Y encima cachondeo

Entre dos y tres años de un ruido constante que se cierne sobre tu propia vivienda, dí­a y noche, tres turnos de trabajadores a destajo hacen temblar tí­mpanos y cimientos. Toneladas de polvo flotando en el ambiente con dirección a ventanas, balcones y narices.

Entre dos y tres años con la zona de aparcar en el barrio cambiada, recortada o directamente barrida del mapa (ya nunca va a recuperar su perí­metro anterior y además pasará a ser de pago estacionar en la puta intemperie), suelos destrozados a pie de calle, tuberí­as al aire, las vallas cerrando el paso por doquier, el coche desguazándose al atravesar cada dí­a los baches salvajes del asfalto camino de casa…

Parece mentira, y tal vez lo sea, pero anuncian el fin de las obras inacabables de la M-30 de Madrid, las obras que más desconsideradamente han incordiado a los madrileños en mucho tiempo y que no sabemos cuánto nos hipotecarán en el futuro. Se inauguran con el inusitado acelerón que conlleva todo final de legislatura. La proximidad de las urnas obra estos milagros.

Muchos jerifaltes con agujetas en los dedos de tanto agarrar las tijeras, todo el dí­a cortando cintitas, saltando a contrarreloj de obra en obra, asegurando con sonrisa mentirosa la total funcionalidad de lo inaugurado.

Probablemente mi postura sea inmovilista o miope, pero en serio, todaví­a no conozco razones convincentes para haber aguantado las obras de remodelación de la M-30 ni para apoyar el resultado final.

Bien, nada más «terminar» las obras, el Ayuntamiento se apresura a lanzar una campaña publicitaria que nos recuerda que «Madrid necesita descansar. No a la contaminación acústica»: la imagen que corona este artí­culo pertenece a un cartel callejero de dicha campaña, con la correspondiente anotación de un vecino anónimo harto de tanta burla.

Tienen una jeta más dura que el hormigón que lo inunda todo. Madrid es la que necesita descansar de estos pájaros. Propongo un tumulto popular armados con palos y cachiporras de grueso calibre.

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