La masacre del USS Indianapolis

Esta historia la puedes escuchar en un gran monólogo de Robert Shaw en Tiburón, la célebre pelí­cula de Steven Spielberg de 1975 que nos metió para siempre en el cuerpo el miedo a que emergiera una aleta sobre las aguas de cualquier pací­fica playa.

En una escena los tres protagonistas, Roy Scheider, Richard Dreyfuss y Robert Shaw, mientras persiguen al gran tiburón blanco en el barco de pesca del capitán, comparten en mitad de la noche historias de la mar.


Richard Dreyfuss y Robert Shaw (el biólogo por un lado y el curtido marinero local por el otro) rivalizan por las cicatrices que tienen repartidas por sus cuerpos. Será el último de ellos quien narre con absoluta tranquilidad la escalofriante historia del origen de una de ellas, recibida durante la Segunda Guerra Mundial cuando serví­a a bordo del buque USS Indianapolis.

Me preguntaba si era cierta tal historia. Lo es, y representa el ataque de tiburones más terrible del que se tiene noticia. A continuación sigue la asombrosa crónica de aquel suceso.

El USS Indianapolis, un crucero construido en 1932 que habí­a transportado al presidente Roosevelt en su gira oficial por América del Sur en 1936, estuvo después patrullando el Pací­fico y al estallar la II Guerra Mundial es destinado al combate participando en numerosas operaciones, incluidas las batallas del mar de Filipinas e islas de Japón. Tras el ataque de un kamikaze nipón tuvo que dirigirse a San Francisco para ser reparado de los daños.

Desde allí­ y bajo el mando del capitán McVay, partió de nuevo con una misión muy especial, nada menos que la de trasladar el material fisionable de la primera bomba atómica empleada en Hiroshima.

El USS Indianapolis en Pearl Harbor en 1937

En efecto, el 16 de julio de 1945 el USS Indianapolis estaba atracado en los muelles de San Francisco cuando es rodeado por agentes y policí­a militar para custodiar el embarque de una carga secreta en contenedores de plomo. Tanto la tripulación como el propio capitán desconocí­an la naturaleza de dicha carga. Consistí­a en Uranio-235 y otros componentes y estaba directamente vinculada al proyecto Manhattan cuyo objetivo fue el desarrollo de la primera bomba atómica.

Las órdenes del capitán fueron zarpar de inmediato a un destino secreto. La misión, revelada en un sobre lacado que no podí­a ser abierto hasta el mismo dí­a de partida, consistí­a en trasladar dicho material a las bases aéreas norteamericanas próximas a Japón a la máxima velocidad posible. No se admitían preguntas.

En sólo diez dí­as el crucero llegó al atolón de Tinian en las Islas Marianas, al sur de Japón y este de Filipinas, una base de operaciones de los bombarderos norteamericanos en la zona donde depositó su mortí­fera carga. Hecho lo cual, se dirigió sin escolta a la isla de Guam y a continuación al Golfo de Leyte en Filipinas para unirse al USS Idaho y realizar tareas de entrenamiento previo a una planeada invasión de Japón.

Al capitán McVay se le informó de que la Armada Imperial Japonesa habí­a dejado de ser una amenaza en aguas filipinas; a pesar de ello solicitó una escolta pero la petición fue denegada.

Poco después de la medianoche del 30 de julio de 1945 y con 1.196 almas a bordo, el Indianapolis recibe dos impactos fatales de torpedo procedentes de un submarino japonés. La tripulación luchó por soltar las balsas mientras el naví­o se iba a pique en unos doce minutos. En esos momentos perecerí­an ahogados más de 300 marinos; el resto, unos 880 hombres, se arrojaron al mar sujetándose a lo que pudieron. Comenzó entonces para ellos una de las más trágicas historias de naufragio.

Apenas contaban con balsas salvavidas debido a la rapidez con que el Indianapolis habí­a sido tragado por las aguas, de modo que manteniéndose a flote en grupos separados, los hombres trataron de sobrevivir al hambre, la sed, la insolación y las heridas. Pero sobre todo al ataque de los tiburones que acudían en gran número atraí­dos por la sangre.

A primeras horas del amanecer del 31 de julio aparecieron los primeros tiburones tigre. Según relataron después, entre 200 y 300 tiburones masacraron durante horas a los desvalidos náufragos quienes aterrorizados, se cogí­an de las manos formando cí­rculos buscando protección y chapoteando con fuerza. Pero los tiburones continuarían atacando implacables el exterior de dichos cí­rculos. Muchos no soportaron más y desprendiéndose de sus chalecos salvavidas preferí­an ahogarse antes que morir despedazados. Los tiburones se retiraban apenas unas horas para regresar aún más feroces prolongando la horrible agoní­a colectiva. La masacre duró 5 interminables dí­as.

Inexplicablemente, el mando naval norteamericano en Filipinas no se percató de la ausencia del Indianápolis, que debía haber llegado al Golfo de Leyte el 31 de julio. No fue sino hasta la mañana del 2 de agosto que los náufragos fueron descubiertos de casualidad, pues nadie los buscaba, por un hidroavión de reconocimiento.

A raí­z de ello otro hidroavión es enviado y al ver los tiburones atacando amerizó logrando sacar a 56 hombres. El destructor USS Cecil Doyle llegó esa noche a un escenario sobrecogedor donde sólo habí­an quedado 316 supervivientes, entre ellos el capitán. Para entonces las pérdidas se cifraban en 883 hombres, casi la mitad devorados por los tiburones.

El almirante Nimitz ordenó una investigación acerca de uno de los más graves incidentes de la Armada de los Estados Unidos en tiempos de guerra. Evadiendo sus obligaciones, el alto mando naval norteamericano acusó al capitán McVay de ser responsable de los hechos. Sometido a un consejo de guerra, fue declarado culpable por no utilizar la técnica del zig-zag (maniobra preventiva ante submarinos enemigos) al navegar hacia Leyte. Presionado por estos hechos y bajo los efectos de una profunda depresión, McVay terminarí­a suicidándose en 1968 con un disparo en la cabeza.

Supervivientes del USS Indianapolis desembarcados en la isla de Guam (Agosto de 1945)

En 1995 Hunter Scott, un niño de once años que viví­a en Pensacola (Florida) vio la pelí­cula Tiburón y quedó impresionado con la escalofriante narración del capitán Quint (Robert Shaw). Obsesionado por el tema consiguió localizar a uno de los supervivientes y a través de él obtuvo las direcciones de los 154 que aún vivían. Envió cuestionarios para que contasen lo sucedido y todos coincidieron en lo injusto de la condena a McVay, cuando los errores los habí­a cometido la Marina norteamericana por no proporcionar escolta, no informar del peligro y no iniciar a tiempo una operación de rescate. Hubo un acuerdo unánime de que la Armada ocultó sus errores utilizando al capitán como chivo expiatorio.

Hunter y los supervivientes, junto a otros ex combatientes y simpatizantes (entre los que se contaba el propio Mochitsura Hashimoto, comandante del submarino japonés que hundió al Indianapolis y que habí­a declarado: «Quizás es hora de que los de su pueblo se disculpen con el Capitán McVay por la humillación de su condena injusta»), consiguieron que se reabriera el caso hasta la formación de un comité de investigación que implicó al Senado y al Congreso norteamericano.

Capitán Charles Butler McVay III

En el año 2000, una propuesta del Congreso firmada por el presidente Clinton libró de responsabilidades al capitán Charles B. MacVay III en el hundimiento y la tragedia humana del Indianapolis en aguas del mar de Filipinas sucedida en 1945.

La historia fue novelada por Dan Kurzman en Fatal Voyage: The Sinking of the USS Indianapolis (creo que no publicado en español), quien afirmó que la figura del capitán McVay no era sólo la de una ví­ctima de uno de los peores desastres de la Armada estadounidense en el mar, sino también su peor desastre moral.

Recientemente Warner Bros. ha adquirido los derechos para desarrollar esta historia en una pelí­cula con Robert Downey, Jr. como productor.

Hay una página en inglés dedicada í­ntegramente al desastre del USS Indianapolis. Por otro lado puedes seguir la historia pormenorizada del capitán McVay y el proceso al que fue sometido en el siguiente enlace.

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