Invictus: resistir en la oscuridad
Los grandes textos aguantan el paso del tiempo. No es en sí la perfección lo que los hace eternos, sino su capacidad de conseguir hablarle a cada generación.
Sin duda uno de ellos sería Invictus, el célebre poema de William Ernest Henley (1849–1903). Breve, intenso, oscuro y desafiante, fue escrito en 1875 y ha viajado a lo largo de los siglos XX y XXI como un mensaje en una botella para los que atraviesan tormentas.
Una voz diferente en la era victoriana
William Ernest Henley vivió en la Inglaterra victoriana, cuando el país se veía a sí mismo como centro del mundo a pesar de contrastes muy profundos: prosperidad industrial y miseria urbana, avances científicos y crisis espiritual, esplendor y confrontaciones sociales…

Wellingborough, UK. Foto de Jonathan Mabey en Unsplash
Mientras otros autores victorianos exploraban la pérdida de la fe o las tensiones de la sociedad desde la elegancia del salón, él escribió sin sensiblerías desde un carácter endurecido por la enfermedad. Su poema Invictus no habla de resignación, habla de orgullo interior y no busca ese tipo de consuelo celestial en boga sino una afirmación humana sólida. Y en ese sentido, fue a contracorriente de su tiempo.
Se ganó la vida como periodista y editor, contribuyendo él mismo con muchos versos en diferentes colecciones, siendo un influyente personaje en la vida literaria de su época. Su físico imponente —barba tupida, hombros poderosos, bastón y voz grave— contrastaba con la fragilidad de su salud, y eso le confirió una destacada presencia en el Londres literario de la época.

William Ernest Henley
Henley era conocido como un hombre con una determinación que transfirió a sus obras: su amigo Robert Louis Stevenson, impresionado por su tenacidad pese a su mala salud, se inspira en él para crear Long John Silver, el carismático pirata cojo de La isla del tesoro.
Falleció en 1903 a los 53 años, dejando una obra breve aunque intensa, con Invictus como legado más duradero.
Versos contra el dolor
Willian Henley escribió Invictus desde la cama de un hospital. No es una metáfora: literalmente estaba postrado tras la amputación de una pierna y luchando por conservar la otra. A los 12 años le habían diagnosticado tuberculosis ósea, una enfermedad dolorosa y discapacitante (y devastadora antes de la llegada de los antibióticos). Pasó buena parte de su juventud en hospitales.
Durante su convalecencia en Edimburgo bajo el tratamiento del médico pionero Joseph Lister, escribe Invictus, «invicto» en latín, como una reafirmación del espíritu frente al dolor físico y la inseguridad que produce. Este es el texto íntegro:
INVICTUS
Out of the night that covers me,
black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate,
I am the captain of my soul.
En la noche que me envuelve,
negra, como un pozo insondable,
doy las gracias al dios que fuere,
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias,
no me he encogido ni he llorado.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida
Más allá de este lugar de furia y lágrimas,
acecha la oscuridad con su horror,
Y sin embargo la amenaza de los años
me halla y me hallará sin temor.
Ya no importa cuán estrecho haya sido el camino,
ni cuántos castigos lleve a la espalda,
Soy el amo de mi destino,
Soy el capitán de mi alma.
A pesar de las contrariedades y el miedo, la pluma de Henley no dejó un lamento sino una declaración de lucha contra el sufrimiento alimentada por el rescoldo del orgullo interior.
Invictus no espera redención, solo la voluntad de mantenerse en pie. Como una voz de quien se niega a rendirse, aunque esté solo y el futuro sea una interrogación dolorosa. La poesía se alza como un manifiesto de autonomía moral: «Soy el amo de mi destino, el capitán de mi alma».
El alma inconquistable de Mandela
Décadas más tarde, en una celda de Robben Island, un hombre al que habían quitado todo recita en voz baja aquel viejo poema británico como si de una plegaria se tratase. Nelson Mandela, encarcelado por el régimen del apartheid sudafricano durante 27 años, encontró en Invictus una suerte de refugio espiritual.
No era solo la belleza de la lírica lo que lo atraía, sino su núcleo: la resistencia interior. Cuando todo parece perdido, ¿qué es lo queda? Según Henley, la dignidad. Según Mandela, también.
Aquellos versos se convirtieron en una resistencia callada y Mandela se aferró a ellos como a una cuerda invisible, como una afirmación íntima de libertad: la última que le quedaba. Y, quizás, la más poderosa. Invictus no salvó a Mandela pero le recordó que no todo se lo podían arrebatar.
Invictus (2009): cuando el deporte y la poesía se encuentran
La película Invictus, dirigida por Clint Eastwood y estrenada en 2009, toma su nombre directamente del texto de Henley, y no por casualidad. Narra un episodio clave en la presidencia de Nelson Mandela: cuando utilizó el deporte —en concreto, el Mundial de Rugby de 1995— tratando de unir a un país fracturado tras el fin del apartheid.

Poco después de su liberación y elección como presidente de Sudáfrica, Mandela (interpretado magníficamente por Morgan Freeman) ve en el deporte una oportunidad para la reconciliación nacional.
El equipo nacional de rugby, los Springboks, símbolo del orgullo blanco afrikáner, era profundamente impopular entre la población negra. Pero Mandela decide apoyarlos públicamente en el Mundial que se celebrará ese mismo año en Sudáfrica. En una de las escenas más memorables, Mandela entrega al capitán del equipo, François Pienaar (interpretado por Matt Damon) una copia del poema para inspirarlo. Con su ayuda busca transformar la percepción del equipo y usar el torneo como plataforma para sanar heridas históricas.
Así como Henley se resistía al dolor y Mandela al encierro, el país entero (Sudáfrica) debía superar la desunión y su propio pasado violento para construir algo nuevo.
Clint Eastwood narra la historia con su habitual estilo sobrio, sin exceso de sentimentalismos. Más que una película deportiva o un biopic, Invictus emerge como relato sobre la capacidad de encontrar puntos de unión en medio de un mundo hostil.
Invictus (2009). Trailer español.
Aunque el escrito de Invictus no desempeña un papel protagonista a nivel argumental en el film, su espíritu lo atraviesa todo. El título de la película fue un gesto de fidelidad a la fuente de coraje de Mandela, una forma de decir que incluso sumido en tinieblas, de alguna forma alguien puede seguir siendo dueño de sí mismo.
El valor emocional de una historia
En un mundo que parece agitarse siempre entre todo tipo de incertidumbres, ansiedad, crisis o desarraigo, Invictus sigue teniendo sentido.
Su mensaje no promete salvación, sólo entereza. Y sigue apareciendo en cárceles, estadios, funerales, escuelas, en labios de presidentes o de personajes anónimos. Son palabras que pueden sonar a un eco lejano… o a una voz necesaria. No es un mantra de optimismo vacío, es un testimonio de resistencia sin garantías. Por eso, sigue siendo actual.