Jiménez de la Espada en la Comisión Cientí­fica del Pací­fico

La denominada Comisión Cientí­fica del Pací­fico fue la expedición ultramarina española más importante de la época isabelina y una de las más relevantes que se enviaron a América desde Europa en el S. XIX.

Antecedentes

Desde finales del XVIII tanto Francia como Inglaterra habí­an impulsado una intensa actividad expedicionaria por las costas del Nuevo Mundo. Por supuesto España deseaba no quedar atrás en ese sentido; era además una época de interés creciente por los asuntos cientí­ficos y los estados estaban dispuestos a fomentar iniciativas que permitieran abrir horizontes y a la vez acrecentar el propio prestigio internacional.

Miembros de la Comisión científica del Pacífico

España ya habí­a organizado a lo largo del siglo XVIII varias expediciones al continente americano: en 1777 al Virreinato del Perú, en 1783 al Nuevo Reino de Granada, dirigida por el médico, botánico y matemático gaditano José Celestino Mutis y en 1787 al Virreinato de Nueva España. A ésas hay que sumar la que llevó a cabo Alejandro Malaspina en 1789.

La del S. XIX se concibió en la Corte de Isabel II como una operación militar a la par que cientí­fica, con objeto de reforzar la maltrecha presencia española en las costas americanas del Pací­fico.

Bajo la influencia de los logros del gran geógrafo Alexander Von Humboldt, los responsables de la operación decidieron darle un enfoque cientí­fico integral y serio, esto es, realizar un completo análisis de la biodiversidad, geografí­a y antropologí­a del continente americano como nunca se habí­a hecho hasta entonces.

No sólo iba a documentarse gráficamente, también se recogerí­an multitud de especí­menes, tanto vivos como muertos, destinados al Museo de Ciencias Naturales y al Jardí­n Botánico de Madrid. Para ello se eligieron ocho naturalistas, de los que cuatro eran zoólogos. Jiménez de la Espada logró ser uno de ellos.

Marcos Jiménez de la Espada (Cartagena, 1831- Madrid, 1898) es uno de los cientí­ficos españoles más importante del siglo XIX. Zoólogo y explorador, fue el más significativo de los ocho componentes de la Comisión Cientí­fica del Pací­fico. Aunque la zoologí­a fuera su especialidad, también abordó con brillantez la Historia y la Geografí­a. Un naturalista total.

Tras estudiar Ciencias Naturales en Madrid y ser ayudante de Mineralogí­a y Geologí­a en el Museo de Ciencias Naturales de la Corte donde impartió clases, se encargó del Jardí­n Zoológico de Aclimatación ubicado en el Real Jardí­n Botánico de Madrid.

Tení­a 31 años cuando fue elegido miembro de la Comisión del Pací­fico. Sería el primero en enviar a Europa ejemplares de fauna procedentes del continente americano desconocidos hasta ese momento.

Un largo periplo por América del Sur

La expedición se llevó a cabo entre 1862 y 1865 y estuvo integrada por tres zoólogos, Patricio Paz, Francisco de Paula Martí­nez y Marcos Jiménez de la Espada, un geólogo-entomólogo (Fernando Amor), un botánico (Juan Isern), un antropólogo (Manuel Almagro), un taxidermista (Bartolomé Puig) y un dibujante-fotógrafo (Rafael Castro y Ordóñez).

Viajaron primeramente por tierras de Brasil, Rí­o de la Plata y Chile. Fueron meses de deslumbramiento ante las bellezas y atractivos de la naturaleza tropical y de entusiasmo ante los estí­mulos intelectuales procedentes de unas sociedades pluriétnicas en constante transformación.

El grupo se dividió en Montevideo para dirigirse a Valparaí­so. Paz, Amor, Isern y Almagro emprendieron el viaje remontando el Paraná y luego cruzaron las pampas argentinas y los Andes en diligencia y a caballo. El resto eligió la ví­a marí­tima: Jiménez de la Espada pasó el difí­cil estrecho de Magallanes; sus colegas Martí­nez, Puig y el fotógrafo Castro hicieron la travesí­a por el cabo de Hornos.

Sentado, Marcos Jiménez de la Espada

Martí­nez, Castro, Puig y Amor llegaron hasta California, donde éste último falleció en la ciudad de San Francisco. Jiménez de la Espada, por su parte, hizo una gira por puertos de diversos paí­ses centroamericanos. Isern y Almagro pasaron la mayor parte de ese tiempo haciendo herborizaciones y excavaciones arqueológicas en tierras bolivianas y peruanas.

A lo largo de ese perí­odo las relaciones entre los comisionados y los jefes de la Escuadra fueron a peor y la antipatí­a entre unos y otros se hizo recí­proca.

Jiménez de la Espada, al parecer, se manifestó como el más crí­tico en aspectos concernientes a la organización del viaje y junto a Issern, el miembro más activo y audaz. Los naturalistas dieron muestras de estar hartos de decisiones poco meditadas y autoritarias por parte de los responsables.

Para colmo se estaban deteriorando rápidamente las relaciones entre España y las distintas repúblicas hispanoamericanas.

Aunque recibieron la orden de «abortar misión» y regresar a España, sólo lo hizo el fotógrafo Castro. El taxidermista decidió permanecer en Chile tras casarse con una joven de aquel paí­s y el resto del equipo renegoció con Madrid continuar y emprender el regreso atravesando el continente sudamericano por su parte más ancha, cruzando los Andes ecuatoriales y la cuenca hidrográfica amazónica: desde Ecuador a la desembocadura Amazonas.


Caballeros elegantes hasta para viajar

Martí­nez, Jiménez de la Espada, Almagro e Isern prepararon un itinerario a partir de Guayaquil, primero en un barco a vapor y después en recuas de mulas ascendiendo los Andes.

Semanas después bajaron por Quito y siguiendo la ruta de Francisco de Orellana, exploraron el este de Ecuador y luego descendieron por el Amazonas en canoa, balsa y vapor en un viaje heroico, afrontando un sinfí­n de obstáculos.

Finalmente Almagro se dirigió a La Habana y Martí­nez, Jiménez de la Espada y un gravemente enfermo Isern, se embarcaron en Pernambuco (la actual Recife) rumbo a Lisboa.

Todos ellos se reunirí­an en Madrid en enero de 1866. Dí­as después fallecerí­a el laborioso Juan Isern.

Para el seguimiento de las dos primeras etapas disponemos de numerosos testimonios escritos y de uno en particular: la cámara de Rafael Castro y Ordóñez. Precisamente el hecho de que se incorporase a la expedición un dibujante-fotógrafo y que conservemos una parte representativa de ese legado técnico y artí­stico, reviste a esa empresa cientí­fica de un especial valor historiográfico.

Gracias a la cámara de Castro podemos aproximarnos a la configuración urbana de las ciudades que recorrieron esos viajeros, percatarnos de la magnificencia de la naturaleza americana y comprobar la complejidad de esas sociedades multiétnicas. Se le puede considerar uno de los pioneros del reportaje gráfico en España.

Rafael Castro y Ordoñez, fotógrafo de la Comisión Científica del Pacífico, pintor y pionero de la fotografía en nuestro país.

Almagro hizo una crónica oficial del viaje. Amor e Isern enviaron diversas cartas y escritos a periódicos madrileños. Tanto Martí­nez como Jiménez de la Espada escribieron sendos diarios pero es éste último quien nos legó unas descripciones de particular viveza y poder evocador.

En su periplo americano Jiménez de la Espada, que siguió las huellas de Humboldt, observó la naturaleza, el paisaje y las culturas de un mundo nuevo para él desde una óptica totalizadora y armónica.

La mirada de ese naturalista romántico se caracteriza por una singular simbiosis de razón y sentimiento. Su rigor cientí­fico no fue incompatible con la utilización de otros ingredientes más subjetivos, como el idealismo y distintas referencias humanistas.

Gracias a su testimonio, sus contemporáneos pudieron por vez primera descubrir muchos detalles de la realidad americana hasta entonces desconocidos.

Con la marcha de Castro, el trabajo gráfico corrió a cargo del propio Jiménez de la Espada, que incluyó numerosos dibujos de los paisajes que visitó durante la travesí­a en su diario.

Muchos de estos dibujos son de volcanes, por los que parecí­a sentir una especial atracción que le llevó a escalar cuantos se encontró en el camino: Izalco en El Salvador y Cotopaxi, Sumaco y Pichincha en Ecuador. En el inmenso cráter de este último, Jiménez de Espada se perdió, quedando cuatro dí­as sin comer, sufriendo aguaceros, nevadas y temblores de tierra; su salvación fue providencial.

Tras el regreso

A su regreso a Madrid, Jiménez de la Espada se reincorpora a la Universidad y a su trabajo en el Museo. Los años siguientes los dedicará a organizar y estudiar el ingente material traí­do en la expedición, hasta ser un autor de referencia para zoólogos de toda Europa.

Además se transformó en historiador, convirtiéndose en el último cuarto del siglo XIX en uno de los más importantes animadores de la incipiente comunidad cientí­fica de americanistas.

Durante la aventura americana Jiménez de la Espada recolectó todo tipo de animales que no sólo estudió, sino que también envió vivos, a Madrid. Distintos ejemplares de mamí­feros, aves y reptiles que hasta entonces no se habí­an llevado nunca a Europa, entre ellos algunos tan caracterí­sticos como la mara o liebre de la Patagonia, el guanaco, el cisne de cuello negro y el cóndor de los Andes. Muchos de los descendientes de estos animales serí­an cedidos más tarde a diversos jardines zoológicos europeos.

Itinerarios de la Comisión Científica del Pacífico

En 1871 cofundó la Sociedad Española de Historia Natural y en 1876 es socio fundador de la Sociedad Geográfica de Madrid. En 1877 ingresa en la dirección de la Asociación Española para la Exploración de África y en 1883 en la Academia de la Historia, desde donde dirigió la reedición de las obras de grandes viajeros medievales y modernos como Pero Tafur y el jesuita Bernabé Cobo y los estudios sobre el Perú prehispánico de Pedro Cieza de León y Bartolomé de las Casas.

En los últimos años de su vida cosechó el mayor reconocimiento internacional por su obra, participando en congresos americanistas.

Su labor en pro de la divulgación de la antigua cultura incaica le valió la concesión de una medalla de oro por parte del Gobierno peruano. También se le nombró miembro de la Sociedad Berlinesa de Antropologí­a, Etnografí­a y Prehistoria, de la Real Sociedad Geográfica de Londres y de la Real Academia de Ciencias Exactas, Fí­sicas y Naturales de Madrid. En 1895 accedió a la presidencia de la Sociedad Española de Historia Natural que él mismo habí­a contribuido a fundar.

Francisco Giner de los Rí­os y otros amigos que habí­a hecho en la Institución Libre de Enseñanza le presentaron como sí­mbolo del regeneracionismo cientí­fico español durante una ceremonia de homenaje oficiada tras su muerte en 1898.

La Comisión Cientí­fica del Pací­fico de 1862 quedó en el olvido durante muchos años a pesar de la gran cantidad de información que aportó a la ciencia en aquel momento.

Fuente principal | CSIC

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