Julius Fucik: esperando a la muerte en la celda 267

«He vivido para la alegrí­a y por la alegrí­a muero. Agravio e injusticia serí­a colocar sobre mi tumba un ángel de tristeza».

Julius Fucí­k, Reportaje al pie de la horca.

Originario de un familia trabajadora (su padre era trabajador del acero), Julius Fucik nació en Praga en 1903 y muy pronto se sintió atraí­do por la literatura y la polí­tica.

En 1913, Fu?ík se mudó con su familia a Pilsen donde asistió a la escuela secundaria profesional estatal y estudió filosofí­a. En 1921 ingresa en el Partido Comunista de Checoslovaquia e inicia una intensa labor como crí­tico literario y periodista, siendo redactor de distintas publicaciones de izquierdas como Rude Pravo y Tvorba, con reportajes sobre temas sociales y culturales que le preocupaban.

En la década de los años 30 son famosos sus escritos en los ambientes combativos de Praga por la claridad y vehemencia con que denuncia los peligros del fascismo. En el 38 se casa con Augusta Kodericova, más tarde conocida como Gusta Fucikova.

No se doblegó ni ante la censura impuesta por el gobierno checo tras la cesión de los Sudetes a Alemania en 1938, ni con la invasión nazi de su paí­s que un año más tarde desató un feroz represión, aunque a partir de entonces formó parte de la resistencia y sólo pudo seguir publicando y viviendo desde la clandestinidad.

La Gestapo, que tenía como prioridad eliminar a Fucik y otros redactores que escribían llamamientos prohibidos, descubre en 1942 su paradero y lo arresta junto a otros miembros de su grupo.

De inmediato lo torturan salvajemente. Fucik resiste:

«No, no temáis. No hablaré. Confiad en mí­. Después de todo, mi fin ya no puede estar lejano. Esto ahora es sólo un sueño, una pesadilla febril: los golpes llueven, los esbirros me refrescan con agua. Y nuevos golpes. Y otra vez: ¡Habla! ¡Habla! ¡Habla! Pero aún no consigo morir»

Fucik con su esposa

Era sólo el principio de un fatal cautiverio. Internado en la prisión de Pankrác de Praga, Fucik fue sometido a constantes interrogatorios y vejaciones para que revelara más nombres de opositores. En el verano de 1943 lo trasladaron a Berlí­n, donde serí­a ejecutado por los nazis el 8 de septiembre bajo la acusación de traición.

Después de la guerra se supo que Fucik se las habí­a arreglado para seguir escribiendo en la cárcel mientras aguardaba una muerte inevitable gracias a la ayuda prestada por algunos amigos encubiertos y en particular a un guardia que recogió las páginas escritas en papel de estraza y sacadas al parecer por una ventana de la celda.

Posteriormente su viuda Gusta, quien también habí­a sufrido cautiverio, pudo recuperarlas y llevarlas a publicación. Así­ lo cuenta ella:

«Después de la derrota de la Alemania hitleriana, los liberados supervivientes fueron regresando de cárceles y campos de concentración. En el campo de concentración de Ravensbrück supe que mi marido Julius Fuci­k, redactor de Rudé Právo y de Tvorba, habí­a sido condenado a muerte por un tribunal nazi en Berlí­n. Mis intentos de averiguar algo más sobre su suerte posterior se estrellaron contra los altos muros del campo».

«Al volver a mi patria liberada busqué y rebusqué las huellas de mi marido. Hice lo que hicieron millares y millares de personas (…) Me enteré de que habí­a sido ejecutado en Berlí­n el dí­a 8 de septiembre de 1943, quince dí­as después de su condena. También supe que habí­a escrito algo mientras estuvo en la cárcel. Fue el guardián A. Kolinsky quien procuró los medios para hacerlo, llevándole a la celda papel y lápiz y sacando clandestinamente de la cárcel las hojas manuscritas».

«Reuní­ las hojas numeradas, escondidas por varias personas en diferentes lugares y se las presento al lector. Es la última obra de Julius Fucik».

El libro resultante es Reportaje al pie de la horca, 158 hojitas de papel que contienen uno de los documentos más conmovedores del siglo XX, un relato que adquirió gran resonancia mundial y luego traducido a multitud de idiomas. En 1950 Fucik recibió el Premio Internacional de la Paz a tí­tulo póstumo.

Fucik se impuso la tarea de dejarnos su testimonio a pesar de tener los dí­as contados. Cárcel, tortura y muerte no fueron para él el fin de todo, sino la posibilidad última de presentar batalla con sus firmes convicciones.

Un notable ejemplo de la entereza de un hombre í­ntegro ante el dolor, la privación de la libertad y la perspectiva de una ejecución inminente, con tal fuerza en sus ideales y principios que las organizaciones internacionales de periodistas declararon el dí­a de su ejecución, 8 de Septiembre, como el Día Internacional del Periodista.

Han pasado más de 60 años desde que él y otras miles de personas combatieran la barbarie del nazismo contribuyendo a su derrota. Muchos no llegaron a verlo, pero aquellos hombres y mujeres tuvieron una conciencia clara de lo que tení­an que hacer y lo hicieron.

Estatua a Julius Fucik en el cementerio Olsany, Praga

La heroicidad que representa Fucik es del tipo de la que se manifiesta cotidianamente sin resplandores: luchar dí­a a dí­a con sacrificio, tesón y sencillez. He aquí­ algunos fragmentos de Reportaje al pie de la horca, una lectura imprescindible.

«Has tardado mucho en llegar, muerte. Pese a todo, esperaba conocerte más tarde, después de largos años. Esperaba vivir aún la vida de un hombre libre: poder trabajar mucho, amar mucho, cantar mucho y recorrer el mundo. Precisamente ahora, cuando llegaba a la madurez y disponí­a todaví­a de muchí­simas fuerzas. Ya no las tengo. Se me van agotando. Amaba la vida y por su belleza marché al campo de batalla. Hombres: os he amado. Fui feliz cuando correspondí­ais a mi cariño y sufrí­ cuando no me comprendí­ais. Que me perdonen aquéllos a quienes causé daño. Que me olviden aquéllos a quienes procuré alegrí­as».

«Que la tristeza jamás se una a mi nombre. Ese es mi testamento para vosotros, padre, madre y hermanas mí­as; para ti, mi Gustina, y para vosotros, camaradas; para todos aquéllos a quienes he querido. Llorad un momento, si creéis que las lágrimas borrarán el triste torbellino de la pena, pero no os lamentéis. He vivido para la alegrí­a y por la alegrí­a muero. Agravio e injusticia serí­a colocar sobre mi tumba un ángel de tristeza».

19 de mayo de 1943

«Lo repito una vez más: hemos vivido para la alegrí­a; por la alegrí­a hemos ido al combate y por ella morimos. Que la tristeza jamás vaya unida a nuestro nombre».

27 de mayo de 1943

«Algunas veces fui a los interrogatorios en autocares de la policí­a, en los que los guardianes se conducí­an con moderación. A través de las ventanillas contemplaba las calles, los escaparates de los comercios, los quioscos de flores, la masa de peatones, las mujeres. Si logro contar nueve pares de bonitas piernas, me dije una vez, no seré ejecutado hoy».

9 de junio de 1943

«Ante mi celda hay colgado un cinturón. Mi cinturón. La señal de partida. Por la noche me llevarán al Reich, al tribunal (…) El tiempo hambriento arranca los últimos bocados del pequeño trozo de mi vida. Cuatrocientos once dí­as en Pankrác que pasaron con una rapidez increí­ble. ¿Cuántos me quedan todaví­a? ¿Dónde? ¿Y cómo? Seguramente ya no tendré ocasión de escribir. He aquí­, pues, mi último testimonio. Un trozo de historia, del que soy, sin duda, el último testigo vivo».

Y lo último que escribió el periodista checo antes de ser ejecutado:

«Siempre hemos contado con la muerte. Lo sabí­amos: caer en manos de la Gestapo quiere decir el fin. Y aquí­ hemos hecho lo que hemos hecho de acuerdo con esa convicción. También mi juego se aproxima a su fin. No puedo describirlo. No lo conozco. Ya no es un juego. Es la vida. Y en la vida no hay espectadores. El telón se levanta. Hombres: os he amado ¡Estad alerta!»

Más información:
El diario del hombre muerto
Reportaje al pie de la horca (PDF)

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