Mi cabeza es una locomotora

«La inteligencia es un fallo de la evolución. En los tiempos de los primeros hombres prehistóricos me imagino perfectamente a los niños de una pequeña tribu corriendo por el monte (…)

Pero a poco que observe uno más atentamente la vida de esa tribu, advierte que alguno niños no participan en la vida del grupo: permanecen sentados junto al fuego (…) Si se pasan el tiempo sin hacer nada, no es por holgazanerí­a, no, les encantarí­a brincar por ahí­ con sus compañeros …

En esa tribu hay una niña ciega, un niño cojo, otro torpe y distraí­do… De modo que se quedan todo el dí­a en el campamento y como no tienen nada que hacer y todaví­a no se han inventado los videojuegos, se ven obligados a meditar y a dejar vagar sus pensamientos. Y se pasan el tiempo pensando, intentando descifrar el mundo, imaginando historias e inventos. Así­ nace la civilización.

Pensar y procurar entender no sólo no me ha aportado nunca nada, sino que ha repercutido en mi contra. Meditar no es una operación natural, es algo que lastima, como si el hacerlo dejara al descubierto cascos de botella y alambres de espino mezclados en el aire. No logro detener mi cerebro, reducir su cadencia. Me siento como una locomotora, una vieja locomotora lanzada a toda velocidad que no podrá detenerse nunca, porque el combustible que le proporciona su vertiginosa potencia, su carbón, es el mundo. Cuanto veo, siento u oigo se precipita en el horno de mi mente.

Intentar comprender es un suicidio social, significa no saborear ya la vida (…) Lo que uno intenta comprender con frecuencia lo mata, pues, como sucede con el aprendiz de médico, no existe auténtico conocimiento sin disección».

Cómo me convertí­ en un estúpido, de Martin Page

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