Omar Jayam y los versos del Rubaiyat

«Saborea un instante de gozo. La vida no es más que eso».

Imagino a este hombre en una noche lejaní­sima del S. XII, sentado al aire libre bajo el parpadeo cósmico de las estrellas. El aire está intensamente perfumado por el aroma que escapa de las flores en la oscuridad. Con el mentón apoyado sobre las manos, semicerrados los ojos, medita sobre los misterios de los astros que acaba de estudiar y consecuentemente, del papel representado por el ser humano en nuestro mundo, dentro del devenir inabarcable del tiempo.

Ya no le preocupan los enigmas acerca de la creación del universo igual que antes. Sabe que no puede saber, que no sabrá nunca lo suficiente y que todas esas constelaciones se apagarán antes de que alguien desentrañe tanto misterio. Entonces se incorpora inclinándose sobre la ciudad dormida, aspira la magia del momento único y busca una mesa en la que apoyarse para escribir. Los versos esperan.

Es Omar Kayyan, si lo encontramos escrito de acuerdo a la transcripción inglesa, Omar al-Jayyan según la versión árabe, matemático, astrónomo y poeta persa nacido en Nishapur hacia el año 1048. Se cree que murió aproximadamente en 1131.

Jayan, que significa «fabricante de tiendas», nombre adoptado para honrar el oficio que ejerció su padre, recibió una sólida educación en ciencias y filosofí­a y tuvo la fortuna de poder consagrarse al estudio de materias que le hechizaban tanto.

Junto a otros astrónomos y matemáticos recibió el encargo por parte del sultán Malek Shah (nieto del fundador de la dinastí­a selyúcida) de construir un observatorio en Merv, importante ciudad de Asia Central sobre la histórica Ruta de la Seda, en el actual Turkmenistán.? Años después era el sabio más célebre de su época.

Estuvo vinculado a la corte, donde desempeñó labores de historiador y juez y dio clases de matemáticas, astronomí­a, historia, medicina y filosofí­a. Realizó relevantes investigaciones: elaboró tablas astronómicas, un método para la extracción de raí­ces cuadradas y cúbicas y demostraciones de problemas de álgebra. Como director del Observatorio de Merv emprendió en 1074 la reforma del calendario musulmán. Y todo eso en los «oscuros siglos del Medievo».

Estudió a fondo las ecuaciones y a él se debe el que la incógnita de las mismas se llame x: Jayam la llamaba shay («cosa» o «algo», en árabe). El término pasó a xay en castellano y de ahí­ quedó sólo la inicial «x».

Los astrónomos designaron con su nombre a un importante cráter de la Luna y también un asteroide descubierto en 1980 se llama en su honor «Omarkhayyam«.

Si bien muy poco ha llegado de sus trabajos cientí­ficos hasta nosotros, en cambio es poderosa la sombra de una lí­rica que ha necesitado siglos para empezar a ser debidamente valorada. Un buen dí­a, en un libro que andaba yo leyendo, se citaban unos versos sueltos muy antiguos de rara belleza. Su autor: Omar Jayan. Nada sabí­a de él hasta entonces. Ahora ya no podí­a dejar de investigarlo.

Se dice que en el año 1094, poco después de la muerte de su padre, comenzó a escribir un trabajo literario en su lengua materna, el farsi. Se conoce como el Rubaiyat, estrofas de cuatro versos cada una que hablan de la naturaleza y el ser humano con honda perspectiva filosófica, sabia, burlona a veces.


Las Rubaiyyat fueron depuradas y fijadas en la primera mitad del S. XX por el escritor iraní­ Sadeq Hedayat y en gran medida reconstruidas a partir de varias copias diferentes.

Muy posiblemente, pasando por tantas manos y traducciones, el resultado ofrezca algunas cosas no debidas a la pluma del poeta. No creo que importe demasiado. Este cuerpo poético trasmite su visión acerca de temas tan distintos como la ciencia y el conocimiento, la moral y el comportamiento personal, la religión, cómo ser feliz, la nostalgia por lo vivido, el disfrute de la vida antes de que nos pise la muerte, de dónde venimos y a dónde vamos… Poesí­a con mayúsculas.

Otros poetas han escrito miles de versos; Omar Jayam quedó inmortalizó con sólo unos cuartetos que de manera discreta legó a la posteridad, versos de deslumbrante delicadeza y lenguaje sutil cuyas imágenes y alusiones captura a partir de creencias populares y de las leyendas persas. En tal sentido, la riqueza de las tradiciones musulmanas siempre ha proporcionado temas magní­ficos.


En la visión de Jayam la naturaleza es indiferente a nuestros ruegos. Así­ pues, continúa su ciclo inexorable: el cielo está vací­o y no atiende a los gritos de nadie.

Se trata de un modo de pensamiento impregnado por la tristeza ante lo efí­mero y la perspectiva de una muerte inevitable. Pero con todo, se empeña en reclamar los placeres de la vida: antes de que la desesperación nos ahogue siempre debemos dejar sitio para una sonrisa. Ese será su mensaje, atender más al presente:

Mi ración de existencia ha volado en escasas horas.
Se deslizó como el agua en el rí­o, como el viento en la estepa.
Hay dos dí­as que jamás me perturban:
El que habrá de venir y el que se ha disipado.

Desprecia los rigores de la religión oficial y el falso misticismo y cada pocos versos nos aconsejará que bebamos vino. ¡Me encanta este tí­o!

Lo mejor es que abandones tus estudios y rezos.
Abrázate a una novia que despierte en ti el éxtasis.
Escancia en tu copa la sangre de los racimos
Antes de que las horas derramen la tuya.

Hace unos novecientos años de esto:

Supón que se hayan cumplido todos tus deseos: ¿Y después?
Figúrate que han acabado tus dí­as: ¿Y después?
Presume de que has sido feliz durante cien años: ¿Y después?
Imagina que te esperan otros cien años: ¿Y después? 

Como buen conocedor de la naturaleza humana se muestra indulgente con las debilidades:

Escucho decir que los amantes del vino serán condenados.
No existen verdades comprobadas, pero hay mentiras evidentes.
Si quienes aman el vino y el amor van al Infierno,
vací­o tiene que estar el Paraí­so.

A lo largo de su vida buscó la verdad en la ciencia, en la filosofí­a, todo para concluir que el fruto de tan constante meditación es más bien estéril. Solamente encontró consuelo verdadero en los pequeños placeres de la vida que los prejuicios hacen que olvidemos con frecuencia. Y entonces llegaron los cuartetos del poeta, secos como latigazos, conmovedores como lágrimas.

El sabio persa aparta de sí­ -y nos invita a hacer lo mismo- los juicios fanáticos e intolerantes de sus contemporáneos, pone en duda todo aquello que se venera a su alrededor y proclama la falsedad de los dogmas. No hay que reverenciar a dioses ni a ley alguna. No cree en la verdad absoluta ni afirma nunca nada tajantemente:

Todos saben que jamás murmuré una oración.
Todos saben también que jamás traté de disimular mis defectos.
Ignoro si existen una Justicia y una Misericordia.
Si las hay, estoy en paz, porque siempre fui sincero.

El hombre que ha llegado a tal punto vivirá muy probablemente solitario y con frecuencia entristecido pero valeroso al confesar su ignorancia, libre al fin. Tan sólo el aroma de una flor a medianoche, el susurro del agua, la brisa en el rostro o la sonrisa de una doncella pueden dejarnos algún tipo de certeza, la de estar gozosamente vivos.


Simplemente fue alguien que novecientos años atrás escribía libremente como nadie lo hizo entonces en Asia o en Europa, con la serenidad que solo atesora un desengañado.

Amin Maalouf recreó la vida de Jayyam en su novela «Samarcanda«.

He aquí­ una selección del Rubaiyat:

V
Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana, esfuérzate por ser feliz hoy.
Toma un cántaro de vino, siéntate a la luz de la luna
y bebe pensando en que mañana
quizá la luna te busque inútilmente.

X
¡Cuan pobre el corazón que no sabe amar, que no puede embriagarse de amor! Si no amas, ¿Cómo te explicas la luz cegadora del sol y la más leve claridad que trae la luna?

XI
Toda mi juventud retoña hoy. ¡Sí­rveme vino! No importa cuál... ¡No soy exigente! En verdad, al mejor lo encontraré tan amargo como la vida.

XII
Sabes que no tienes poder sobre tu destino.
¿Por qué esa incertidumbre del mañana ha de causarte miedo?
Si eres sabio, goza del momento presente.
¿El porvenir? ¿Qué te puede traer el porvenir?

XV
Más allá de los lí­mites de la Tierra, más allá del lí­mite Infinito,
buscaba yo el Cielo y el Infierno.
Pero una voz severa me advirtió:
"El Cielo y el Infierno están en ti".

XXI
¿Cuándo nací­? ¿Cuándo moriré?
Nadie recuerda el dí­a de su nacimiento ni es capaz de prever el de su muerte.
¡Ven dócil bienamada!
Quiero olvidar en la embriaguez el dolor de nuestra ignorancia.

XVI
El mundo inabarcable: un grano de polvo en el espacio.
Toda la ciencia del hombre: las palabras.
Los pueblos, las bestias y las flores de siete climas son sombras.
La Nada es el fruto de tu constante meditación.

XXXIV
Gira la rueda de la fortuna sin reparar en los pronósticos de los sabios.
Renuncia a la vanidad de contar los astros y medita mejor sobre esta certeza:
has de morir, no volverás a soñar y los gusanos del sepulcro
o los perros vagabundos devorarán lo que quede de tu cuerpo.

XLI
Renuncia a la recompensa que merecí­as. Sé feliz.
No te lamentes por nada. No anheles nada.
Lo que te ha de suceder,
escrito está en el Libro que hojea al azar el viento de la Eternidad.

XLVIII
Hace infinidad de siglos que se suceden crepúsculos y auroras.
Hace infinidad de siglos que los astros trazan su ronda.
Amasa la tierra con cuidado, acaso el terrón que vas a aplastar
fue antaño el ojo lánguido de un adolescente.

LI
El bien y el mal luchan por obtener la primací­a en este mundo.
El cielo no es responsable de la gloria o la desgracia que el destino nos depara
Ni le agradezcas ni le acuses.
Está lejos tanto de tus goces como de tus penas.

LVIII
Los retóricos y los sabios silenciosos murieron sin poder entender
sobre la cuestiones del ser y el no ser. ¿Qué nos importa ser ignorantes?
Sigamos saboreando el zumo del racimo
y dejemos a estos grandes personajes consolarse con las pasas.

LIX
Mi nacimiento no trajo ningún bien al mundo.
Mi muerte no disminuirá ni su esplendor ni su grandeza.
Nadie pudo jamás explicarme para qué he venido,
ni por qué he venido ni por qué me iré.

LXIX
Escucho decir que los amantes del vino serán condenados.
No existen verdades comprobadas, pero hay mentiras evidentes.
Si quienes aman el vino y el amor van al Infierno,
vací­o tiene que estar el Paraí­so.

LXXII
Un poco de pan, un poco de agua fresca
La sombra de un árbol y tus ojos.
Ningún sultán más feliz que yo.
Ningún mendigo más triste que yo.

LXXXIII
¿En qué meditas amigo? ¿En tus antepasados?
Polvo son en el polvo. ¿En sus valores? Deja que me sonrí­a.
Toma éste cántaro y bebamos escuchando
sin temor el gran silencio del Cosmos.

LXXXIV
El alba colma de rosas la bóveda del cielo. En el aire cristalino se apaga el canto del ultimo ruiseñor.
El perfume del vino es más leve.
¡Y pensar que en éste instante hay alucinados que sueñan con gloria y honores!
¡Cuan suaves son tus cabellos amada mí­a!

CXII
¡Señor, Señor, respóndenos! Nos distes ojos
y permitiste que la belleza de tus criaturas nos deslumbrase.
Nos diste el don de ser felices. ¿Y pretendes que renunciemos al goce de los bienes terrenales?
Tan imposible es esto, como dar la vuelta a un cáliz sin derramar el vino que contiene.

CXXIV
Pesa el rocí­o cada mañana sobre tulipanes, jacintos y violetas,
pero el sol los descarga de su brillante peso.
Pesa más, cada mañana, mi corazón en el pecho,
pero tu mirada lo alivia de su tristeza.

CXXXI
El halo que envuelve esta rosa,
¿es un arabesco de su aroma o la frágil defensa que le abandonó la bruma?
La cabellera sobre tu rostro, ¿es la noche que tu mirada ha de disipar?
¡Despierta bienamada! El sol dora nuestros cálices. ¡Bebamos!

CLV 
Ebrio o sediento, sólo quiero dormir. Renuncio a saber
lo que es el bien y lo que es el mal.
Para mí­, el placer y el dolor son semejantes. Cuando llega un placer,
le brindo lugar modesto porque sé que un dolor le sigue.

CLXIV
Infeliz; nunca sabrás nada.
Jamás resolverás ni uno solo de los misterios que nos rodean.
Desde que las religiones te prometen el Paraí­so.
Intenta crearte uno en la tierra; porque el otro quizá no exista.

CLXV
Lámparas que se apagan, esperanzas que se encienden:
la aurora.
Lámparas que se encienden, esperanzas que se apagan:
la noche.

Tenemos más información en Wikipedia.

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