Dirac, el físico con el alma más pura
El progreso de la ciencia requiere de esos científicos que además poseen alma de artista para cambiar nuestra visión de la realidad, tan sumamente miope. Cuando son demasiadas las preguntas que se agolpan al fondo del laberinto, es necesario reformularlas desde una perspectiva nueva. Ahí cobra importancia el científico audaz, aquel que añade al rigor una dosis de imaginación más propia del artista para tratar de alcanzar algo radicalmente nuevo.
A Paul Dirac (1902-1984), el físico al que los británicos gustan recordar como «el Einstein inglés», se le reconoce por sus contribuciones fundamentales al desarrollo temprano de la mecánica cuántica y de la electrodinámica cuántica y por haber predicho de un modo teórico la existencia de la antimateria. Resultó decisivo en el proceso de enriquecimiento de uranio del programa británico para investigar y construir bombas atómicas durante la II Guerra Mundial y también contribuyó a la cosmología con sus hipótesis de grandes números.
La clave de sus logros en física radica en una fuerte convicción por la necesidad de que el Universo había de ser descrito en lenguaje matemático, necesariamente bello y elegante. No es posible separar la física de Dirac de las matemáticas con las que la construye; para él «las leyes físicas deben ser matemáticamente bellas».
Los trabajos de Dirac tienden un puente entre la física y las matemáticas, con incursiones muy productivas tanto a un lado como al otro.
Entre otros descubrimientos, Paul Adrien Maurice Dirac -su padre era un profesor de origen suizo, de ahí el apellido- formuló la ecuación que lleva su nombre con la que predijo la existencia de la antimateria.
Compartió el premio Nobel de física de 1933 con Erwin Schrödinger «por el descubrimiento de nuevas formas productivas de la teoría atómica». Todavía es la segunda persona más joven en haber recibido el Premio Nobel, a los 31 años.
Para los físicos su genio sólo es comparable a Einstein o Feynman. Que sea tan poco conocido no sólo obedece a la insuficiente cultura científica general, en este caso también hay que tener en cuenta su propia personalidad. Mientras Einstein y Feynmann tienen mucho de estrellas mediáticas, Dirac no soportaba la publicidad ni demostró interés por la difusión de sus investigaciones más allá del círculo especializado en el que se movía.
Dirac era conocido entre sus colegas por un carácter retraído, escueto y taciturno. Cuando Niels Bohr se quejó de que no sabía cómo terminar una oración en un artículo científico que estaba escribiendo, respondió Dirac, «Me enseñaron en la escuela no comenzar nunca una oración sin saber el final de la misma.» Criticó el interés por la poesía de Oppenheimer: «El objetivo de la ciencia es hacer que las cosas difíciles sean comprensibles de una manera más simple; el objetivo de la poesía es declarar las cosas simples de una manera incomprensible. Los dos son incompatibles.»
En un viaje de Dirac con Heisenberg a una conferencia en Japón, ambos eran jóvenes y solteros, Heisenberg coqueteaba constantemente con las mujeres, mientras que para Dirac suponía una contrariedad cualquier tipo de socialización o pequeña charla». ¿Por qué bailas?’ preguntó Dirac a su compañero en la travesía en el barco que los llevaba. «Cuando hay chicas agradables, es un placer», respondió Heisenberg. Dirac reflexionó y dijo: «Pero ¿cómo sabes de antemano que las chicas son amables?
Una vez, en medio de una acalorada discusión entre físicos, Dirac permanecía sentado y en silencio como de costumbre. El físico y matemático Wigner, premio Nobel en 1963, se dirigió a él:
«Bien Paul, a todos nos gustaría saber lo que piensas de esto. ¿Por qué no dices algo?»
«Hay siempre más personas que quieren hablar que personas que quieren escuchar», fue la respuesta.
Eran legendarias sus dificultades para las relaciones sociales y las anécdotas sobre su inclinación al silencio se acumularon. Eso explica que Dirac sea personaje central en muchos chistes o historietas de humor entre físicos, por sus réplicas con monosílabos y por una aplicación inocente e incansable de la lógica a todo.
Paradigma del genio callado y solitario, por supuesto con el permiso de Henry Cavendish, cuando fue informado que acababa de ganar el premio Nobel dijo a Rutherford que no lo deseaba aceptar porque sentía aversión a la publicidad.
Un periodista que lo entrevistó en la Universidad de Wisconsin en 1934, contaba así aquella conversación:
– «Profesor», le digo, «observo que antepuestas a su apellido hay unas cuantas letras: P.A.M. Dirac. ¿Significan algo particular?»
– «No», dijo el profesor
– «¿Quisiera usted revelarme el fondo de sus investigaciones?»
– «No»
– «¿Va al cine?»
– «Sí»
– «¿Cuándo?»
– «En 1920»
Sin duda un hombre duda extremadamente parco en palabras, frío en el trato, preciso en sus respuestas. Las anécdotas que circulaban entre sus colegas eran un tema de conversación recurrente, aunque lo más probable sea que embellecidas a posteriori. Sólo un ejemplo:
Tras una conferencia en una universidad norteamericana, al pasar al turno de preguntas un asistente dijo: «No entiendo la ecuación que ha escrito en el lado superior izquierdo». Todos miraron a Dirac, quien permaneció en silencio. Tras un intervalo embarazoso el moderador le preguntó si no deseaba responder, a lo que Dirac replicó: «No era una pregunta, era una afirmación».
Dos físicos de Berkley estuvieron con él durante una hora mostrándole su trabajo con el fin de oír algún comentario. Efectivamente, al final lo hizo: «¿Donde está el estanco?» y se fue corriendo a comprar unos sellos.
Una reciente biografía sobre él sugiere que pudo haber tenido algún tipo de autismo no diagnosticado y por lo que nos cuentan de Dirac, encaja perfectamente.
Esa forma de abordar la vida y de relacionarse con sus semejantes parecen extraídas del relato El curioso incidente del perro a medianoche, lectura más que recomendable.
Por otro lado, Paul Dirac era un ateo reconocido:
Si somos honestos -y los científicos tienen que serlo-, debemos admitir que la religión es un revoltijo de afirmaciones falsas sin ninguna base en la realidad. [..] La religión es una especie de opio que permite a una nación adormecerse en sueños ilusorios y así olvidar las injusticias que se están perpetrando contra el pueblo».
Sin embargo con el paso del tiempo no se comprometió con ningún punto de vista definido y comenzó a considerar la idea de un Dios como gran matemático que había empleado ciencia avanzada para crear el universo, mostrando escepticismo ante la idea de que la vida haya surgido por casualidad.
Vivió una de las épocas más fascinantes de la Física y conoció a los grandes: Bohr, Pauli, Oppenheimer, Schrödinger, Heisenberg, Einstein…
Entre las opiniones que dejaron quienes lo trataron me quedo con la de Niels Bohr, el gran físico danés, sin duda la más conmovedora: