Ahora los palurdos llevan esvásticas, oyen bacalao, van en coches tuneados y además son peligrosos

Regresando hoy a mediodí­a del trabajo a casa se me ocurrió parar en un pequeño local tipo Kebab que tanto pululan por Madrid últimamente.

Según entro al establecimiento me han atendido muy amablemente dos camareros de aspecto hindú y amplia sonrisa. He pedido un kebab y una cerveza y me he sentado en una mesa a leer tranquilamente el periódico.

Pasados diez minutos atraviesa la puerta un tipo de unos 26-28 años, 1,90 de estatura, cabeza rapada, gran tatuaje al cuello, muy cachas y de aspecto amenazador. Lleva gafas de sol «Mosca King-Size», pantalones-bermudas militares, deportivas negras, anillos en casi todos sus dedos y collares de oro.

Y lo que más me ha llamado la atención: con una camiseta negra muy ajustada y la leyenda «Raza Española, Raza inmortal». Detrás el aguilucho imperial, delante una esvástica cosida. Nada más verlo dije para mi mismo: «Problemas».

En seguida aborda a los dos camareros hindúes con brusquedad: «Quiero un kebab doble de pollo con mucho queso». Los camareros amablemente contestan: «No tenemos queso fresco, se nos ha terminado». A lo que el macaco dice con aire chulesco:

«¿Cómo cojones no tenéis queso? ¿De qué vais? Tenéis que tener queso, ¿vale?»

Todo esto estirando el cuello y levantado la voz por encima de los 100 decibelios.

He de añadir que el tipo entró al local acompañado por un perro de esos tan «deliciosos», en concreto un PitBull sin bozal. Todos sabemos que un perro no debe entrar en un restaurante a no ser que esté permitido, aunque obviamente a éste directamente se la sudaba.

Seguimos con el relato.

El tiparraco parecía haberse tranquilizado tras abroncar a los chicos por lo del queso. Acto seguido exige que le echen muy poca salsa en el Kebab. El pobre camarero, medio acojonado, se dispuso a echar la salsa pero de inmediato el bonobo éste eleva otra vez la voz hasta el tono de una tempestad tropical:

«¿Entiendes, negro de los cojones? Poca, muy poca salsa»

Desde luego nunca sabrá diferenciar un hindú de un árabe o un africano de un asiático, debido a que claramente presenta el coeficiente intelectual de una lavadora. Para él es simplemente «un negro», otro más que ha venido a su sagrado país a robarle el pan.

Llegados a este punto estuve tentado de levantarme y explicarle que aquí­ el único que estaba tocando los cojones era él. Pero echando una miradita a su mala cara, sus bí­ceps y el angelical perrito a sus pies, opté cobardemente por seguir comiendo en silencio.

Con el kebab en mano, ambos bichos -el macaco y su perro- subieron rápidamente a un Hyundai Cupé tuneado repleto de pegatinas de la discoteca pastillera por excelencia de Madrid-Toledo, «Radikal», al tiempo que poní­a a toda leche esa música intelectual a la que nos tienen acostumbrados.

Entonces me puse a reflexionar.

Un tí­o va por la calle abiertamente vestido de guerrillero fascista, con look estridente recargado de oro, atronando con la mierda de música a todo el mundo, tratando sin respeto a quien le presta un servicio…

Estoy seguro que hablará con sus colegas hermanos acerca de las muchas injusticias, abusos y marginalidad. Y mientras se colocan a tope, lamentarán la lacra de la inmigración, añorando glorias pasadas y señalando la urgente necesidad de aplicar mano dura a esta sociedad débil y maricona.

Pero en realidad no es más que un pobre palurdo que no tiene ni puta idea de lo que es ser un marginado, un combatiente, un exiliado o miembro de los niños cantores de Viena.

Lo malo de esta nueva raza de PALURDOS es que no tienen nada de entrañables, no quieren pasar desapercibidos, son peligrosos y cada vez parece haber más.

Quizá esto sea el resultado de las reformas educativas que hemos padecido los españoles con cada nuevo gobierno. O tal vez estos especímenes sean otro producto más de la sociedad de consumo, de los reality shows, de la crisis de valores o del fracaso de los padres a la hora de educar a sus hijos…

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