El ocaso de las ideologí­as

En otro momento histórico, no demasiado lejano, espectáculos como los que tuvieron lugar el pasado mes de julio, con afamados futbolistas convocando multitudes ante el anuncio de su mera presentación como nuevos jugadores de un determinado club, hubiera provocado una catarata de crí­ticas, prácticamente todas construidas sobre el mismo argumento.

Tales espectáculos, se hubiera denunciado, constituí­an la manifestación descarnada de la eficacia de los instrumentos de alienación de nuestra sociedad, que provocan que los individuos aparten su atención de las dimensiones de su vida realmente importantes y las sustituyan por una existencia imaginaria que satisface, también de manera imaginaria, todas aquellas aspiraciones, sueños y anhelos que el mundo real no hace otra cosa que frustrar.

En efecto, si algo se reitera hoy por doquier es precisamente que lo más característico de nuestra época en materia de ideas es precisamente el final de las ideologías

El ocaso (…) posibilita un meta-engaño, a saber, el de la transparencia de nuestra sociedad.

Tal vez el caso más flagrante, por la difusión que está obteniendo, sea el de los discursos de la autoayuda (…) según el cual uno debe gestionar la propia existencia con los mismos criterios con los que gestionarí­a su empresa (si la tuviera)

Asumirnos como dueños de nuestra propia empresa vital en un mundo como éste (en el que los individuos han perdido la posibilidad de incidir en el desarrollo social y polí­tico de la sociedad en la que viven) acaba siendo fuente inexorable de ansiedad y frustración.

Pero el ocaso de las ideologí­as … también ha generado otros efectos, de diferente tipo. Cuando se da por supuesta la transparencia, la inmediatez entre conocimiento y mundo, desaparece la crí­tica (…)

Si se generaliza la afirmación de que las cosas son tal y como aparecen, de que la realidad no esconde su signo, desaparece la posibilidad de apelar crí­ticamente a la hora de explicar lo que pasa (…)

Este proceso afecta directamente a la percepción que los individuos tienden a tener de sí­ mismos (…)

Se está produciendo una reterritorializacion conservadora de los deseos a favor del beneficio comercial, de tal forma que la aparente y enfática afirmación del individualismo como la norma indiscutiblemente deseable, encubrirí­a la operación de reducir a dicho individuo a mero consumidor, y su mundo de objetos, a nombres de marcas y a logotipos. Se llevarí­a a cabo de esta forma una reformulación del cogito cartesiano en los nuevos términos de un «compro, luego existo».

Difí­cilmente, en nuestras circunstancias, podrá reivindicarse forma alguna de subjetividad unitaria, compacta, inequí­voca (…)

Acaso lo propio fuera referirse a este sujeto como un sujeto posmoderno (…) Un sujeto que, a pesar de la creciente evidencia de un universo poshumano de despiadadas relaciones de poder intermediadas por la tecnologí­a, aún mantiene sus expectativas humanistas de decencia, justicia y dignidad. Pero que también ha alcanzado el grado de lucidez y consciencia suficientes como para no hacerse grandes ilusiones acerca del futuro de sus propias expectativas (…)

lo que queda de crí­tica a menudo da palos de ciego.

(…) El problema sobreviene cuando la gente se emociona más ante los colores de su equipo que ante el sufrimiento ajeno. Y es aquí­ donde, por desgracia, parece que ya estamos.

* Textos extraí­dos de Lo que trajo el ocaso de las ideologías, artículo de El País a cargo del catedrático de filosofí­a Manuel Cruz.

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