La creatividad en la era de los algoritmos

La inteligencia artificial no es algo nuevo, lo sabemos, sin embargo está logrando ahora resolver tareas cada vez más complejas, tareas antes impensables.

Los programas construidos en base a algoritmos permiten a las máquinas detectar patrones y orientar la información recibida con fines precisos.


Deep Learning

El aprendizaje automático cuenta con veteranos logros como el reconocimiento de rostros, de voz, la traducción o la corrección automática pero los recientes algoritmos de un gigante como por ejemplo Google, pertenecen a un tipo de inteligencia artificial más avanzado, el llamado aprendizaje profundo o «Deep Learning«.

Los cientí­ficos, en vez de desarrollar sistemas basados en reglas comenzaron a perfeccionar sistemas basados en el aprendizaje. Y en eso estamos.

Google se basa en el aprendizaje que sus máquinas hacen de la descomunal información recogida y manejada, algo en lo que otras muchas empresas también trabajan (Facebook sin ir más lejos).

Los correos electrónicos de Gmail, las imágenes de Google Fotos, los ví­deos de Youtube, la información que fluye por los dispositivos Android y la inmensa base de datos de su buscador, son la materia prima para que los ordenadores de la compañía sean cada vez más avanzados e inteligentes.

Las grandes corporaciones estudian a fondo el cerebro humano para crear sus sistemas de inteligencia artificial.

La tecnologí­a detrás del aprendizaje de las máquinas son las llamadas redes neuronales. Estas utilizan capas de datos que se van interconectando entre sí como las neuronas del cerebro para generar nuevas capas de datos que vuelven a ser procesadas, un mecanismo similar al del propio pensamiento humano.


La estandarización de la inteligencia artificial

AutoDraw, uno de los últimos experimentos de Google, trabaja para que cualquier persona pueda realizar un dibujo rápidamente con poco más que un garabato. Magenta es otro proyecto de Google cuyo objetivo reside en determinar si estos sistemas pueden ser «entrenados» para alumbrar piezas originales de música, pintura y otras disciplinas artí­sticas.

A cada nuevo año la IA alcanza mayor extensión y popularidad, llegando tanto a empresas grandes como pequeñas. En realidad toda compañía que en la automatización vislumbre reducción de costes, aumento de productividad y por tanto de beneficios, abrazará sin dudarlo las herramientas que precise. Por consiguiente ya no será un reducto especializado sino una realidad cotidiana que afectará a mucha gente.

El gran desarrollo de la nube posibilita el procesamiento de una cantidad ingente de datos y además contamos con la socialización digital, un fenómeno universal mediante el que todo el mundo comparte sus experiencias en redes sociales.

Lo queramos o no, ya tenemos montado un escenario donde la inteligencia artificial puede revolucionar la acción humana en cualquier ámbito introduciéndose en todas los áreas productivas, incluido el sector creativo, así­ que el plato está servido para que pueda dominar nuestro mundo.


Un ejemplo sencillo se produce en la creación de páginas web, donde no dejan de aparecer mecanismos sorprendentes donde arrastrar y soltar sustituye a picar código. Proyectos hasta ahora elaborados por un equipo de profesionales durante días llegarán a realizarse en… ¿minutos? Diseñadores y programadores podrán ganarse la vida todavía, son esenciales para obtener resultados más completos y competentes, pero ¿hasta cuándo?

Los algoritmos frente a la creatividad

La Inteligencia Artificial (AI) no sólo nos libera de faenas tediosas y repetitivas que nadie quiere; ya sabemos a ciencia cierta que está invadiendo competencias de profesiones creativas y -más importante aún- va mejorando todo el tiempo.

¿Componer música? La AI ensaya con las redes neuronales profundas para comprender cómo componer y adaptar la música para que el usuario final puede personalizar su experiencia. Las listas de reproducción se basan en algoritmos con alto grado de adaptabilidad a la persona. Con Spotify y Shazam las personas tienen acceso instantáneo a toda la información que requieren sobre la música que van a escuchar. Usando algoritmos no solo predicen la música que te gusta sino qué películas ver en Netflix, qué restaurante visitar o tu siguiente compra en Amazon.

Esto es encomiable desde el punto de vista del logro tecnológico aunque no creativo en sí­ mismo.

¿Podrí­a una máquina escribir y publicar la reseña de un concierto de música, de cualquier evento o confeccionar una entrevista? Desde luego. Puede originar contenido periodístico, incluso literario. No serán resultados como para ganar un Pulitzer y tampoco hay evidencia de que sean capaces de producir algo a la altura de un Edgar Allan Poe o un Charles Dickens pero no es demasiado difí­cil la composición automática a partir de lo que a fin de cuentas está formado por palabras y ante la perspectiva de un ahorro de tiempo y dinero (¡pobres periodistas!), ten por seguro que los avances continuarán sin cesar.

La cuestión es que si al esfuerzo artístico lo reemplaza un conjunto extenso de inteligencias artificiales, no sólo quedará comprometida la calidad del resultado sino que una alteración tan profunda y sus implicaciones se nos pueden ir de las manos fácilmente.


Millones de empleos van a perderse con la automatización y aunque se crearán nuevos puestos de trabajo y especialidades, yo no creo que sea en la misma proporción.

Vamos hacia una futuro impredecible; trabajos como la fabricación y la producción son los primeros afectados pero también el «reino creativo»: servicios para componer música, creaciones visuales al vuelo, contenidos por Internet que aparecen y se consumen a la velocidad del rayo, aplicaciones que convierten unos trazos en un boceto de Van Gogh, traducciones en tiempo real que harán innecesario el aprendizaje de un idioma, informes de noticias escritos por un robot, plataformas web que se montan en dos patadas…

Hacia una nueva era

Esto nos lleva a una pregunta incómoda. Si la creatividad es por definición un rasgo humano primordial que nos diferencia, ¿dónde encontraremos los estímulos para continuar siendo creativos si a partir de ahora estas herramientas van a hacerlo por nosotros?

Además, como no cesa de aumentar la cantidad de tareas -creativas o no- en las que interviene software, ya no será indispensable recordar hechos, números, datos, rutas mentales para llegar a un lugar o planificar un viaje estudiando el destino a conciencia. Sabemos que todo ello es accesible instantáneamente con un smartphone a mano.

Esto sin duda tiene un impacto sobre la capacidad del cerebro no solo para rememorar sino para entrenarse debidamente, reforzarse, involucrarse más con el entorno y las relaciones, lo que no augura nada bueno si se impone como norma.


El legado cultural y todos nuestros conocimientos y experiencias están detrás de cada idea creativa que cualquier persona llega a alumbrar en un momento. Claramente nunca vamos a perder el deseo de divertirnos y hacer las cosas por nosotros mismos; que gracias a ello podamos conseguir un trabajo dentro de 15 años ya es otra cuestión.

El arte tiene a los seres humanos y los seres humanos necesitan el arte

Y además los automatismos no deben constituir la característica definitoria de esa relación. Los algoritmos de aprendizaje profundo resultan muy prometedores pero no permitamos que suplanten nuestra creatividad.

Tomemos el ejemplo de una redacción automática: del mismo modo en que puede mejorarse una mala prosa convirtiéndola en algo decente, las posibilidades creativas habrán mermado tras escupir una composición impecable pero sin alma. Hay algoritmos capaces de producir música calcada a Bach pero basta escucharla y nuestros sentidos detectan pronto que resulta «raro».

La creatividad implica romper reglas, provocar emociones y sensaciones intensas, ser inesperado

La creatividad no es patrimonio de los artistas, sean éstos cineastas, pintores, músicos, arquitectos o escritores, sino de la humanidad. Una persona verdaderamente creativa es toda aquella que consigue idear soluciones originales a problemas cotidianos tras hacerse preguntas y planteamientos en los que nadie parecía estar reparando lo suficiente, aporta puntos de vista nuevos, concibe ideas y aporta visiones en base a ejercitar la imaginación junto a su sensibilidad, emociones y experiencia.

En cambio, ninguna inteligencia artificial dispone de vida emotiva y afectiva propia ni de experiencia subjetiva que le permita evaluar el complejo espectro de los sentimientos humanos (placer, lealtad, traición, añoranza, sarcasmo, amargura, exaltación), procesarlo en términos humanos y crear a partir de ello una obra sublime.

Aunque no sea preciso darle una trascendencia excesiva, la creatividad será siempre algo misterioso que debería mantener ese atributo. Hay un riesgo importante en la estandarización de los gustos culturales porque la estandarización se opone a la creatividad.

A partir de ahora la tecnología va a provocar una ruptura importante en nuestras vidas de la mano de la IA. ¿El desarrollo del universo de las inteligencias artificiales será finalmente una amenaza o un conjunto de oportunidades nuevas para el ser humano? Escucharemos sin cesar ambas argumentaciones. El debate queda abierto y me temo que para siempre.

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