The crisis is over

Hace unos dí­as, durante una intervención en Diario de Noche de Telemadrid, Ana Samboal me preguntó sobre «la crisis». En concreto cuestionó en que si la situación iba a cambiar, empeorarí­a o se producirí­a una hipotética recuperación.

La verdad es que se sorprendió cuando le dije que a mi manera de ver la crisis ya habí­a pasado y que la recuperación no se iba a producir pues esta es la nueva situación, el nuevo escenario en el que deberemos acomodarnos en la medida de lo posible.

No deja de sorprenderme que algunos griten que se avecina una «recuperación inminente» como si estuviéramos en condiciones de recuperar algo.

Pocos han aceptado la situación real y prefieren seguir con el simulacro. Nada queda por recuperar y mucho por afrontar. Afrontar una nueva situación tremendamente estrecha, compleja y donde los que vean antes el nuevo escenario, más opciones de crecer tendrán. Esta no es una fase intermedia, ni un enlace con algo diferente, ni tan siquiera tiene que ver con la curación de las heridas. La actual situación es lo que nos vamos a tener que merendar en las próximas generaciones: es la desembocadura final.

Prefiero que sea así­. Espero que no regrese el modelo insostenible que nos ha llevado a esta situación. No era más que un circuito cerrado que pretendí­a vender productos cerámicos que nadie necesitaba por el mero hecho de que, en la sucesión de reventas, su valor ascendí­a hasta niveles que rozaban el insulto.

Este paí­s está frente al reto de generar una economí­a vinculada al conocimiento y a las nuevas tecnologí­as, a los servicios con un alto valor añadido y a una industria sofisticada y de vanguardia. La otra opción serí­a esperar el retorno de un mecanismo económico que fue un artilugio retorcido para hipotecar el futuro.

El nuevo modelo es una parada técnica que no tiene por qué llevar consigo una parada creativa o una parada emprendedora. El problema es que a medida que se insinúa que estamos a pocos metros de una mejorí­a inminente, la buena gente espera con paciencia a que eso ocurra. Al mismo tiempo, por empatí­a, se traslada la impresión que la emprendedurí­a es una actividad de suicidas en lugar de valientes, que estudiar oposiciones es una buena manera de asegurarse el futuro o que permitir que se escape el talento joven a Alemania es un mal puntual, puesto que en cuanto «todo se arregle» volverán. ¿Por qué iban a volver?

El verdadero problema de este paí­s, justo ahora que este nuevo escenario se cimenta, es su falta de competitividad. Ayer se publicaba el ránking elaborado por el Foro Económico de Davos que recoge el Instituto de Estudios Económicos y la evidencia no podí­a ser más desoladora. La competitividad de la economí­a española ha perdido nueve puestos en 2010, situándose ahora en el lugar 42. Ya nos superan paí­ses como Polonia o Chipre. Habitualmente, y eso a mi parecer es lo más preocupante, un paí­s que sufre de altas tasas de paro mejora su cociente de competitividad. En España ni con esas.

Vivimos el escenario final, por lo menos el territorio al que, durante mucho tiempo deberemos adaptarnos. Cuanto antes lo hagamos antes encontraremos las enormes oportunidades que ofrece.

Aunque sea mucho más estrecho existen vértices que pueden conducirnos al éxito, un éxito ligado a la capacidad de todo un paí­s por empujar, estimular y animar el espí­ritu emprendedor de toda su sociedad.

Emprender es innovar e innovando cambiaremos el modelo de crecimiento, con ello aumentará la competitividad y con ella, este nuevo territorio sistémico se convertirá en un espacio de desarrollo acotado en su justa medida a un impulso ordenado.

Esta sociedad está paralizada. Lo demuestran muchos elementos, pero seguramente lo está por algo mucho menos retorcido de lo que podrí­a parecer en términos económicos. Espera que todo vuelva a ser como antes. Mientras espera nada sucede. Si aceptamos que esto es otra cosa, otro entorno, más estrecho y duro, pero otro en el que debemos adaptarnos lo más rápido posible, seguramente abandonaremos esa quietud tóxica y tan perjudicial.

Serí­a interesante mirarse al espejo social y descubrir si nosotros mismos estamos helados. Publiqué en mi último libro algo que leí­ un dí­a sobre como reaccionan los alces en las carreteras cuando son sorprendidos por un vehí­culo: se paralizan. Imaginemos que la crisis era ese brillo molesto de esos faros y nosotros, toda la sociedad es ese alce que permanece paralizado en medio de la ví­a.

Fuente: Marc Vidal

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