Palabras como cuchillos: el arte del insulto

«¡Oh dulcísimo sabor el del escarnio ajeno…! Gustamos de los defectos de los otros, porque parece que quedamos superiores a ellos.»

Juan de Zabaleta, El día de fiesta por la tarde (1660)

Acerca de insultos, improperios, ofensas, escarnios y sentencias tajantes.

Definición de insulto

«Ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones». Ergo cualquier palabra o frase banal puede hacer pupa, a veces incluso sin pretenderlo. Entonces, ¿dónde hay y dónde no hay agravio? No olvidemos que el insulto en definitiva está sujeto a formulismos socio-culturales.

Incubación del insulto

Es una reacción o respuesta inmediata a la causa que lo genera: dolor, frustración, tensión, enfrentamiento con el prójimo… cuando explotas, explotas. Como ocurre con los tacos, el insulto es según nuestras convenciones un hábito reprobable que produce desagrado entre personas educadas sin embargo cada dí­a padres, educadores, polí­ticos o artistas abusan tanto de lo uno como de lo otro.

Y así seguimos, dando a los niños el mejor ejemplo de la contradictoria hipocresí­a que les espera en el futuro.

Cuánta humanidad en el insulto

Queda claro que los seres humanos convivimos con la necesidad de insultar y a fe que sabemos hacerlo de infinitas maneras: sutilmente, de forma desaforada, apoyándonos en gestos como adelantar los hombros, inflamar la vena del cuello y abrir a tope las fosas nasales, alzar levemente una ceja y la comisura de la boca a lo Robert Mitchum, etc. Y en el tono y timbre de nuestra voz, en recursos lingüísticos especializados, en expresiones heredadas de nuestra zona cultural o sencillamente utilizando los vocablos más soeces que somos capaces de recordar en ese momento.

Todo vale para dejar de manifiesto el máximo desprecio posible.

El insulto puede transformar a una dulce y fina adolescente en la peor arrabalera. Sin embargo -ese es otro signo humano- podemos enzarzarnos en un enfrentamiento dialéctico y no fí­sico y en tal sentido el insulto hasta podrí­a considerarse que cumple una función terapéutica: la protagonista de La tesis de Nancy de Ramón J. Sender, expresaba su asombro al ver a los españoles decirse de todo menos bonito y luego tirar cada uno por su lado sin haberse rozado en ningún momento.

El arte de insultar

Las fórmulas a las que hecha mano quien insulta son la agresividad hiriente y la chabacanerí­a, en general alzando mucho la voz. Sin embargo éstas me interesan menos puesto que para ser bestia a todo hay quien gane.

Como puro reflejo de la riqueza de un idioma, el insulto también es un arte. Somos los únicos seres del reino animal que no hemos de recurrir necesariamente a la violencia fí­sica para atacar o defendernos de una injuria. Por eso el insulto es un distintivo tan nuestro.

Y más allá del conjunto de palabras destinado a incomodar a alguien, los insultos suelen convertirse en un agudo juego mental, un combinado de ingenio, picaresca, sarcasmo e ironí­a y por supuesto mala leche. Todo valdrá para degradar al adversario y dejarlo fuera de combate.

Si aquel que recibe toda esa artillerí­a queda en suspenso, no muy seguro de qué ha sucedido, entonces es cuando el insulto ha alcanzado cumplida categorí­a.

Como refiere el escritor uruguayo Julio César Parissi, no se requiere una embestida soez para insultar; tiene más mérito conseguir que una persona insultada en vez de enojarse se avergüence, se calle o quede paralizada. Insulta con elegancia quien deja al otro sin capacidad de reacción. Buen ingenio y mala leche al 50%. De la misma manera, un insulto fallido, cojo o sin gracia, es como un gatillazo.

Insultos clasificados

Al igual que la lengua, los insultos están siempre en constante evolución y pese a la inmensidad de variantes geográficas presentan elementos comunes como para agruparlos por ejemplo así­:

1. Insultos basados en los órganos, preferencias y actividades sexuales:

«Tienes más cuernos que un saco de caracoles»
«Pierde mas pluma que una pelea de gallos»

2. Aquellos dirigidos contra los progenitores o el resto de la familia de uno (principalmente la madre, que es donde más duele):

«Me cago en el puñado de putas que hicieron falta para malparirte».

«Con los huesos de tus muertos voy a hacerme una escalera para subirme a los cuernos de tu padre y cagarme en tu puta madre».

«¿Quieres que te diga algo dulce?: pues me cago en tus muertos en almí­bar.»

3. Contra la capacidad intelectual de la otra persona (todo el mundo se ofende mucho cuando se dispara contra su inteligencia):

«Más tonto que los pelos del culo».

«Eres más tonto que peinar bombillas».
«Más basto que unas bragas de uralita (o que un collar de melones, o que un bocadillo de polvorones…».

4. Basados en la comparación con animales:
Cerdo o marrano, burro o asno, rata, gallina, cabrón, mono, macaco, perro-a, foca, ballena, zorra…

5. Los que van contra la nacionalidad, etnia, religión o caracterí­sticas fí­sicas del otro:

«Tienes menos cuello que un muñeco de nieve»
«Me cago en una fuente llena de santos»
«Cagon Dios y en su puta madre y tos los santos del cielo metidos en una botella y Jesucristo de tapón» (en este paí­s, lógicamente se ha estilado mucho la blasfemia)

«Más feo que pegarle a un padre con un calcetí­n sudao»

«Más feo que pisar mierda descalzo»

«Más feo que una nevera por detrás»

«Eres más fea que unas bragas marrones»

6. Y por último maldiciones directas, donde los gitanos son maestros:

«Así­ te pique un pollo la cabeza»
«¡Así­ te dé un mal dolor que se te derritan las horquillas del moño!». «¡Y tú que lo veas con los ojos en la mano!»

«Mala cagalera te dé que cuanto más corras más te cagues y cuando pares revientes».

«Permita Dios que te persiga un toro y no tengas mas amparo donde subirte que a una mata garbanzos».

Más información
El insulto y el genio de la lengua
Insultos y multiculturalidad

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