El software ya no te pertenece

Recuerdo los viejos tiempos allá por los años 80, 90 (también la primera década de los 2000), en que comprabas un programa o un ordenador y eran tuyos. Ya está, si más adelante querías comprar la siguiente versión pues simplemente lo hacías (o no).

Pero, ¡ay amigo! la evolución de esa cosa llamada Internet lo cambiaría todo…

La evolución de Internet: de los riesgos de seguridad a una actualización sin fin

Muy pronto nos vimos obligados a actualizar programas y sistemas operativos debido a la exposición a todo tipo de amenazas cibernéticas: virus, spyware, malware, hackers, etc. Nuestro ordenador no era ya aquel dispositivo cómodamente aislado en la mesa de nuestros cuartos u oficinas, sino que pasaba a ser un miembro de pleno derecho de la red informática más grande del mundo, una jungla con usuarios anónimos que podían acceder a tus datos desde cualquier parte del mundo.


De nada servía que tu Office 97 o tu MacOS 8 se bastasen para hacer el trabajo, ahora debías actualizarlos so pena de que en manos de intrusos tu ordenador se convirtiera en un queso Gruyere.

Por supuesto los avezados fabricantes de hardware y software vieron aquí un filón inagotable, su estrategia de futuro:

«Implementamos una batería de nuevas funcionalidades que elevarán su experiencia de usuario al siguiente nivel. Paralelamente hemos incrementado los niveles de seguridad para atajar todo tipo de amenazas. No permita que sus datos se vean comprometidos. ¡Actualice su software ya!»

  • «¿Oiga, es que mi equipo no es de última generación pero funciona perfectamente y yo no necesito más? «Actualice».
  • «¿Oiga es que mi ordenador no admite ya un sistema operativo más moderno porque ustedes así lo han decidido. «Actualice».
  • «Pero es que no dispongo de presupuesto para renovar un equipo que además funciona sin problemas todavía». «Actualice»
  • «¿Y es cierto que si no lo hago ya no recibiré nuevas actualizaciones de seguridad ni podré disfrutar de las mejoras de software? Sí, «actualice»

Con toda lógica, mucha gente pensó que podía seguir trabajando con su máquina sin obligarse a seguir las frenéticas actualizaciones de sistemas y programas y por otro lado, convencidos de que a nivel personal no tenían una dependencia estricta de la red de redes.

Sin embargo pronto comprobamos que ambas cosas eran inviables y que los principales fabricantes obligaban a una conectividad permanente en la evolución de sus programas y servicios.


Y llegó el DLC

A mediados de la primera década de los 2000, llegó un nuevo chico al barrio: el DLC (DownLoadable Content o contenido descargable).

Este concepto, que al principio comenzó con los videojuegos, venía a decirte: «Te ofrecemos un programa super atractivo aunque no al completo. Si deseas disfrutar de todas sus características solo tienes que pasar por caja».

La fórmula no tardó en saltar del mundo de los videojuegos a la inmensa mayoría del software comercial, fuera o no profesional. Además, esto obligaba a conectarte «sí o sí» a Internet .

No se vayan todavía, llega el SaaS (Software As Service)

También por la misma época prosperó el modelo de distribución de software con el que ahora convivimos a diario: el software como servicio. Mediante este sistema todos los datos se alojan en los servidores del fabricante o proveedor y se accede a ellos a través de Internet. Las aplicaciones y servicios ya no se alojan en tu equipo, ahora lo hacen en los suyos y nosotros sólo tenemos acceso a ellos bajo demanda.

Es el mundo de la suscripción por uso que conocemos hoy: en lugar de comprar toda la funcionalidad de un producto nos lo ofertan «paquetizado» con la cuota correspondiente.

Ejemplos de software como servicio son Adobe Creative Cloud, Office365, iCloud pero también Dropbox, Netflix, Youtube … por mencionar sólo algunos, ya que prácticamente todo Dios se ha subido al carro.

Y así, querido lector, fue estrechándose el cerco a nuestros dispositivos electrónicos. Hemos cedido el control de nuestras tareas al proveedor del servicio.

Dejen que les cuente una anécdota que hace poco nos ocurrió en la empresa.

Nuestro software de gestión está anticuado y tras contactar con el fabricante para adquirir la versión siguiente, nos dicen que no funcionará ya en nuestros servidores como antes, sino que lo hará en su nube. No hay otra alternativa que «alquilar» el servicio. El problema es que la versión de la nube viene con una cláusula curiosa: el coste irá aumentando un 7% cada año. Si nuestro negocio es un nicho de mercado, tenemos que pasar por el aro.


El final aún no ha llegado: dispositivos imposibles de alterar o expandir

A principios de 2021 Apple presenta los portátiles con procesador M1, dispositivos muy rápidos, atractivos e innovadores que vienen con un pequeño inconveniente: su memoria, procesador y disco duro están soldados a la placa base, así que las posibilidades de actualizarlos son muy escasas o directamente «cero».

Por supuesto otros fabricantes ya hicieron esto mismo (Microsoft Surface, por ejemplo) pero digamos que Apple es quien suele oficializar las tendencias.

La puntilla: el software «aprobado»

Todos sabemos de las condiciones draconianas que impone Apple para poder instalar software en sus dispositivos (sobre todo tablets y móviles), pero otros muchos fabricantes no se quedan atrás y han implementado cosas como el Secure boot que, si no te dejan deshabilitarlo, impide instalar sistemas operativos que no sean los aprobados por el fabricante.

Y así, poco a poco, tu software y hardware va siendo cada vez menos tuyo y te vas convirtiendo en un cliente «vaca» al cual le irán ordeñando para siempre.

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