Interrogantes artí­sticos

¡Ah el Arte, así en mayúsculas, tan alentador, fascinante y majestuoso como sutil y esquivo! Y fuente de eterna disputa humana sobre cuándo es digno de ser así considerado y cuándo no, ya que en una conversación cualquiera sobre estética todo el mundo entra desde perspectivas únicas para desbarrar acerca de su naturaleza.

A la pregunta de qué factores determinan lo que es el arte, ¿qué serí­a más cierto, el factor artista o el factor público?

Los clásicos fueron bastante estrictos con esto: sencillamente se desestimaba aquello que no tenía detrás una capacitación tanto del artista como del sujeto que se acercaba a la obra.


Sin embargo los más modernos, hartos de siglos de academicismo encorsetado, ansiaban romper con esa visión para afirmar que, en realidad, toda manifestación creativa puede arrojar un fruto artístico y por tanto proyectar belleza de algún tipo. Incluso existe un término acuñado a finales de los años 50, desartización, para referirse al proceso por el que el arte iba despojándose de su costra más tradicional.

Una vez sacudidos antiguos prejuicios comenzó a proyectarse la imagen de un hombre nuevo cuyo universo propio conlleva implí­cita la creatividad. Bien para todos.

Pero con el tiempo, y en especial últimamente, quedó difundiéndose un bonito cuento, el evangelio según el cual todos rebosamos talento, todos somos artistas aunque no seamos conscientes de ello, todos atesoramos una caudal de magia creativa capaz de sobrevolar las nubes y tutear a los mismí­simos dioses. Y no quiero defender lo contrario pero, como siempre ocurre, nos hemos pasado de rosca.

Las artes clásicas contaban con medios propios para desarrollarse; el arte conceptual no dispone de unos elementos sobreentendidos y además está huérfano de mitos, lo que es un putada. ¡Con lo que han hecho los mitos por el arte!


Al igual que ocurre con cualquier ideologí­a, el contenido del arte puede ser tanto información como desinformación, de manera que interpretarlo y valorarlo llega en ocasiones a volverse oscuro o arbitrario. Con un pretexto llamado vanguardia, el arte contemporáneo puede ofrecer cualquier cosa y no olvidemos que siempre existirán charlatanes vendehumos cuyo principal mérito consiste en convencer a otros de que una mierda, en un momento dado, no es sino oro molido.

Si el valor económico de una obra de arte era difí­cil de determinar, ahora ya resulta francamente complicado.

Es lí­cito pensar que el negocio del arte está reglado seria y justamente pero también lo es pensar lo contrario, puesto que nunca faltan trileros protagonizando un festival de estafas y en el mercado del arte se crean burbujas con facilidad.

En definitiva, solo es otro mercantilismo más y no importa cuán buena sea una obra o su valor económico de partida sino la decisión que tomen tiburones, crí­ticos y otros personajes que viven de especular con este material.

Cada vez que como profano te enfrentas a una obra abstracta, te cohibes. Porque piensas que tal vez no llegas al nivel requerido para su compresión. ¿No es un contrasentido que uno se sienta acomplejado ante una obra artí­stica, intimidado por la belleza?


Para combatir este tipo de desventajas aprende lo que puedas, toma referencias y pule tus sentidos. Simplemente mantén viva la llama del espí­ritu observador y crí­tico. Abre la percepción y deja un resquicio para la ironí­a: piensa que el artista creador puede perfectamente ser un holgazán más o tal vez tenga un desbarajuste de obnubilado con el que no tienes por qué comulgar.

«En ciertos momentos un gran número de idiotas tiene una enorme cantidad de dinero idiota».

Esto nos lleva a desembocar en nuevos interrogantes: ¿Puede considerarse un timo parte del arte contemporáneo? ¿Cuál es la auténtica valí­a de un arte que solo comprende una minorí­a?

El número de compradores en este mercado sigue creciendo y un millonario no tiene por qué estar versado en estilos artí­sticos, tal vez ni siquiera tenga buen gusto, simplemente le sobra pasta y el único interés que le mueve es el de hacer crecer un capital invertido.


El artista depende de los canales de distribución. Si estos vienen marcados al 100% por estrategias lucrativas, si la autonomí­a del creador retrocede y la crí­tica no tiene nada de independiente, será solo el especulador quien dicte el discurso artí­stico.

En definitiva, no puede negarse que bajo este campo de juego crecerán las paradojas. Veamos:

Caso 1: tira algo al suelo del museo y ya verás

El Museo de Arte de Dallas (DMA) albergó durante horas unas gafas de sol y un reloj -propiedad de un visitante anónimo- como si fuesen parte de la exposición de arte abstracto contemporáneo programada en el museo.

Hubo miles de retweets difundidos a gran velocidad y un amigo colgó las fotografí­as en el foro de Reddit generando un extenso debate sobre lo que se considera arte abstracto, asunto sobre el que nadie parece ponerse de acuerdo.


¿Tan sencillo es meterle un gol al arte moderno?

Caso 2: obras famosas expuestas al revés

El árbol de Lawrence de Georgia O’Keeffe se ha exhibido mal dos veces: en 1931 y de nuevo durante diez años desde 1979 hasta 1989.

En 1961 el Museo de Arte Moderno de Nueva York cuelga una pintura de Henri Matisse, Le Bateau. La pintura permanece en exhibición durante 47 dí­as y es vista por más de 100.000 personas, luego de lo cual se descubrió que estaba colgada al revés.

También el Centro de Arte Reina Sofí­a de Madrid mantuvo del revés durante tres meses una obra de Picasso, El violinista.

¿Qué mérito hemos de otorgar a un cuadro que dándole la vuelta te parece exactamente igual?

Caso 3: cambia las piezas de lugar

Meten un cuadro pintado por niños de 2 años en ARCO y la gente opina sobre la angustia existencial del autor.

Fue un buen experimento que recuerda a otro del Washington Post planteándose si la belleza llamarí­a la atención en un contexto «banal» o «inapropiado».

Se hizo con Joshua Bell, uno de los violinistas más virtuosos del mundo, quien tocó de incógnito en el metro en vaqueros y camiseta con un Stradivarius sin que casi nadie le hiciera caso, cuando en los dí­as anteriores se habí­an agotado las entradas para verlo en un teatro en Boston, entradas a un promedio de 100$.

¿En serio sacar una obra de contexto le roba tanto valor?

Caso 4: cualquier ser vivo podría pintar

En 1983 Maureen Gledhill, comerciante de vinos de Liverpool, pensó que habí­a conseguido una ganga al comprar por 70 libras un cuadro de pintura abstracta del artista local Ernest Cleverley, un escultor que también regentaba una tienda de mascotas.

La colocó en un lugar prominente de su domicilio pero más tarde descubrió que la pintura era obra de un pato llamado «Pablo» que habí­a escapado de su jaula mientras Cleverley pintaba, manchando con sus huellas el lienzo.

La señora Gledhill intentó recuperar el dinero pero parece que Cleverley no sentí­a ningún arrepentimiento y comentó:

«Podrí­a valer una fortuna de todos modos. El pato tiene talento».

¿Requiere necesariamente el arte de una intervención humana consciente?

Caso 5: esto lo vale si yo lo digo

Imagina que eres responsable de un pequeño museo local y un dí­a abordas a un artista famoso que ocasionalmente pasa unos dí­as de descanso en el lugar. Le cuentas que aunque no tenéis un euro te sentirí­as enormemente honrado si os regalase una pequeña obra como muestra de su talento, buena voluntad y bla bla bla…


Entonces el genio recoge un palo del suelo y dice:

Aquí­ tienes. Llámalo «Madera a la deriva».

¿La exhibirí­as? Seguramente sí­ pero, y aquí­ pongo el colofón, si ese responsable de museo acostumbra hacer adquisiciones de ese modo, los vecinos y visitantes también han de ser conscientes del carácter insustancial de la obra y no fomentar tal práctica en el futuro.

En España estamos hartos de polí­ticos sembrando municipios con obras de dudoso valor artístico a cargo de amiguetes «talentosos».

¿De verdad vamos a olvidar los grandes momentos del Arte y sus enseñanzas?

No permitamos que nuestra comunidad se distancie de toda noción artí­stica.

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