¡Quiero toda la tierra más el 5%!

Emilio Botin

Emilio se entusiasmaba mientras ensayaba una vez más su discurso para la muchedumbre que se presentarí­a mañana. Habí­a deseado siempre prestigio y poder y ahora sus sueños iban a ser realidad.

Él era un artesano que trabajaba con plata y oro, haciendo joyerí­a y ornamentos pero estaba descontento con tener que trabajar para vivir. Necesitaba entusiasmo, un desafí­o, y su plan estaba listo para comenzar.

Por generaciones la gente utilizó el sistema del trueque. Un hombre mantenía a su propia familia proporcionando todas sus necesidades o bien se especializaba en un comercio particular. Los bienes excedentes de su propia producción, los intercambiaba o por los excedentes de otros.

El dí­a del mercado habí­a sido siempre ruidoso y polvoriento, sin embargo la gente deseaba los gritos y los saludos y disfrutaba especialmente el compañerismo. Solí­a ser un lugar feliz pero ahora habí­a demasiada gente, demasiados discutiendo. No habí­a tiempo para charlar se hací­a necesario un sistema mejor.

Generalmente la gente habí­a sido feliz, y gozó de los frutos de su trabajo.

En cada comunidad un gobierno simple habí­a sido formado para cerciorarse de que las libertades y los derechos de cada persona fueran protegidos y que no se forzara a ningún hombre hacer cualquier cosa contra su voluntad por ningún otro hombre, o cualquier grupo de hombres.

Este era el único propósito del gobierno y cada gobernador era apoyado voluntariamente por la comunidad local que lo eligió.

Sin embargo, el dí­a del mercado era un problema que no podí­an solucionar. ¿Valí­a un cuchillo una o dos cestas de maí­z? ¿Valí­a una vaca más que un carro?. A ninguno se le ocurrí­a un sistema mejor.

Emilio habí­a anunciado: «tengo la solución a nuestros problemas del trueque, e invito todos a una reunión pública mañana».

El dí­a siguiente sobre un escenario en la plaza de la ciudad, Emilio explicó a todos el nuevo sistema que él llamó dinero. La idea sonaba bien. «¿Cómo vamos a comenzar?, preguntó la gente.

«El oro que uso en ornamentos y joyerí­a es un metal excelente. No se deslustra ni se enmohece, y durará muchos años. Fundiré un poco de mi oro en monedas y llamaremos a cada moneda «un dólar».

Explicó cómo trabajarí­an los valores, y que ese dinero serí­a realmente un medio para el intercambio y un sistema mucho mejor que el trueque.

Uno de los gobernadores preguntó: “algunas personas pueden encontrar oro y hacer las monedas para sí­ mismos».

Él dijo:

«Eso serí­a de lo más injusto», Emilio tení­a preparada la respuesta. «solamente las monedas aprobadas por el gobierno pueden ser utilizadas, y éstas tendrán una marca especial estampada en ellas».  Esto parecí­a razonable y fue propuesto que se le de a cada hombre un número igual de monedas. «Sólo yo merezco la mayorí­a», dijo el fabricante de velas «todos utilizan mis velas». «No», dijo el granjero, «sin alimento aquí no hay vida, nosotros tenemos que tener la mayor cantidad de monedas». Y la discusión continuaba.

Emilio los dejó discutir por un rato y finalmente dijo, «puesto que ninguno de ustedes puede llegar a un acuerdo, yo sugiero que cada uno obtenga la cantidad que requiera de mí­. No habrá lí­mite, a excepción de su capacidad de devolverlas . Cuanto más dinero cada uno obtiene, más debe devolver al final del año».

«¿Y qué pago recibe usted?» la gente le preguntó a Emilio.

«Puesto que estoy proporcionando un servicio, es decir, la fuente de dinero, me da derecho al pago por mi trabajo. Digamos que para cada 100 monedas que ustedes obtienen, me devuelven 105 por cada año que ustedes mantienen la deuda. Los 5 serán mi pago y llamaré a este pago interés.

No parecí­a haber otra manera, y además, un 5% parecía poca cantidad para un año. «Vuelvan el viernes próximo y comenzaremos».

Emilio no perdió un minuto. Hizo monedas dí­a y noche y al final de la semana ya estaba listo. La gente hacía cola para entrar en su tienda, y después de que las monedas fueran examinadas y aprobadas por los gobernadores, el sistema comenzó. Algunos pidieron solo unas pocas monedas y se fueron a intentar el nuevo sistema.

Encontraron que el dinero era maravilloso, y pronto valoraron todo en monedas o dólares de oro. El valor que pusieron en cada cosa fue llamado un «precio», y el precio dependió principalmente de la cantidad de trabajo requerida para producir el bien. Si tomaba mucho trabajo el precio era alto, pero si era producido con poco esfuerzo el precio era bajo.

En una ciudad viví­a Alan, que era el único relojero. Sus precios eran altos porque los clientes estaban ansiosos de pagar para obtener uno de sus relojes.

Después otro hombre comenzó a hacer los relojes y los ofreció en un precio mas bajo para conseguir ventas. Alan fue forzado para bajar sus precios, y luego todos los precios se vinieron abajo, de modo que ambos hombres se esforzaran en dar la mejor calidad en el precio mas bajo. Ésta era libre competencia genuina.

Era igual con los constructores, operadores del transporte, contables, granjeros, de hecho, en toda empresa. Los clientes elegí­an siempre lo que se sentí­an era el mejor trato – tení­an libertad de elección. No habí­a protección artificial tal como licencias o tarifas para evitar que la gente entre en el negocio . El estándar de vida se elevó, y después de poco tiempo la gente se preguntaban cómo habí­an hecho antes sin «el dinero».

Al fin del año, Emilio salió de su tienda y visitó a toda la gente que le debía las monedas. Algunos tení­an más de lo que pidieron prestado, pero esto significaba que otros tení­an menos, puesto que solo habí­a cierto número de monedas distribuidas inicialmente. Los que tení­an más de lo que pidieron prestado devolvieron lo prestado mas 5 adicionales cada 100, pero de todos modos, luego de devolver sus monedas, tuvieron que pedir prestado nuevamente para poder continuar.

Los otros descubrieron por primera vez que tení­an una deuda. Antes de prestarles más dinero, Emilio tomó una hipoteca sobre algunos de sus activos, y cada uno salió una vez más a intentar conseguir esas 5 monedas extra que siempre parecí­an tan difíciles de encontrar.

Nadie se dio cuenta, que en el conjunto, el paí­s nunca podrí­a salir de su deuda hasta que todas las monedas fueran devueltas, pero, aunque se devolvieran todas las monedas, estaban siempre esos 5 adicionales en cada 100 que nunca habí­an sido puestos en circulación. Nadie mas que Emilio podí­a ver que era imposible pagar el interés – el dinero adicional nunca habí­a sido puesto en circulación, por lo tanto a alguien siempre le faltaba.

Era verdad que Emilio gastaba algunas monedas, pero él por sí­ mismo no podí­a gastar tanto como el 5% de la economí­a total del país. Habí­a millares de gente y Emilio era solamente uno. Por otro lado, él seguí­a siendo un orfebre viviendo una vida confortable

En la parte posterior de su tienda Emilio hizo una caja fuerte y la gente encontró conveniente dejar algunas de sus monedas en ella como depósito de seguridad. Él cobraba un honorario pequeño dependiendo de la cantidad de dinero, y la cantidad de tiempo que permanecí­a con él. Él daba al dueño de las monedas, un recibo por cada depósito.

Cuando una persona iba a hacer compras, no llevaba normalmente muchas monedas de oro. La persona le daba al comerciante uno de los recibos de Emilio, según el valor de las mercancí­as que deseaba comprar.

Los comerciantes reconocí­an el recibo como genuino y lo aceptaban con la idea de llevarlo luego ante Emilio y recoger la cantidad apropiada en monedas. Los recibos pasaron de mano en mano en vez de transferir el oro en sí­ mismo. La gente tení­a completa confianza en los «recibos» – y los aceptaban como si fueran las monedas de oro.

Después de poco tiempo, Emilio notó que era bastante raro encontrar que alguna persona le pidiera realmente sus monedas de oro.

Él pensó: «aquí­ estoy en la posesión de todo este oro y sigo teniendo que trabajar duro como artesano. No tiene sentido. Hay docenas de personas que estarí­an contentas de pagarme el interés por el uso de este oro, que esta depositado aquí­ y que sus dueños raramente reclaman.

«Es verdad, el oro no es mí­o – pero está en mi posesión, que es todo lo que importa. Ya no necesito hacer más monedas para prestar, puedo utilizar algunas de las monedas almacenadas en la caja fuerte».

Al principio él era muy cauteloso, prestando unas pocas monedas cada vez, y sólo cuando tení­a amplia seguridad de su devolución. Pero gradualmente tomó confianza, y prestó cantidades más grandes.

Un dí­a, un préstamo muy grande fue solicitado. Emilio sugirió, «en vez de llevar todas estas monedas podemos hacer un depósito en su nombre, y entonces le daré varios recibos al valor de las monedas». El prestatario convino, y se fue con un manojo de recibos . Él habí­a obtenido un préstamo, sin embargo el oro permanecí­a en la caja fuerte de Emilio. Después de que el cliente se fuera, Emilio sonrió. Podí­a tener la torta y encima comerla también. Podrí­a «prestar» el oro y todaví­a mantenerlo en su posesión.

Los amigos, los extranjeros e incluso los enemigos necesitaron fondos para realizar sus negocios – y siempre y cuando podí­an asegurar la devolución, podí­an pedir prestado tanto como necesitaran. Simplemente escribiendo recibos Emilio podí­a «prestar» tanto dinero como varias veces el valor del oro en su caja fuerte, y él ni siquiera era el dueño del dinero en ella. Todo era seguro siempre y cuando los dueños verdaderos no pidieran su oro y la confianza de la gente fuera mantenida.

í‰l mantení­a un libro mostrando los débitos y los créditos de cada persona. De hecho, el negocio de préstamos demostraba ser muy lucrativo.

Su posición social en la comunidad aumentaba casi tan rápidamente como su riqueza. Él se estaba convirtiendo en un hombre de importancia, él requerí­a respeto. En materias de finanzas, su palabra era como una declaración sagrada.

Los orfebres de otras ciudades se hicieron curiosos sobre sus actividades y un dí­a lo llamaron para verlo. Él les dijo qué era lo que hací­a, pero tuvo mucho cuidado en remarcar la necesidad de mantener el secreto.

Si su plan fuera expuesto, el esquema fallarí­a, así­ que acordaron formar su propia alianza secreta.

Cada uno volvió a su propia ciudad y comenzó a operar como Emilio les habí­a enseñado.

La gente ahora aceptaba los recibos como algo tan bueno como el oro en sí­ mismo, y muchos recibos fueron depositados para mantenerlos seguros de la misma manera que las monedas. Cuando un comerciante deseaba pagar a otro mercancí­as, él escribí­a simplemente una nota corta dirigida a Emilio en la que le mandaba transferir el dinero de su cuenta a la del segundo comerciante. Le tomaba a Emilio solamente algunos minutos para ajustar los números en el libro.

Este nuevo sistema llegó a ser muy popular, y las notas con la instrucción de transferencia fueron llamadas «cheques».

Tarde una noche, los orfebres tuvieron otra reunión secreta y Emilio les reveló un nuevo plan. Convocaron el dí­a siguiente una reunión con todos los gobernadores, y Emilio comenzó. «Los recibos que nosotros emitimos han llegado a ser muy populares. Sin duda, la mayorí­a de usted los gobernadores los está utilizando y los encuentran muy convenientes». Los gobernadores asintieron. Estaban de acuerdo, pero se preguntaban cuál era el problema. «bien», continuó Emilio, “algunos recibos está siendo copiados por falsificadores. Esta práctica se debe parar.”

Los gobernadores se alarmaron. «¿qué podemos hacer?», preguntaron. Emilio contestó, «mi sugerencia es: primero que todo, hagamos que sea el trabajo del gobierno el imprimir nuevas notas en un papel especial con diseños muy intrincados, y entonces cada nota se firmará por el principal gobernador. Las notas las llamaremos «billetes». Los orfebres estaremos felices de pagar los costos de la impresión, pues nos ahorrará mucho del tiempo que pasamos escribiendo nuestros recibos».

Los gobernadores razonaron: «bien, es nuestro trabajo proteger a la gente contra falsificadores y su consejo parece ciertamente una buena idea». Acordaron entonces imprimir los «billetes».

«En segundo lugar, dijo Emilio , algunas personas han hecho excavaciones y están haciendo sus propias monedas de oro. Sugiero que emitan una LEY, para que cualquier persona que encuentre pepitas de oro deba entregarlas. Por supuesto, será pagado con billetes y monedas».

La idea sonaba bien, y sin pensarlo mucho, imprimieron una gran cantidad de nuevos y flamantes billetes. Cada billete tení­a un valor impreso sobre el – $1, $2, $5, $10 etc. Los pequeños costos de impresión fueron pagados por los orfebres.

Los billetes eran mucho mas fáciles de transportar y rápidamente fueron aceptados por la gente. A pesar de su popularidad, estos billetes eran usados sólo para el 10% de las transacciones. Los registros mostraban que el sistema de cheques era usado para el 90% de todos los negocios.

La siguiente etapa del plan comenzó. Hasta ahora, La gente le estaba pagando a Emilio por guardar su dinero. Para atraer mas dinero a la caja fuerte, Emilio se ofreció a pagar a los depositantes un 3% de interés sobre los depósitos.

La mayorí­a de la gente creí­a que él estaba prestando ese dinero a los deudores al 5%, y su ganancia era el 2% de diferencia. Además, la gente no le preguntó mucho, ya que obtener el 3% era mucho mejor que estar pagando para depositar el dinero en lugar seguro.

La cantidad de ahorros creció, y con el dinero adicional en las bóvedas, Emilio podí­a prestar $200, $300, $400 hasta $900 por cada $100 en billetes y monedas que mantenía en depósito.í‰l debí­a ser cuidadoso de no exceder este factor de 9 a 1, ya que una persona de cada diez, le requerí­a retirar el depósito para usar su dinero. Si no habí­a suficiente dinero disponible cuando alguien se lo requerí­a, la gente hubiera comenzado a sospechar, ya que las libretas de depósito mostraban exactamente cuanto habí­an depositado.

Mas allá de esto, sobre los $900 en asientos contables que Emilio habí­a prestado escribiendo cheques él mismo, podí­a demandar hasta $45 de interés, (45=5% de 900). Cuando el préstamo más los intereses eran devueltos ($945), los $900 se cancelaban en la columna de debitos y Emilio se guardaba los $45 de interés. Por lo tanto, él estaba mas que contento de pagar $3 de interés sobre los $100 depositados originalmente, los cuales nunca habí­an salido de la bóveda. Esto significaba, que por cada $100 que mantení­a en depósito, era posible obtener un 42% de ganancia, mientras la mayorí­a de la gente pensaba que el sólo ganaba el 2%. Los otros orfebres estaban haciendo la misma cosa. Creaban dinero de la nada, sólo con su firma en un cheque, y encima le cargaban interés.

Es cierto, ellos no estaba haciendo billetes, el Gobierno imprimí­a los billetes y se los entregaba a los orfebres para distribuir. El único gasto de Emilio era el pequeño costo de impresión. Sin embargo, ellos estaban creado dinero de «crédito», que salía de la nada y le cargaban intereses encima. La mayoría de la gente creí­a que la provision de dinero era una operación del Gobierno. También creí­an que Emilio estaba prestando el dinero que alguien mas habí­a depositado, pero habí­a algo extraño: ningún depósito decrecí­a cuando Emilio entregaba un préstamo. Si todos hubieran tratado de retirar sus depósitos al mismo tiempo, el fraude hubiera sido descubierto.

No había problemas si alguien pedí­a un préstamo en monedas o billetes. Emilio simplemente le explicaba al Gobierno que el incremento de la población y de la producción requerí­a mas billetes, y los obtení­a a cambio del pequeño costo de impresión.

Un dí­a, un hombre que solí­a pensar mucho fue a ver a Fabian. «Esta carga del interés está mal», le dijo. «Por cada $100 que usted presta, está pidiendo $105 en devolución. Los $5 extra no pueden ser pagados nunca ya que no existen.

Muchos granjeros producen comida, muchos industriales producen bienes, y así­ hacen todos los demás, pero sólo usted produce dinero. Suponga que existimos sólo dos empresarios en todo el paí­s, y que nosotros empleamos al resto de la población. Le pedimos prestado $100 cada uno, pagamos $90 en salarios y gastos y nos quedamos con $10 de ganancia (nuestro salario). Eso significa que el poder adquisitivo total, de toda la población, es $90 + $10 multiplicado por dos, esto es $200. Pero, para pagarle a usted, nosotros debemos vender toda nuestra producción por $210. Si uno de nosotros tiene éxito y vende todo lo que produce por $105, el otro hombre sólo puede esperar obtener $95. (si el poder adquisitivo total es $205, y uno de los empresarios vende $105, solo quedan $95 en manos de la gente para comprarle al otro empresario). Además, parte de los bienes no pueden ser vendidos, ya que no quedarí­a más dinero en manos de los consumidores para comprarlos.

Vendiendo por $95, el segundo empresario todaví­a le deberí­a a usted $10 y sólo podrá pagarle pidiendo más prestado. Este sistema es imposible».

El hombre continuó, «Seguramente usted deberí­a emitir $105, esto es 100 para mi y 5 para que gaste usted. De esta manera habrí­a $105 en circulación, y la deuda puede ser pagada».

Emilio escuchó en silencio y finalmente dijo, «La Economía Financiera es un tema muy profundo, amigo, toma años de estudio. Déjeme a mí­ preocuparme por estos asuntos, y usted preocúpese por los suyos. Usted debe volverse más eficiente, incremente su producción, baje sus gastos y conviértase en un mejor empresario. Siempre estaré dispuesto a ayudarlo en esos asuntos».

El hombre su fue sin estar convencido. Habí­a algo mal con las operaciones de Emilio, y el sentí­a que su pregunta habí­a sido contestada con evasivas.

Sin embargo, la mayorí­a de la gente respetaba la palabra de Emilio -él es el experto, los otros deben estar equivocados. Miren como se desarrolló el paí­s, cómo se incrementó nuestra producción – mejor dejemos que él maneje estos temas».

Para pagar los intereses sobre los préstamos que habí­an pedido, los comerciantes tuvieron que elevar sus precios. Los asalariados se quejaron de que los sueldos eran muy bajos (al subir los precios podí­an comprar menos bienes con su salario). Los empresarios se negaron a pagar mayores salarios, diciendo que quebrarí­an. Los granjeros no podí­an obtener precios justos por su producción. Las amas de casa se quejaban de que los alimentos estaban muy caros.

Y finalmente algunas personas se declararon «en huelga», algo de lo que nunca se había oí­do hablar antes. Otros habí­an sido golpeados por la pobreza, y sus amigos y parientes no tení­an dinero para ayudarlos. La mayorí­a habí­a olvidado la riqueza real alrededor de ellos – las tierras fértiles, los grandes bosques, los minerales y el ganado. Sólo podí­an pensar en el dinero, que siempre parecí­a faltar. Pero nunca cuestionaron el sistema bancario. Ellos creí­an que el gobierno lo manejaba.

Algunos pocos habí­an juntado su dinero y formaron compañías de préstamos o «compañías financieras». Podí­an obtener 6% o más, de esta manera, lo que era mejor que el 3% que pagaba Emilio, pero solo podían prestar el dinero que poseí­an – no tení­an el poder de crear dinero de la nada simplemente escribiendo asientos contables en un libro.

Estas compañías financieras preocuparon a Emilio y a sus amigos, Así­ que rápidamente formaron sus propias compañías. En la mayorí­a de los casos, compraron a las otras compañías antes de que se pusieran en marcha. En poco tiempo, todas las compañías financieras les pertenecí­an o estaban controladas por ellos.

La situación económica empeoró. Los asalariados estaban seguros de que los patrones estaban teniendo mucha ganancia. Los patrones decí­an que los trabajadores eran muy vagos y no estaban haciendo honestamente su dí­a de trabajo, y todos culpaban a todos los otros. Los Gobernantes no pudieron encontrar una respuesta, y además, el problema inmediato parecí­a ser combatir la creciente pobreza.

El Gobierno emprendió entonces esquemas de beneficencia e hicieron leyes forzando a la gente a contribuir en ellos. Esto hizo enojar a mucha gente, que creí­an en la vieja idea de ayudar al vecino voluntariamente.

«Estas leyes no son más que un robo legalizado. Sacarle algo a una persona, contra su voluntad, mas allá del propósito para el cual se usará, no es diferente de robar».

Pero cada hombre se sentí­a indefenso y temí­a ir a la cárcel si no pagaba. Estos esquemas de beneficencia dieron algún alivio en principio, pero al tiempo el problema de la pobreza se agravó nuevamente y más dinero era necesario para la beneficencia. El costo de los esquemas de beneficencia se elevó más y más y el tamaño del Gobierno creció.

La mayorí­a de los gobernantes eran hombres sinceros tratando de hacer lo mejor posible. A ellos no les gustaba pedir más dinero de su pueblo (aumentar impuestos) y finalmente, no tuvieron otra opción que pedir prestado a Emilio y sus amigos. No tení­an idea de cómo iban a hacer para devolverlo. La situación empeoraba, los padres ya no podí­an pagar los maestros para sus hijos. No podí­an pagar doctores, y las empresas de transporte estaban quebrando.

Uno por uno, el gobierno fue forzado a tomar estos servicios por su cuenta. Maestros, doctores y muchos otros se convirtieron en servidores públicos.

Muy pocos estaban satisfechos de su trabajo en el Estado. Recibí­an un salario razonable, pero perdieron su identidad. Se convirtieron en pequeños engranajes de una maquinaria gigantesca.

No habí­a espacio para la iniciativa personal, muy poco reconocimiento para el esfuerzo, sus ingresos eran fijos, y sólo se ascendí­a cuando un superior se retiraba o morí­a.

Desesperados, los gobernantes decidieron pedir el consejo de Emilio. Lo consideraban muy sabio y parecí­a saber cómo resolver asuntos de dinero. Emilio los escuchó explicar todos sus problemas, y finalmente respondió, «Mucha gente no puede resolver sus problemas por sí­ mismos – ellos necesitan a alguien que lo haga por ellos. Seguramente ustedes estarán de acuerdo que la mayorí­a de la gente tiene el derecho a ser feliz y a ser provista con lo básico para vivir. Uno de nuestros grandes dichos es «Todos los hombres son iguales», ¿No es cierto?»

Bien, la única manera de balancear las cosas es tomar el exceso de riqueza de los ricos y darla a los pobres. Introduzcan un sistema de impuestos. Cuanto más un hombre tiene, más debe pagar. Recojan los impuestos de cada persona según su capacidad, y den a cada uno según su necesidad. Las escuelas y los hospitales deben ser gratuitas para los que no puedan permití­rselos».

Él les dio una larga charla sobre grandes ideales y acabó diciendo: «Oh, a propósito, no se olviden que me deben dinero. Han estado pidiendo prestado por mucho tiempo. Lo menos que puedo hacer para ayudar, es, como una atención para ustedes, que sólo me paguen el interés. Dejaremos el capital como deuda, solo paguen el interés».

Salieron, y sin hacer mucho análisis sobre las filosofí­as de Emilio, introdujeron el impuesto graduado sobre la renta – cuanto más usted gana, más alta es su imposición fiscal. A nadie le gustó esto, pero, o pagaban los impuestos o iban a la cárcel.

Los nuevos impuestos forzaron a los comerciantes nuevamente a subir sus precios. Los asalariados exigieron salarios más altos lo que causó que muchas empresas cerraran, o que sustituyeran hombres por maquinaria. Esto causó desempleo adicional y forzó al gobierno a introducir más esquemas de beneficencia y más seguros de desempleo.

Se fijaron tarifas y se implementaron otros mecanismos de protección para resguardar algunas industrias y que se mantuvieran dando empleo. Algunas personas se preguntaban si el propósito de la producción era producir mercancí­as o simplemente proporcionar empleo.

Mientras las cosas se poní­an peores, intentaron el control del salario, el control de precios, y toda clase de controles. El gobierno intentó conseguir más dinero con un impuesto a las ventas, aportes patronales, aportes salariales y toda clase de impuestos. Alguien observó que en el camino desde la cosecha del trigo hasta la mesa de los hogares, habí­a cerca de 50 impuestos sobre el pan.

Los «expertos» se presentaron y algunos eran elegidos para gobernar, pero después de cada reunión anual aparecí­an sin soluciones, a excepción de la noticia de que los impuestos debí­an ser «reestructurados», pero siempre, luego de las reestructuraciones la suma total de impuestos aumentaba.

Emilio comenzó a exigir sus pagos de interés, y una porción más grande y más grande del dinero de los impuestos era necesaria para pagarlo.

Entonces vino la polí­tica partidaria – la gente discutí­a sobre qué partido polí­tico podrí­a solucionar lo mejor posible sus problemas. Discutieron sobre las personalidades, idealismo, los slogans, todo excepto el problema real. Los consejos deliberantes estaban en problemas.

En una ciudad el interés de la deuda excedió la cantidad de impuestos que se recaudaron en un año. En todo el paí­s el interés sin pagar siguió aumentando – se cargó interés sobre el interés sin pagar.

Gradualmente, mucha de la riqueza real del paí­s fue comprada o controlada por Emilio y sus amigos y con ello vino el mayor control sobre la gente. Sin embargo, el control no era todaví­a completo. Sabí­an que la situación no serí­a segura hasta que cada persona fuera controlada.

La mayorí­a de la gente que se oponí­a al sistema era silenciada por presión financiera, o sufrí­a el ridí­culo público. Para lograr esto, Emilio y sus amigos compraron la mayorí­a de los periódicos, T.V. y las estaciones de radio. Y seleccionaron cuidadosamente a la gente para operarlas. Muchas de estas personas tení­an un deseo sincero de mejorar el mundo, pero nunca se dieron cuenta cómo los utilizaban. Sus soluciones se ocuparon siempre de los efectos del problema, nunca de la causa.

Habí­a varios periódicos – uno para el ala derecha, uno para el ala izquierda, uno para los trabajadores, uno para los patrones, etcétera. No importaba mucho en cual usted creyera, siempre y cuando usted no pensara en el problema real.

El plan de Emilio casi estaba en su terminación – el paí­s entero le debí­a dinero a él. Con la educación y los medios, él tení­a el control de las mentes de la gente. Podí­an pensar y creer solamente lo que él deseaba que pensaran. Los medios fijaban los temas y los debates.

Una vez que un hombre tiene mucho más dinero que el que puede gastar para sus placeres, ¿qué desafí­o queda para excitarlo? Para aquellos con una mentalidad de clase dominante, la respuesta es el poder – poder puro y completo sobre otros seres humanos. Colocaron idealistas en los medios de comunicación y en el gobierno, pero los controladores reales que Emilio buscaba eran los que tení­an mentalidad de clase dominante.

La mayorí­a de los orfebres se habí­an dirigido por este camino. Conocí­an la sensación de gran abundancia, pero ya no los satisfací­a. Necesitaban desafí­os y emoción, y el poder sobre las masas se convirtió en el gran juego.

Creyeron que eran superiores a todos los demás. «Es nuestro derecho y nuestro deber gobernar. Las masas no saben qué es bueno para ellos. Necesitan ser dirigidos y organizados. Gobernar es nuestro derecho de nacimiento».

A través del paí­s Emilio y sus amigos poseí­an muchas oficinas de préstamos. Es cierto que eran de propiedad privada y de diferentes dueños. En teorí­a estaban en competencia unos con otros, pero en realidad trabajaban juntos. Después de persuadir algunos de los gobernadores, instalaron una institución que llamaron La Reserva Central de Dinero . Ni siquiera usaron su propio dinero para hacer esto – crearon crédito contra una parte de los depósitos de la gente.

Esta institución parecí­a regular la fuente del dinero y ser una institución perteneciente al gobierno, pero extrañamente, no se permitió a ningún gobernador o servidor público ingresar a la Junta Directiva.

El gobierno dejó de pedir prestado directamente de Emilio, pero comenzó a utilizar un sistema de Bonos contra la Reserva Central de Dinero. La garantí­a ofrecida era el rédito estimado de los impuestos del año próximo. Esto estaba en lí­nea con el plan de Emilio – alejar las sospechas de su persona y dirigir la atención hacia una aparente institución del gobierno. Detrás de la escena, él todaví­a estaba en control.

Indirectamente, Emilio tení­a tal control sobre el gobierno que ellos estaban obligados a seguir sus instrucciones. Él solía jactarse: «déjenme controlar el dinero de una nación y no me importa quién haga sus leyes». No importaba mucho qué partido fuera elegido para gobernar. Emilio tení­a el control del dinero, la sangre vital de la nación.

El gobierno obtuvo el dinero, pero el interés fue cargado siempre en cada préstamo. Más y más se gastaba en esquemas de beneficencia y en seguros de desempleo, y no pasó mucho tiempo antes de que el gobierno encontrara difí­cil incluso de pagar el interés, sin hablar del capital.

Pero todaví­a habí­a gente que se preguntaba: «El dinero es un sistema hecho por el hombre. Seguramente puede ser ajustado para ponerlo al servicio de la gente, y no que la gente este al servicio del dinero». Pero cada vez habí­a menos personas que se hací­an esta pregunta y sus voces se perdieron en la loca búsqueda del dinero inexistente para pagar el interés.

Los gobiernos cambiaron, los partidos polí­ticos cambiaron, pero la polí­ticas de base continuaban. Sin importar qué gobierno estaba en el «poder», la meta final de Emilio se acercaba más y más cada año. Las polí­ticas de la gente no significaban nada. La gente pagaba impuestos al lí­mite, no podí­an pagar más. Maduraba el momento para el movimiento final de Emilio.

10% del dinero todaví­a estaba en forma de billetes y monedas. Esto tení­a que ser suprimido de manera tal de no despertar sospechas. Mientras la gente utilizara efectivo, estarí­a libre para comprar y vender como quisiera – la gente todaví­a tení­a cierto control sobre sus propias vidas.

Pero no era siempre seguro llevar billetes y monedas. Los cheques no eran aceptados fuera del paí­s, y por lo tanto se buscó un sistema más conveniente. Emilio tení­a de nuevo la respuesta. Su organización le dio a cada uno una tarjeta plástica que mostraba el nombre de la persona, la fotografí­a y un número de identificación.

En cualquier lugar donde esta tarjeta fuera presentada, el comerciante telefoneaba a la computadora central para controlar el crédito. Si tení­a crédito, la persona podrí­a comprar lo que desee; hasta cierta cantidad.

Al principio, a la gente se le permitió gastar una cantidad pequeña en crédito, y si esto se pagaba dentro del mismo mes, no se cobraba ningún interés. Esto estaba muy bien para el asalariado, pero ¿qué pasarí­a con los empresarios?. Ellos tenían que instalar maquinaria, fabricar las mercancí­as, pagar los salarios etc., vender todas sus mercancí­as y recién pagar el crédito. Si se excedí­an un mes, lo cargaban con un 1,5% por cada mes que la deuda era debida. Esto ascendí­a al 18% por año.

Los empresarios no tení­an ninguna opción mas que agregar el 18% sobre el precio de venta. Pero todo este dinero o crédito adicional (el 18%) no habí­a sido prestado a nadie (no estaba en circulación). En todo el paí­s los empresarios tení­an la imposible tarea de pagar $118 por cada $100 que pidieron prestados – pero los $18 adicionales nunca habí­an sido creados en el sistema. No existí­an.

Emilio y sus amigos aumentaron aún más su posición social. Eran mirados como pilares de respetabilidad. Sus declaraciones en finanzas y en economí­a eran aceptadas con convicción casi religiosa.

Bajo la carga de impuestos cada vez más altos, muchas pequeñas empresas se derrumbaron. Licencias especiales eran necesarias para varias operaciones, de modo que las empresas restantes encontraran muy difí­cil participar. Emilio poseí­a y controlaba todas las compañí­as grandes que tení­an centenares de subsidiarias. Estos parecí­an estar en competencia unos con otros, sin embargo Emilio los controlaba a todos. Eventualmente, todos los otros competidores fueron forzados a cerrar . Los plomeros, los carpinteros, los electricistas y la mayorí­a de las industrias pequeñas sufrieron el mismo destino – fueron tragados por las compañí­as gigantes de Emilio que tení­an protección del gobierno.

Emilio querí­a que las tarjetas plásticas reemplazaran a los billetes y las monedas. Su plan era que cuando todos los billetes fueran retirados, sólo los negocios que usaran el sistema de tarjeta contra la computadora central podrí­an funcionar.

Él planeó que eventualmente alguna gente perderí­a sus tarjetas y estarí­a entonces imposibilitada de comprar o vender nada hasta que que se hiciera una prueba de identidad. El querí­a imponer una Ley, que le darí­a el control total – una ley obligando a todos a tener su número de identificación tatuado en la mano. El número serí­a visible sólo bajo una luz especial, conectada a una computadora. Cada computadora estarí­a conectada a la computadora central gigante y así­ Emilio podrí­a saber todo sobre todos.

© Copyright Larry Hannigan, 1971 Australia, & Stephanie Relfe.
Se permite distribuir esta historia por cualquier medio.

Originalmente publicado en: www.relfe.com
Traducido a Otros Lenguajes: Danes, Ingles, Alemán, Polaco.
Página Original:

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