La «mano invisible» del mercado y los unicornios

Los mercados no se autorregulan. Es un hecho comprobado tanto con el liberalismo clásico del siglo XIX y principios del XX que provocó unas crisis económicas de órdago (la última fue la del 29), como con el neoliberalismo que nos ha conducido al desastre en las últimas décadas.

No existe ninguna mano invisible del mercado. Nunca ha habido ni la más mí­nima evidencia de su existencia, es tan sólo una entelequia tan inexistente como el resto de los seres imaginarios que ha inventado la fértil imaginación de la Humanidad. En definitiva, la mano invisible pertenece a la misma categorí­a que las hadas y los unicornios.

Los defensores del Laissez faire partieron de la premisa de que cada ser humano tomarí­a decisiones racionales buscando su propio beneficio. Dejemos a un lado lo muy discutible que es suponer que un conjunto de egoí­smos traerán consigo el bien común (una idea ingenua en mi opinión). Dejemos también a un lado el hecho obvio de que no puede haber propiedad privada sin que el estado intervenga fuertemente protegiéndola con policí­as, jueces y cárceles (una forma de intervencionismo de la cual los liberales nunca dicen nada, como si no existiera).

El laissez faire está muerto porque su primera premisa, que el ser humano es racional, no se cumple.

Millones de hipotecados endeudados de por vida así­ lo atestiguan. Decenas de bancos quebrados o salvados en último extremo por billones de euros de capital público son también otro testimonio fehaciente. Un banco racional, dirigido por banqueros y ejecutivos racionales, nunca hubiera aceptado conceder hipotecas basura, ni aún mucho menos hubiera aceptado envenenarse comprando fondos constituidos por esas hipotecas basura.

Algunos paí­ses ya sufrieron en su dí­a la estúpida irracionalidad del comunismo, ahora nos toca sufrir a todos la no menos estúpida irracionalidad del liberalismo. Ya ha llegado la hora de que construyamos nuestro sistema económico sobre bases cientí­ficas, atendiendo siempre a la realidad de los hechos empí­ricamente demostrados. Si algo no funciona, se descarta o se cambia. Si algo funciona, se debe poner en práctica, aunque sea contrario a los dogmas de la religión polí­tica de turno. La economí­a es algo demasiado importante como para que la dejemos en manos de unos cuantos idealistas trasnochados, sean del signo polí­tico que sean.

Lo que necesitamos, en definitiva, es más ciencia y menos dogmatismo. El dí­a en que aprendamos esto la Humanidad habrá dado un paso de gigante.

Fuente: comentario en Meneame

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