Una erección para la eternidad

De pocos es conocido que en Parí­s, tras la Torre Eiffel, la Catedral de Notre-Dame, el Louvre y el Arco del Triunfo, el lugar más visitado sea un cementerio.

Vista aérea del cementerio Père-Lachaise.

Se trata del Père-Lachaise, en el clásico y tradicional Distrito 20 al este de la capital francesa, donde se ubica este gran jardí­n-panteón al que cada año 2 millones de visitantes llegan para conocer el último lugar de reposo de personalidades de todos los géneros, de todas las ramas de las ciencias, la polí­tica, la música y las artes en general.

Con sus 44 hectáreas, es también el cementerio más grande de Parí­s intramuros, así como el espacio verde más importante de la ciudad después de los bosques de Boulogne y Vincennes, de hecho muchos parisinos lo utilizan como si de un parque se tratase. Todos los estilos del arte funerario están representados en este lugar, mezcla de jardín a la inglesa y lugar de recogimiento.

El nombre se debe a François d’Aix de la Chaise (1624-1709), más conocido como Père-Lachaise, que fuera confesor del rey Luis XIV de Francia.


Ser uno de los cementerios más renombrados del mundo es debido al gran número de personajes célebres que tiene en «nómina»: allí yacen los pintores Modigliani, Corot, Delacroix, Gustave Doré; escritores como Apollinaire, La Fontaine, Marcel Proust, Molière, Balzac y Oscar Wilde, polí­ticos y militares como el dictador dominicano Trujillo, Murat y el español Godoy, cientí­ficos como Couvier o Gay-Lussac, personalidades del cine y el teatro como Georges Méliès, Simone Signoret, Marcel Camus e Yves Montand y también del mundo de la música, desde Chopin, Rossini y Bizet hasta Marí­a Callas, Edith Piaf y Jim Morrison.

Y hay muchos más, como demuestra la lista completa que ofrece Wikipedia.

Extraños lugares los cementerios, donde la naturaleza y el arte encuentran un punto de unión con la muerte bajo un silencio imponente, en rara y sutil armoní­a que incita a la meditación en cualquiera de sus formas.

Dentro de un paisaje de criptas con calles adoquinadas y largas hileras de árboles que es el Père-Lachaise, hay una tumba conformada por una hermosa estatua yacente de un personaje menos insigne en vida pero bastante frecuentado después.

La tumba de Victor Noir

Un drama folletinesco

Victor Noir, cuyo verdadero nombre era Yvan Salmon, murió asesinado en 1870, un dí­a antes de su boda, a los 22 años de edad. No faltan elementos novelescos en su corta vida.

Siendo periodista de La Marsellaise, Noir quiso mediar en una disputa entre dos periódicos de Córcega: el radical La Revanche y el oficialista L’Avenir de la Corse.

Unas injurias de La Revanche contra Napoleon I recibieron una respuesta airada del príncipe Pierre-Napoléon Bonaparte, sobrino de aquel y primo de Napoleón III, emperador de los franceses entre 1852 y 1870 (fue el último monarca de Francia).

En una carta virulenta publicada por L’Avenir, el príncipe Bonaparte trató al personal de La Revanche de cobarde y traidor. Por su parte, La Marseillaise, dirigido por Henri Rochefort y editado por Paschal Grousset se oponía sistemáticamente al régimen del imperio y prestaba su apoyo a La Revanche.

Grousset, célebre y efervescente periodista, se tomó aquello como una ofensa personal y exigió una satisfacción. Rochefort, que estaba familiarizado con los duelos, envió al príncipe Bonaparte a dos testigos, sus amigos los periodistas Ulric de Fonvielle y Victor Noir para fijar las condiciones.

Noir y Fonvieille se presentaron al príncipe Bonaparte con una carta firmada por Grousset pero el príncipe rechazó el desafío alegando que lucharía con Rochefort, no con sus «sirvientes». Después de discutir y cruzarse insultos, según Fonvieille el príncipe Bonaparte dio una bofetada a Noir y luego le disparó. De acuerdo con el príncipe, fue Noir quien lo golpeó primero, por lo que sacó su revólver y disparó a su agresor. Esta última fue la versión aceptada por el tribunal, es decir, legítima defensa.

La absolución de Pierre Bonaparte por el cargo de asesinato causó una enorme indignación pública, y tal ruido que la figura de un jovencí­simo y oscuro periodista quedó transformada en mártir y héroe nacional.

El 12 de enero de 1870, casi 100.000 personas acompañaron el cuerpo de Noir al cementerio. La asistencia a dicha procesión fue considerada como una especie de deber cívico para los republicanos.

El funeral resultó grandioso, desmesurado y frenético, dando comienzo a una verdadera agitación polí­tica de signo anti-napoleónico. El Segundo Imperio de Bonaparte, que ya languidecí­a, recibe ahora una condena pública sin precedentes.

En 1891, cuando Victor Noir era ya todo un sí­mbolo republicano, el escultor Aimé-Jules Dalou, ardiente defensor de la República, realiza su estatua yacente con donativos de una suscripción nacional. Decide representarlo a tamaño natural, tal y como debió ser hallado después de los disparos: boca arriba, con la camisa desabrochada, la boca algo entreabierta, brazos inertes y el sombrero de copa que ha rodado junto a él.

La obra se concibió con un realismo sin concesiones y siguiendo la técnica común de la época, Dalou modeló primero la figura desnuda y la dotó de una virilidad evidente. Sí­… bajo la tela del pantalón se aprecia un pronunciado abultamiento que carga hacia la izquierda.

En base a tal realismo anatómico, en un momento dado nació el mito de que las mujeres con problemas para concebir o aquellas que desean llevar una vida sexual plena, harí­an bien en frotar el abultado miembro del difunto. Desde entonces una interminable procesión de manos, labios, lenguas y Dios sabe qué mas, fueron desfilando por la superficie del frí­o bronce.

Fácil es adivinar la zona dónde más gastado está el bronce de la estatua y a las pruebas me remito.

Mucha gente sigue pasando por aquel rincón del cementerio con ánimo supersticioso, lujurioso o de cualquier otra í­ndole, la cuestión es que la costumbre perdura.

Si el joven Ví­ctor levantara la cabeza y descubriese una legión de féminas que vienen a practicar el rito de la fertilidad, lo más probable es que su rostro dibujara una placentera sonrisa.

Después de leer Meridianos.
Por cierto, es posible una visita virtual al cementerio parisino.

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