La increíble historia de Wojtek, el oso soldado

Durante la Batalla de Montecassino, bajo el incesante estallido de las bombas y el tableteo de las ametralladoras, algunos soldados -tanto alemanes como aliados- no podí­an creer lo que sus ojos veí­an: un enorme oso avanzaba con aplomo y seguridad con una caja atada a su espalda.

No se trataba de una visión; los polacos de la 22ª Compañí­a de Transporte que participaron en esta larga y sangrienta batalla contaron con un oso para trasladar cajas de munición.

El modo como el animal habí­a llegado hasta allí­ no podí­a ser más rocambolesco.

Tras la ocupación de parte de Polonia por tropas rusas en 1939, miles de soldados polacos fueron enviados a campos de prisioneros en el interior de la Unión Soviética. El ataque alemán del 22 de junio de 1941 condujo a un acuerdo entre Moscú y el gobierno polaco en el exilio para que los polacos prisioneros fueran liberados.

Un total de 40.000 soldados junto a 26.000 civiles se encontraron de repente abandonados en las estepas de Asia Central. Pasaron ese invierno en tiendas de campaña soportando temperaturas de hasta -50ºC. Por fin, en julio de 1942, Stalin permitió que los que habí­an sobrevivido fueran evacuados a Irán a través del mar Caspio.

En Irán son acogidos por los británicos, que comprobaron que la mayorí­a de los polacos sufrí­an malnutrición y enfermedades. Una vez repuestos, los soldados polacos quedarí­an encuadrados en dos divisiones, la 5ª Kresowa y la 3ª Carpática, en las que encontraron compatriotas que habí­an logrado huir del avance soviético escapando a través de Hungrí­a y Rumaní­a y que ya habían luchado en Tobruk.

Su destino serí­a el Lí­bano, lugar donde se encontraba el resto de fuerzas polacas. Los soldados iniciaron el largo camino. La caravana de camiones atravesó las montañas que separan Irán de Irak.

En un paso de montaña entre Hamadan y Kangavar encontraron un muchacho hambriento y cansado que les pidió algo de comida. Mientras daba buena cuenta de una de las latas de carne que le ofrecieron, los polacos advirtieron que del saco que cargaba el chico asomaba un animal, un cachorro de oso pardo de unas 8 semanas. Según refirió el chico, lo habí­a encontrado en una cueva. Unos cazadores habí­an matado a su madre y el osezno estaba en muy malas condiciones, a duras penas sobrevivió.

Uno de los polacos se mostró dispuesto a comprar el cachorro. El niño se negó a desprenderse de él pero los soldados comenzaron a ofrecerle chocolatinas, latas de carne y caramelos hasta que un bolí­grafo que se convertí­a en navaja acabó por decidirle a vender el animal.

Para alimentar al oso los polacos improvisaron un biberón con una botella de vodka vací­a y un pañuelo con un agujero en el centro que hací­a la función de una tetina. El cachorro engulló con avidez la leche condensada diluida con agua. Después buscó acomodo junto a un soldado llamado Piotr y se quedó dormido.

Curiosamente después de ese dí­a siempre buscarí­a al mismo soldado para dormir la siesta a su lado. Decidieron bautizarle con un nombre tí­picamente polaco, Wojtek (pronúnciese voi-tec).

En los meses siguientes, durante su estancia en Oriente Medio, el pequeño huérfano recibió todo tipo de atenciones por parte de sus nuevos amigos. Para ellos era muy gratificante su presencia y les ayudaba a soportar los rigores de la vida militar.

Por su parte Wojtek se integró rápidamente en el ambiente castrense y pronto abandonó los biberones para desarrollar una afición especial por la cerveza.

El oso pasó, en cierto modo, a ser un soldado más. En los desfiles caminaba erguido sobre dos patas y en los trayectos en Jeep o camión sentado como cualquier pasajero (para sorpresa de los que lo veí­an por primera vez).

A comienzos de 1944 las tropas polacas fueron reclamadas en Italia, donde los Aliados trataban de romper el frente en la región que rodeaba la abadí­a de Monte Cassino sin conseguirlo por culpa de la tenaz resistencia germana.

Los polacos llegaron por carretera al puerto de Alejandrí­a, en donde debí­an embarcarse rumbo a Italia.

Allí­ les aguardaba una desagradable sorpresa: los británicos no permití­an que viajara ningún animal a bordo del buque. Wojtek debí­a quedarse en Egipto.

Naturalmente los soldados polacos no estaban dispuestos de ningún modo a dejar atrás a su amigo, por lo que decidieron alistarlo en el Ejército polaco proporcionándole toda la documentación pertinente. El encargado de permitir el embarque examinó con detenimiento las credenciales del plantí­grado y, haciendo gala de la proverbial flema británica, invitó al animal a subir al barco dándole una palmada en el hombro.

Los polacos entrarí­an en combate en Monte Cassino en abril uniéndose a soldados de otras nacionalidades.

Allí­ las posiciones avanzadas en los abruptos peñascos de la zona debí­an ser abastecidas de alimentos y munición a través de estrechos y peligrosos caminos, por lo que el acarreo del material se hacía con mulas.

Mientras los polacos bajaban cajas de un camión para cargarlas sobre las mulas, Wojtek se acercó al vehí­culo y se puso en pie sobre las dos patas traseras, mientras que con las delanteras intentaba acercarse a las cajas de material. Sus compañeros, maravillados, interpretaron que Wojtek trataba de decirles: «Dejadme a mí­ este trabajo. ¡Puedo hacerlo!».

Ataron entonces una caja al lomo del animal y éste comenzó a avanzar con seguridad. Los polacos confiarí­an en Wojtek para que cargara con las cajas más pesadas y el oso no les defraudó.

Un soldado dibujó la imagen de Wojtek trasladando al hombro una gran bomba, imagen que pasarí­a a ser la insignia oficial de la unidad.

Sin dar muestras de fatiga, sin asustarse en ningún momento por el ruido de las continuas explosiones, el animal colaboró con su hercúlea fuerza y resistencia al heroico papel de los polacos en Monte Cassino, que culminarí­a en mayo con la toma de la abadí­a y la colocación de la bandera polaca en las ruinas del disputado edificio.

Una vez finalizada la contienda los soldados polacos son trasladados a Gran Bretaña y, como no podí­a ser de otro modo, Wojtek os acompañó.

En Glasgow fueron recibidos triunfalmente por la población. La gran atracción era sin duda Wojtek, quien desfilaba orgulloso al frente de sus compañeros por las calles de la ciudad escocesa. Ese fue el gran momento de gloria del que era ya popularmente conocido como el Oso Soldado.

Estatua de Wojtek en Cracovia

A partir de aquí­ la historia de Wojtek se torna agridulce.

El Ejército polaco es desmovilizado en 1947 y cada hombre forzado a buscar su propio camino de regreso.

Durante dos años habí­an soñado inútilmente volver a su paí­s y ser recibidos como héroes. Sin embargo sus esperanzas se habí­an visto frustradas al hallarse Polonia bajo el control férreo de las tropas soviéticas, las mismas contra las que habí­an luchado ocho años antes.

Mientras que unos pocos afrontaron el riesgo de regresar a su paí­s natal, la inmensa mayorí­a prefirió quedarse en Inglaterra o emigrar a Estados Unidos, Canadá o incluso Australia.

Ante la inminente despedida, los que habí­an sido sus compañeros deseaban poner a Wojtek en libertad en algún bosque, pero las leyes británicas lo impedí­an, por lo que se tomó la decisión de enviarlo al zoo de Edimburgo donde serí­a como una celebridad.

Los artistas acudí­an allí­ para reproducir su imagen en cuadros o esculturas, sus antiguos compañeros (ahora civiles) le visitaban a menudo. Allí le llamaban por su nombre y el oso, reconociéndoles, saludaba levantando una pata. Algunos saltaban la valla y pasaban unos minutos jugando con él ante la mirada asombrada de los vigilantes.

Oso Soldado 3

Los años pasaron y las visitas de los camaradas se fueron espaciando… Wojtek no se adaptó a la vida en cautividad y pasaba mucho tiempo en su guarida, alejado de las miradas de los visitantes.

Aunque era el animal más admirado por los niños, el Oso Soldado no se acostumbraba a su nuevo y monótono tipo de vida. Es de suponer que añoraba los tiempos junto a sus compañeros en primera lí­nea de combate.

Durante los últimos años de su existencia prácticamente no respondí­a a los estí­mulos exteriores, permaneciendo acostado, impávido ante los gritos del público que requerí­a su atención. Sus cuidadores lo achacaban a su edad aunque seguramente era debido a la melancolí­a.

En cambio, si algún visitante lanzaba algún saludo en polaco, de inmediato Wojtek levantaba su cabeza.

Estatua de Wojtek en Edimburgo

El Oso Soldado falleció en 1963 a los 22 años. Las autoridades del zoo erigieron una placa en su memoria en una ceremonia a la que asistió una nutrida representación de los soldados que habí­an compartido con él aquellos violentos aunque emocionantes años de la guerra.

Estatuas de Wojtek pueden contemplarse hoy dí­a en el Imperial War Museum de Londres o en el Canadian War Museum de Ottawa como homenaje a un animal que entró con todos los honores en la historia militar no sólo por su espí­ritu de sacrificio, sino por la camaraderí­a y amistad demostrada durante la guerra, lo que le hizo ganarse para siempre el respeto y la admiración de sus compañeros.

Fuente: http://mezvan.blogsome.com/2007/11/28/wojtek-el-oso-soldado

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