Comprar y tirar para volver a comprar


El consumo desenfrenado y la obsolescencia programada

Siempre me atrajo la aventura de comprar un nuevo artefacto. Informarse de productos de nueva aparición, investigar sus caracterí­sticas y las nuevas funciones que incorporaban y por supuesto cotejar precios en la medida de las posibilidades de uno y dedicar el tiempo necesario hasta hacerse con el preciado objeto.

Desde hace algún tiempo comprendo la inutilidad de todo esto. Ya estoy cansado de tanta tonterí­a… Es para desilusionarse ante la vorágine de cambios acelerados que obligan a que absolutamente todo acabe arrinconado o en la basura muy pronto ¿Para qué tanto interés si lo que ayer mismo era rutilante hoy solo supone tecnologí­a obsoleta?

La verdad es más cruel que la mentira. Suele ser así­, como una de las muchas paradojas de la vida. Si nos acostumbramos a la mentira es por comodidad y conveniencia, como un bálsamo que se quiere porque tapa ciertas cosas. Pero en sentido estricto la mentira seguirá siempre siendo mentira. Importa no olvidarlo.

No queda más remedio que seguir aprendiendo a vislumbrar la verdad en la medida en que sea posible, cada uno a su ritmo particular, empleando el propio discernimiento. Lo que cuenta es mantener abiertos los ojos y procurar contrastar cualquier información que para nosotros resulte esencial.

Una lucha ardua, llena de sinsabores, más teniendo en cuenta que la manipulación se extiende como un manto pegajoso por todos lados y que a medida que vamos levantando velos surgen otros, así­ que no hay tregua. Cada cual ha de decidir qué precio pagar a cambio de lo que recibe.

Enfrentarse a la verdad ofrece esa sensación poderosa de liberación no exenta de dolor, como nos enseñaba aquel cuento de La Tienda de la Verdad.


Llamemos la atención hoy sobre el consumo y el grado mayúsculo que ha alcanzado en nuestras vidas. O mejor dicho, la pérdida de control sobre el mismo a la que hemos llegado. A los ciudadanos-usuarios-compradores-consumidores se nos ha ido todo esto de las manos.

¿Imaginabas que, alcanzado un cierto estadio de desarrollo, el ser humano se dedicarí­a a vivir holgadamente cultivando el intelecto y otras buenas virtudes mientras toda esa tecnologí­a prometedora se encargaba del trabajo sucio y rutinario? Tal es el camino brillante y esperanzador que nos presentaron hace muchos años un buen número de teorí­as futuristas subyacentes en pelí­culas y publicaciones de distinto signo.

Pura utopí­a. El sistema tal como lo tenemos montado, nos devora sin más, nos empuja a un frenético ritmo de compras que bajo ningún concepto va a detenerse. La producción ha de crecer a ritmo exponencial sin que nosotros sepamos en realidad hacia dónde conducirá.

Ahora más que nunca, nos venden la idea de que para ser feliz se hace indispensable comprar de manera continua, sin respiro y ya constituye un modo de vida global que alcanza cualquier rincón del planeta y todos los estratos sociales.

Tú no determinas cuándo deshacerte de una de tus posesiones materiales, otros lo hacen por ti.

Sin que lo sepas. Lo más seguro es que lo haya decidido de antemano el fabricante y todo su aparato propagandí­stico. ¿Has pensado en cuánto dura tu teléfono móvil en los últimos años? ¿la televisión, el frigorí­fico, el ordenador, la ropa o los zapatos que usas?

Existe una Obsolescencia programada cuya práctica empresarial se encarga de acortar deliberadamente la vida útil de los productos para incrementar el consumo.

El documental Comprar, tirar, comprar hace un recorrido por la historia de la muerte programada de los bienes de consumo impulsada por las empresas para incentivar nuevas compras. Puede considerarse algo sesgado en su enfoque, tal vez un poco demagógico, pero válido para reflexionar acerca de esta locura.

La obsolescencia programada o planificada («Planned obsolescence» en inglés) no es una práctica de reciente aparición sino que fue desarrollada por primera vez entre 1920 y 1930, momento en el que la producción en masa empieza a forjar un nuevo modelo de mercado que requiere que los productos se vuelvan obsoletos de manera premeditada para alentar a los consumidores a comprar sin demasiada pausa.

El éxito de tal estrategia está garantizado gracias a nuestro deseo irrefrenable por acceder a las últimas posibilidades que nos ofrecen los fabricantes. Caemos en el juego sin remisión.


Esta práctica es ahora una base implantada en la economí­a moderna a pesar de las consecuencias medioambientales de un sistema que genera toneladas de residuos inútiles que destrozan el planeta. El cuidado del medio ambiente y por extensión la previsión del futuro del ser humano, pasan a un segundo plano de prioridades.

El mercado actual de la electrónica de consumo está diseñado expresamente no con una obsolescencia programada única, si no con varias a la vez y por distintos frentes.

Lo más grave de todo es que ahora somos nosotros mismos quienes tenemos incrustada la obsolescencia programada en el cerebro. Si no compras inmediatamente, si te resistes, van a mirarte mal, quedas como un tacaño desfasado… Estás fuera.

Cada producto desechado prematuramente supone una frustración más para el usuario pero no importa, una gran masa de gente vive respirando el modelo de consumismo exacerbado y consciente o inconscientemente lo defiende a capa y espada, dejándose arrastrar por todas las modas propuestas por absurdas que sean.

A mí­ también me gusta adquirir bienes pero eso no tendrí­a que implicar que los inmediatamente anteriores -en general con muy pocos años y funcionando correctamente- haya que tirarlos por falta de opciones.

Cuando compro un producto, cualquiera que se ajuste a mis posibilidades económicas, como persona cuidadosa espero una cierta duración. Por tanto me gustarí­a ser yo quien decida cuándo ha dejado de ser útil para mi o en casa o si puedo o no puedo soportar su antigüedad.


Como consumidores atados a una compra compulsiva programada hemos sufrido incontables abusos en nuestra experiencia personal, tanto con los productos como con los servicios adyacentes y tenemos la certeza de que hoy compramos artí­culos con un ciclo de vida muy corto, una garantí­a escasa y casi nulas posibilidades de reparación.

¡Qué tiempos aquellos en que las cosas se reparaban! Sí­, he dicho reparar algo que ahorrarí­a dinero y recursos y nos devolverí­a una parte de la iniciativa perdida.

2 Comentarios

Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Privacidad y cookies

Utilizamos cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mismas Enlace a polí­tica de cookies y política de privacidad y aviso legal.

Pulse el botón ACEPTAR para confirmar que ha leído y aceptado la información presentada


ACEPTAR
Aviso de cookies