Nadie es yo. Nadie es yo quiere….

Era china, la habí­a visto sólo una vez en clase y desde entonces ella no habí­a vuelto. Ahora estaba en el recibidor, sentada en uno de los sillones, rí­gida como un palo y sonriéndole al hall vací­o.
Su expresión era devastadoramente triste y solitaria.

Me quité los auriculares. «Hola, ¿Cómo estás?» dije acercándome a ella

Me observó con incredulidad mientras le sonreí­a. Su voz era un hilo apenas audible.

«Nadie es yo. Nadie es yo quiere» exclamó mirando al suelo.

«¿Cómo?» Mi cabeza trató de computar la información, «Nadie es yo. Nadie es yo quiere», todas las palabras eran correctas, pero dado el contexto no tení­a sentido. Empecé a manipular la frase como si de un Cubo de Rubik se tratara. Después de algunas combinaciones la caja fuerte del significado se abrió:

«Nadie, nadie me quiere. No tengo amigos»

Le dije algo en inglés y ella trató de sonreí­r aparentando entenderlo. No lo habí­a hecho.

Antes de que pudiese añadir algo más, la profesora cruzó el recibidor hacia la puerta del aula. Los dos nos levantamos y la seguimos.

Una vez en casa me quedé pensando en ello. La chica no hablaba un inglés aceptable ni tampoco suomi, estaba en un paí­s extraño, inadaptada y reduciendo su vida a las infinitas horas de trabajo en un restaurante o un bazar. Decidí­ aprender algo en chino para poder saludarla la próxima vez.

Cogí­ el teléfono para llamar a Juan, uno de mis amigos, quien habí­a vivido tres años en China para pedirle consejo acerca de cómo memorizar algunas frases básicas en mandarí­n.

«Olví­dalo Dashiell» dijo poco después de descolgar.

«¿Por qué?»

«Por muchas razones, primero, un tercio de los chinos hablan lenguas diferentes a la variante mayoritaria, y dentro de la variante mayoritaria hay centenares de dialectos. E incluso así­, aunque hable la modalidad de Beijing, no vas a poder hacer que te entienda. Esto no es inglés donde alguien te escribe «Jou ar iu??» y luego lo repites y aunque tu acento sea horrible un nativo de Gales sepa de qué hablas.

«¿Es difí­cil alcanzar un nivel de principiante en chino?»

«Complicadí­simo. El mandarí­n es un idioma con un número muy bajo de sí­labas posibles. Sólo pueden empezar por 21 sonidos iniciales y acabar con 38 de cierre; eso da un resultado de 798 de las que los chinos sólo utilizan 400.

En español existen 3.100 diferentes en la práctica y técnicamente podrí­amos usar decenas de miles que no nos resultarí­a complicado introducir como por ejemplo algunas que provienen del inglés «she, leg, etc..»

Debido a esta carencia en mandarí­n, surge un problema ¿Cómo se diferencian las palabras si el número de sí­labas es tan bajo? Para poder hacerlo los chinos utilizan la entonación con el fin de darles un significado diferente.

Tienen 4 tonos, el primero empieza alto y se mantiene así­, el segundo se inicia en el nivel medio y después sube, el tercero comienza bajo, se hunde hasta los graves y luego sube y el último nace en los niveles más agudos y desciende con brusquedad. A ello se añade un tono especial neutro, que es plano, y que se destina a ciertas partí­culas.

Así­ pues, los 4 tonos hacen que el número de sí­labas pase de 400 a 1600 facilitando la distinción de las palabras pero al mismo tiempo supone una caracterí­stica infernalmente difí­cil de dominar para aquellos que tratan de aprender mandarí­n como segunda lengua. Por varias razones, porque es complicado habituarse a que sonidos iguales entonados de forma diferente puedan significar cosas opuestas, porque unido a errores en el acento puede llevar a que una frase pronunciada se convierta en inentendible para un hablante nativo.

Y sobre todo porque nosotros utilizamos la entonación, particularmente, por razones emocionales. Extraer ese elemento de la ecuación a simple vista parece fácil pero no lo es, todo suena plano en mandarí­n, lo que lleva a que las señales no verbales, que facilitan enormemente la comunicación, sean distintas a las nuestras.

Los chinos sonrí­en por diferentes razones a nosotros y nosotros nos sentimos maniatados al intentar hablar mandarí­n sin nuestra propia forma de entonar, si comentamos algo que nos entristece o nos alegra no podemos reflejarlo con la voz.

Pero lo complicado no es. como muchos piensan, el ser capaz de reconocer un tono o poder imitarlo, lo crucial, lo que en realidad dificulta la cuestión hasta convertirlo en una odisea es acordarse de cual es el tono correcto que debe utilizarse en cada palabra para dar el significado que se busca.

Y aún así­, aún a pesar de que los tonos eleven el número posible de sílabas hasta 1600, eso sigue siendo en la práctica el 50% de las que utilizamos en español y muchas menos -como decí­a- si se añaden otras provenientes del inglés. Eso lleva a que en mandarí­n haya muchas palabras que se pronuncian igual e incluso que poseen la misma entonación. lo que conduce a que los chinos construyan oraciones diferentes a las nuestras. Yo en español puedo decir:

«Ve al armario que hay al lado de la mesa y tráeme un libro»

Pero un mandarí­n hablante probablemente diga algo cómo:

«Tú ir cuadrado armario que hay lado mesa superficie lisa y traer libro blancas hojas».

Los chinos añaden muchas veces en la práctica una pequeña descripción del objeto al que se refieren en cada frase, ese es un elemento extraño para nosotros y altera el orden de los elementos. Traducir literalmente oraciones del chino al español o viceversa resulta confuso y frustrante.

Pero hay más, en mandarí­n no existe el plural o el singular, tampoco los géneros ni los artí­culos, las conjugaciones verbales se limitan a ciertas partí­culas y no se usan casos ni variaciones en los pronombres. Todo ello convierte la gramática en aparentemente fácil pero en chino el orden de las palabras es crucial y no seguirlo puede hundir el significado de una frase, luego han de añadirse conceptos otra vez extraños para nosotros como las partí­culas que sirven para «medir» los sustantivos o que «no» sea en realidad un verbo.

Todo eso respecto a la pobreza en el número de sí­labas, los tonos y la gramática, pero es que la pronunciación es también distinta, cuando muchos orientales tratan de decir algo en inglés no se les entiende un carajo ¿Te has dado cuenta alguna vez?»

«Creo que sí­»

«Pues bien a nosotros nos ocurre lo mismo en mandarí­n: de las 21 consonantes que tienen, solo 3 o 4 se pronuncian igual que en español, el resto es de locos, la p se pronuncia a medio camino con una b, la g casi como una k, etc… a lo que se han de añadir los sonidos sh, ch y ts de los que nosotros carecemos.

En fin, todo esto respecto de la parte «hablada» del mandarí­n y asumiendo que uno decide ser analfabeto en esta lengua, con las consecuencias que una decisión así­ lleva aparejada (mayor dificultad para aprenderla si no se está en contacto práctico y constante con locales, imposibilidad de participar de una gran parte de la cultura china o de trabajar en esa lengua, etc…)

Si uno decide que quiere aprender a escribir en esa lengua o analizar textos en ella la dificultad sube muchos puntos. La parte oral del mandarí­n es la «fácil», la parte escrita es complicada en términos absolutos. Un niño chino tarda en poder hablar mandarí­n lo mismo que un asturiano español, con la diferencia de que el asturiano podrá escribir con pericia mucho antes que el oriental.

El castellano tiene una alta correspondencia fonológica con el alfabeto latino, tú puedes inventarte la palabra, «Tosotimi» y gritarla a los cuatro vientos y cualquier nativo que la escuche puede escribirla. En chino hay gente que olvida como poner negro sobre blanco cosas tan cotidianas y normales como rodilla, pestaña o cajón.

Hablo de personas nativas, no de gente que trata de aprender a escribir la lengua. Los caracteres del mandarí­n han de memorizarse uno por uno y tienen orí­genes diferentes, hay pictogramas, pictogramas compuestos, otros con base vagamente fonológica, etc…

Es decir, 60.000 posibles dibujos, en lugar de 25-35 letras que suelen existir en el alfabeto latino de las lenguas indoeuropeas. Obviamente no hace falta conocerlos todos, algunos afirman que con 3.000 se puede dominar la lengua, pero eso tampoco es cierto y aunque lo fuese es un número gigantesco que tampoco garantiza nada, ya que si conoces el «hanzi» de luna 月 y el de sol æ—¥ no quiere decir que vayas a entender lo que significa la unión de los dos 明 que al castellano se podrí­a traducir como «brillante».

Además debido a que se trata de una civilización antiquí­sima, en mandarí­n se han ido acumulando palabras a lo largo de la historia y tienen decenas de formas de nombrar cada concepto, «vida» puede decirse de 16 maneras diferentes en chino. Si a ello se une que es necesario no solo recordar el dibujo sino también aprender el orden de cada trazo, la complejidad alcanzada es de pesadilla. En China se hacen concursos de búsqueda de palabras en los diccionarios porque hasta eso es un arte.»

Juan hace una pausa antes de continuar.

«¿Pero sabes lo más difí­cil Dashiell? Que es otro mundo, China es un paí­s que ha vivido aislado en sí mismo durante casi toda su historia. Cuando charlamos con personas de otros paí­ses que hablan lenguas diferentes ya sean sudafricanos, alemanes, marroquí­es o judí­os, hay ciertos hilos culturales, por pequeños que sean que nos unen. Pero nosotros no sabemos nada de los chinos, desconocemos figuras básicas como Lu Xun, Ba Jin o Mozi y ellos no saben quienes son no solo Shakespeare o Cervantes sino hasta, muchos, Santa Claus y Jesucristo. Han vivido en su zona, aislada por Siberia, los desiertos del Uigurstán y las cordilleras y junglas del sur. Sus costumbres son diferentes a las nuestras y las nuestras a las suyas y eso incide, también en la comunicación.»

Me despedí­ de Juan. Mi mente no paraba de analizar el problema.

En esos momentos aún no sabí­a que la chica de expresión triste nunca iba a regresar a clase.

Fuente: La saga de Dashiell

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