchas páginas que tenga. ¿Cuántos pueden decir lo mismo?

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