Moby Dick

«Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me irí­a a navegar un poco por ahí­, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolí­a y arreglar la circulación».

Así­ comienza Moby Dick, uno de los más grandes clásicos de la literatura norteamericana cuyo tema central es el conflicto entre el capitán Acab, (Akab o Ahab según traducciones) patrón del ballenero Pequod y la gran ballena blanca que en un viaje anterior habí­a arrancado su pierna a la altura de la rodilla.

Acab, ávido de venganza y cegado por el resentimiento, se lanza con toda su tripulación a la desesperada búsqueda de su enemigo.

La obra de Herman Melville (Nueva York, 1819-1891) sobrepasa en mucho la aventura para convertirse en una alegorí­a sobre el mal incomprensible representado por la ballena, monstruo de las profundidades que ataca y destruye lo que se interpone en su camino y el capitán, reflejo de la maldad absurda y obstinada del ser humano empeñado en sostener una venganza personal que arrastra a la muerte inútil a muchos inocentes. ¿Cuántos episodios históricos no han tenido ese trasfondo?.

La trama misma resulta fascinante, más allá de la lucha desigual de los balleneros contra el ser vivo más grande del planeta. El enfrentamiento en alta mar entre hombre y bestia escenifica el combate inacabable entre el bien y el mal que finaliza con la muerte de todos, excepto el joven Ismael, quien sobrevive para narrar la historia.

Fue la vida de Melville bastante convulsa y tan cargada de aventuras como los personajes de sus libros.

Herman Melville

Nació en una familia burguesa con profundas raí­ces en la historia norteamericana: su abuelo paterno participó en el motí­n del té y su abuelo materno fue un héroe de la batalla de Saratoga. Sin embargo la repentina muerte de su padre, comerciante sin éxito, sumió a su familia en una inesperada pobreza.

Melville, movido por grandes deseos de independencia personal, comenzó a ganarse la vida por su cuenta enrolándose en un barco con destino a Liverpool y posteriormente en un barco ballenero (los cetáceos proporcionaban entonces el aceite de las farolas callejeras) con destino al Pací­fico Sur.

De este último desertó en las Islas Marquesas y durante un tiempo convivió con caní­bales. Poco después escapó en un mercante australiano y desembarcó en Tahití­, donde estuvo prisionero. A su regresó a Estados Unidos comenzó a escribir.

La acogida de su obra fue dispar; las primeras novelas, que narraban las aventuras de sus viajes, son muy bien recibidas. En cambio sus escritos posteriores, cada vez más tendentes a la reflexión filosófica y a la experimentación formal, sufrieron el rechazo de la critica y su figura fue ninguneada, de hecho hasta el siglo XX no se reconoció su importancia literaria.

Esta fue la respuesta del editor cuando la aparición de Moby Dick:

«Lamentamos decirle que nos oponemos a publicar «Moby Dick» ya que no lo consideramos apropiado para el mercado juvenil. Es muy largo, algo anticuado y en nuestra opinión no merece la reputación que parece disfrutar usted con sus otros libros».

El olvido en el que cayó Melville se refleja perfectamente en el mí­nimo obituario que le dedicó el New York Times, y en el que se referí­an a él como «Henry Melville» en vez de Herman.

Moby Dick (1851) es una novela de aventuras sólo en apariencia; como dijimos, su dimensión es bastante mayor.

Se trata de un drama épico con personajes heterogéneos de múltiples facetas y la historia en sí­ explora temas psicológicos y metafí­sicos. El capitán es un marino que inquieta por su carácter sombrí­o, un mutilado obsesionado por encontrar a la ballena y darle muerte pero a la que culpa también de todos los males de este mundo.

Herman Melville sondea tal número de niveles del pensamiento y del sentir humanos que Moby Dick adquiere una profundidad notable que aún perdura y que se presta a interpretaciones innumerables. Exactamente igual que toda obra universal.

William Faulkner dijo en reiteradas ocasiones que Moby Dick era el libro que le hubiera gustado escribir.

La pelí­cula más conocida sobre Moby Dick la dirigió en 1956 John Huston y estuvo protagonizada por Gregory Peck en el papel del capitán Acab.

Hace mil años, mientras leí­a Moby Dick, no dejaba de tomar notas de algunos de sus pasajes cautivadores. Ayer encontré un papel con algunas de ellos y de ahí­ nació esta entrada.

15 citas de Moby Dick

1. «Tú perteneces a esa desesperanzada y pálida tribu (…) que es gente con la que uno gusta a veces sentarse y sentirse también un pobre diablo, y ponerse alegre entre lágrimas».

2. «Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso, cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes y, especialmente, cada vez que la hipocondrí­a me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustitutivo de la pistola y la bala».

3. «Mirad allí­ las turbas de contempladores de agua (…) la meditación y el agua están emparejadas para siempre».

4. «Cada silencioso adorador parecí­a haberse sentado a propósito aparte de los demás, como si cada dolor silencioso fuera insular e incomunicable».

5. «El gozo -un gozo muy alto, muy alto y muy entrañable- es para aquel que, frente a los orgullosos dioses y comodoros de esta tierra, siempre mantiene su propia persona inexorable.

6. «Sentí­a en mí­ algo que se fundí­a. Mi corazón astillado y mi mano enloquecida ya no se volví­an contra este mundo de lobos».

7. «¿Te parece ver destellos de esta verdad intolerable: que todo profundo y grave pensar no es sino el esfuerzo intrépido del alma para mantener la abierta independencia de su mar, mientras que los demás desatados vientos del cielo y tierra conspiran para lanzarla a la traidora y esclavizadora orilla?»

8. «Meter la mano entre los inefables fundamentos, las costillas y la mismí­sima pelvis del mundo, es cosa terrible».

9. «Y también, si se miraba atentamente aquella surcada y marcada frente, se veí­an igualmente huellas extrañas, las huellas de su único pensamiento, sin dormir y siempre caminando».

10. «Hombres: sois igual que los años. Así­ se traga y desaparece la vida rebosante».

11. «Uno se traga todos los acontecimientos, todos los credos y convicciones, todos los objetos duros, visibles e invisibles, por nudosos que sean».

12. «Cuando la memoria del primer hombre era un recuerdo claro y todos los descendientes suyos, no sabiendo de dónde habí­a venido él, se miraban unos a otros como auténticos fantasmas y preguntaban al sol y a a la luna por qué habí­an sido creados y para qué fin».

13. «Siéntate como un sultán entre las lunas de Saturno y toma al hombre a solas, en elevada abstracción: parecerá un prodigio, una grandeza, un dolor. Pero desde ese mismo punto de vista, toma a la humanidad en masa y en su mayor parte parecerá un populacho de duplicados innecesarios, tan simultáneos como hereditarios».

14. «Pues aquí­ yacen soñando y soñando en silencio millones de sombras y siluetas mezcladas, sueños ahogados, sonambulismos, ensueños, todo lo que llamamos vidas y almas, agitándose las olas como durmientes con sueños en sus camas».

15. «¿Qué es lo que me atraviesa como un disparo y me deja tan mortalmente tranquilo, fijo en la cima de un estremecimiento?»

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