Código QR

La invención de los códigos de barras que vemos impresos en tantos productos y con los que estamos familiarizados, data de los años 50 del pasado siglo, si bien se popularizaron a partir de los 80.

Dichos códigos de barra tradicionales solamente pueden contener una secuencia de información corta y no disponen de sistema para corregir errores, tal vez por eso las cajeras chasquean la lengua con desagrado y a menudo terminan tecleando los números.


Ahí­ es donde aparece una compañí­a japonesa subsidiaria de Toyota para crear en 1994 el código QR (Quick Response o código de barras de respuesta rápida), buscando que el contenido pudiera leerse a alta velocidad y consiguiendo además otras notables mejoras.

En primer lugar se trata de un sistema que almacena información en una matriz de puntos o código de barras bidimensional, lo que permite multiplicar la cantidad de información contenida: 7.000 dí­gitos, 4.000 letras o una imagen de hasta 3 Kb.

Por otro lado el código QR no requiere de un lector especial como hasta ahora ocurrí­a: la cámara de un Smartphone con una de las muchas aplicaciones que existen puede interpretar ese código, por lo que se hace totalmente accesible. Ya no sólo se trata de etiquetar productos, cada vez más empresas y organizaciones pueden entregarnos cualquier tipo de información -que sea más o menos útil es otra cuestión- encapsulada en la mancha de pixeles.


Sus aplicaciones prácticas son muy variadas y en especial destacan los usos orientados a mejorar la comodidad del consumidor, como el dejar de tener que introducir datos de forma manual en los teléfonos o agregar códigos QR en tarjetas de presentación para simplificar igualmente la inserción de un nuevo contacto en la agenda de un teléfono móvil.

Aunque a veces se confunden, no es lo mismo Bidi que código QR. Los códigos BIDI son privados o de código cerrado: necesitamos descargar una aplicación gratuita de nuestra compañí­a telefónica pero pagamos por leerlos (detallito tí­pico de estas insaciables compañí­as). En cambio los códigos QR son de código abierto, gratuitos, no es necesario estar dados de alta en ningún servicio de pago. Simplemente hacemos uso de alguna de las muchas aplicaciones que existen para obtener la lectura.

Además de sus fines comerciales, numerosos artistas ya han comenzando a utilizar el QR como material de trabajo. La imaginación siempre explorando nuevos territorios.

Como todo pasa por teléfonos inteligentes o tablets, sin Android o iOS estás fuera (no solo del mundillo QR, también de mil tecnologí­as emergentes más). Consuélate en que al menos quedas al margen del sí­ndrome del miedo a perderse algo (en inglés FOMO, Fear of Missing Out), cuyos afectados han de consultar constantemente el móvil para ver qué acaban de decir sus contactos o qué se cuece en las redes sociales. Y por si fuera poco existe la nomofobia o miedo a salir de casa sin el teléfono móvil…

¿Son los QR un reclamo más, una moda, unos juguetitos publicitarios que utilizan algunas marcas para parecer más tecnológicas de lo que realmente son? Pues sí, una vez más el éxito de una tendencia conduce en no pocas ocasiones al absurdo y el abuso de los códigos QR puede desvirtuar su verdadera finalidad. Marketing, logí­stica, publicidad, cultura geek… hay mucho código circulando por ahí sin que sea realmente para algo importante.

Dicho lo cual y a pesar de ello, hay que señalar que los códigos QR son un paso más, una evolución lógica del barcode o códigos de barras y que por lo tanto han venido para quedarse. Seguirán avanzando de nivel.

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