El último retrato

La expresión latina Memento mori («Recuerda que morirás») viene a subrayar lo inevitable de la muerte para todos. Durante siglos se utilizó como tópico y eje central de uso frecuente en las artes para resaltar la fugacidad de la vida.

«Omnia vanitas» (Todo es vanidad)

Y aquí otro latinismo más emparentado con el tema. En la Antigua Roma, cuando un general desfilaba victorioso, se pronunciaba esta frase para recordarle las limitaciones de la naturaleza humana con el fin de impedir que incurriese en la soberbia. Aunque según otros testimonios la expresión empleada decía más expresamente:

«¡Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre y no un Dios”.

De cualquier modo el mensaje es claro: el espíritu habita brevemente en cada cuerpo, después la naturaleza se descompone y sólo queda la presunción del alma como elemento perdurable. 

En prácticamente toda la historia del arte encontraremos este tipo de representaciones sobre la fragilidad de la vida y la brevedad de la existencia por medio de símbolos como un cráneo humano, flores caídas, frutas podridas o relojes de arena.


Parece que nuestros antepasados tenían una relación más natural con la muerte, entre otras cosas porque hubieron de convivir con tasas de mortandad muy altas y era bastante común que se produjeran varias pérdidas en cualquier familia mucho antes de la vejez. 

Sin embargo, cuando se consolidaron los medios que permitieron alargar la vida humana, automáticamente comenzamos a apartar la muerte de nuestras vidas, arrinconándola en la lista de los principales tabúes.

La fotografía ante la muerte 

Desde su invención en el siglo XIX, la fotografía acompañó de manera indiscutible a la vida. Aunque suene en principio raro e insano, ¿por qué no iba a acompañar también a la muerte? Si por su propia naturaleza la fotografía busca capturar un momento efímero tratando de perpetuarlo y cada momento lo es, la muerte también cuenta. 

Antes de la aparición del daguerrotipo, el antecedente inmediato de la fotografía, retratarse era cosa de ricos. Los poderosos posaban al menos una vez frente a un artista para inmortalizar su imagen.

Boulevard du Temple (París, 1838), de Louis Daguerre.

La fotografía tuvo un éxito inmediato entre las familias burguesas surgidas de la Revolución Industrial y el invento de Louis Daguerre, presentado al público en París en 1839, lo cambió todo. Permitió a familias de menos recursos conservar un recuerdo de su ser querido fallecido que no había tenido la ocasión de posar en el taller de un artista.

La nueva técnica del daguerrotipo, más real que un retrato pintado, generaba un recuerdo elocuente para los deudos y ayudaba a pasar el duelo.

Fotografía post mortem 

La época victoriana, comprendida entre 1837 y 1901, atestigua varias epidemias como el tifus y el cólera, además de serios problemas en la producción y distribución de alimentos básicos con los consecuentes colapsos económicos y hambrunas periódicas.

La esperanza de vida rondaba entonces los 40 años. La muerte de los adultos provenía de enfermedades como la tuberculosis, la de los niños del sarampión, la viruela y los efectos de la desnutrición.

La elevada tasa de mortalidad infantil explica que los retratos post mortem de niños fueran particularmente comunes.

Mano de obra abundante y barata. Ser niño en la era victoriana no resultaba nada prometedor.

La fotografía postmortem se basaba en el montaje de una escena donde el cuerpo del finado era vestido a conciencia. Recostado en un sillón o en una cama, se le cerraban los ojos y acomodaba la postura. A veces alguno de los vivos posaba junto al cadáver. Existía un único propósito: simular vida donde ya no había.

Repele, produce un gran rechazo. Desde luego, sin embargo no debería sorprendernos tanto. Como es natural, desde nuestro punto de vista actual resulta muy chocante retratar cadáveres como si estuviesen vivos, la sola mención de ello se considera profanación.

En cambio para las familias decimonónicas, golpeadas por la muerte frecuente y prematura de sus hijos, sólo quedaba el recurso del retrato post mortem; no poseían ninguna otra imagen y además era urgente captar el instante antes de que el rigor mortis se adueñase del cadáver.

Somos de carne y hueso y como materia que desaparecerá haremos lo posible para dejar alguna huella de nuestro paso por este mundo.


Las costumbres cambian con los tiempos. En España, hasta los años 60 del siglo XX, hablar de la muerte parecía corriente (el tabú en cambio era el sexo). Ahora se trata el sexo con más naturalidad, mientras que la muerte queda postergada en la mayoría de conversaciones diarias.

Se retratan difuntos a domicilio a precios acomodados

Cuando el retrato se abarató y democratizó, en poco tiempo los estudios de fotografía ya ofrecían sus servicios a domicilio para inmortalizar a la persona fallecida. Las más frecuentes fueron fotografías de bebés y niños de corta edad, en un tiempo en que la mortandad infantil hacía verdaderos estragos. Eso explica la gran cantidad de retratos de pequeños fallecidos «posando» junto a sus hermanos supervivientes.

El fin en sí mismo no era retratar un cadáver, sino inmortalizar a la persona fallecida tal como fue en vida para conservar un recuerdo imperecedero entre sus familiares. Maquillaje, escenografía, poses, accesorios… todo se ponía al servicio de la fotografía funeraria para un resultado lo más realista posible.

El dato curioso de aquellos daguerrotipos es que con frecuencia el muerto sale más nítido que los vivos. Los comienzos de la fotografía exigían una larga exposición frente a la lente y varios minutos de inmovilidad y la macabra ironía es que en esto, el muerto partía con ventaja. 

Taller fotográfico francés, hacia 1900

Tales costumbres funerarias desaparecieron a medida que avanzaron las técnicas fotográficas y de revelado, lo que permitió obtener instantáneas de los niños desde el primer día, pero durante medio siglo largo la fotografía post mortem mantuvo una gran vigencia.

Técnicas utilizadas para el posado de un cuerpo sin vida

Se trataba de colocar al difunto de manera que aparentase estar vivo, como una foto más del álbum familiar, en un intento desesperado de preservar una parte de él.

Los padres sujetaban los cuerpos inertes de los niños para aportar naturalidad al retrato. Otras veces se les retrataba junto a otros miembros de la familia o tumbados, con los ojos abiertos y pintados para aportar realismo. 

Con frecuencia se maquillaba al cadáver para ocultar los signos de descomposición y había quien colocaba soportes tras el cuerpo para dejarlo erguido.

Silla con sistema para inmovilizar al que posaba y tomar fotografías con daguerrotipos.

Hay algunas instantáneas de una muy oscura poesía, como hermosas jóvenes recién muertas que aparentan echar una siesta (a estas imágenes se les llamaba, no sin cierto sarcasmo, «Sleeping beauty», bella durmiente). 

Sin embargo un cuerpo exánime no se puede camuflar fácilmente. Por mucha maña que se dieran, casi siempre detectamos que en dichas imágenes algo no va bien: una mirada excesivamente perdida, la postura dislocada… Provoca una sensación extraña de escalofrío repulsivo.

Por eso, ya en aquella época, muchos fotógrafos manipulaban la placa coloreando las mejillas del retratado o retocando ojos y otras partes del rostro. El problema con estas técnicas es que en ocasiones los resultados podían dar lugar a imágenes de pesadilla. 

¿Por qué alguien querría fotos de difuntos?

Como hemos visto, en aquellos años este tipo de fotografías estaba normalizada, cuando la temible Parca visitaba asiduamente cualquier hogar.

Esas placas se guardaban como reliquias heredadas. Para las familias, suponía la conservación fidedigna de un recuerdo; para los fotógrafos, una fuente de ingresos. Y existían además otras cuestiones meramente prácticas. Por ejemplo, así podía demostrarse un fallecimiento en asuntos de herencias o gastos de sepelio.


No caigamos en la tentación de juzgar esta práctica directamente monstruosa. Tales fotografías no se hacían por gusto, eran encargos de los familiares del difunto y para el fotógrafo suponía un trabajo más cotizado. Se trataba de una ceremonia más dentro de la comunidad y la familia.

A ojos del siglo XXI estos documentos gráficos son inconfundiblemente macabros. Repito, sólo situándonos en la angustia y penalidades de aquella época pueden llegar a entenderse.

La costumbre ya ha desaparecido, nadie quiere oír hablar de eso. Visionar hoy estas fotografías provoca fuertes reacciones: compasión, repulsión, lástima… incluso miedo. 

Así que en aras del buen gusto, no voy a incluir en esta entrada imágenes directamente relacionadas con el tema. Aquel que quiera contemplar ejemplos de fotografía post mortem no tiene más que buscarlas, tal vez mentalizándose un poco de antemano.

Algunas fuentes

Fotografía postmortem en el siglo XIX

Fotografía post mortem en Wikipedia

The Thanatos Archive

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