El hombre que confundió a su mujer con un sombrero

¿Cómo es posible que alguien llegue a la conclusión de que su pierna no es suya o sea incapaz de reconocer las caras de sus seres más próximos? ¿Puede una anciana escuchar canciones de la infancia en su cabeza hasta el punto de impedirle oí­r una conversación normal?


La respuesta es sí­, a todo eso y a mucho más. Hay toda una serie de extravagantes posibilidades que pueden producirse en la cabeza de una persona, casos que ocurren con mayor frecuencia de la que imaginamos.

Tendemos a creer que ante una misma escena todos percibimos lo mismo, una misma captación e igual funcionamiento cerebral constituyendo un automatismo. No es así­; la mente es muy compleja y su actividad continua, intensa, profunda y en gran medida desconocida.

Por ejemplo, la acumulación de recuerdos conlleva que pasado el tiempo, distinguir un recuerdo «verdadero» de otro «falso» (distorsionado o recreado) no sea tan obvio, ya que el uno nos puede parecer tan real como el otro. Además, el hilo que separa la salud mental plena de una salud mental resquebrajada resulta peligrosamente fino, lo que demuestra dos cosas al mismo tiempo que parecen contrarias: nuestra memoria es tan potente como frágil.

Hay episodios en nuestro almacén de recuerdos que nos parecen ní­tidamente ciertos y sin embargo no podrí­amos asegurar al 100% haberlos vivido. Tal vez algo que nos contaron o leí­mos, que soñamos o que nutrí­a nuestra ilusión, esté sustituyendo ahora a lo que directamente experimentamos en su momento.

No hay dos personas que describan un suceso de la misma forma, con eso queda dicho todo. Si esto se produce en condiciones normales, ¿qué puede esperarse ante un daño en los mecanismos de nuestra percepción? En tal supuesto las consecuencias serán imprevisibles.

No olvidemos que en el cerebro de un ser humano no solamente reside la memoria, también la voluntad, la sensibilidad o los sentimientos. Tiene sus patrones de conducta y sus propias contradicciones internas.

Oliver Sacks es un neurólogo londinense autor de importantes libros sobre sus pacientes tras haber convivido con diversos modelos de enfermedades neurológicas. En lugar de entregarse a los detalles técnicos como harí­an otros especialistas, se concentra en las vivencias subjetivas del paciente conectando con la historia de casos clí­nicos experimentados y narrándolo a través de un estilo literario informal.

No es de extrañar que el Dr. Sacks sea considerado, además de uno de los neurólogos más famosos del mundo, un gran divulgador cientí­fico. Sus escritos han contribuido a iluminar ángulos sombrí­os del cerebro humano.

Oliver Sacks

Tal vez su obra más conocida sea Despertares, de donde proviene la famosa pelí­cula que protagonizaran Robert De Niro y Robin Williams, pero no hay que olvidar El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1970) donde narra 20 historiales médicos de pacientes perdidos en el extraño mundo de las enfermedades neurológicas, individuos aquejados por insólitas aberraciones de la percepción a los que Oliver Sacks retrata con pasión humana y talento literario.

Gracias a esa empatí­a con los enfermos y a una búsqueda constante del aspecto positivo hasta en las más duras situaciones, ha sido posible llegar a entender un poco mejor algunos de los secretos inexplorados de la mente.

Y así­ descubrimos héroes anónimos luchando por superar enormes obstáculos en la percepción, impensables para el común de los mortales.

En «El hombre que confundió…» las alteraciones descritas son crónicas y muy severas, con un deterioro significativo del funcionamiento mental del individuo.

Para Sacks el diagnóstico no es lo más importante, de hecho muchos de sus pacientes son incurables, sino conseguir que el paciente desarrolle adaptaciones compensatorias que le permita corregir o al menos atenuar su déficit en la vida cotidiana.

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero

En el capí­tulo que da tí­tulo al libro, el Dr. P., músico y profesor de música, no puede diferenciar bien las caras, ni siquiera las familiares, hasta el punto de que a menudo se dirige para conversar hacia objetos y muebles por confundirlos con personas. En un momento dado va a ponerse su sombrero y en vez de ello coge la cabeza de su mujer e intenta ponérsela como si ella «fuese el sombrero». El Dr. P es una especie de ordenador que no reconoce visualmente las cosas sino que construye su mundo perceptivo mediante relaciones esquemáticas y otros rasgos distintivos.

El marinero perdido

En «El marinero perdido» conocemos a Jimmie, un tipo jovial que solo recuerda una parte de su vida, hasta la época de su juventud en la Marina que él percibe como el presente real a pesar de haber transcurrido muchos años. Todo lo demás, el momento en curso, lo olvida sin remedio en pocos minutos. Padecí­a el llamado sí­ndrome de Korsakoff.

La dama desencarnada

Una chica vital y deportista ha perdido el sentido de propiocepción, un sentido que informa a nuestro organismo de la posición de los músculos. Gracias a él conocemos la posición relativa de nuestras partes corporales, lo que regula y determina nuestros movimientos y permite reacciones y respuestas automáticas. Sin él el individuo está perdido; al dudar de su propio cuerpo pierde la percepción de sí­ mismo y como resultado no puedes mover ninguna parte determinada: la orden emitida por cerebro se pierde en el camino sin llegar a su destino.

El hombre que se cayó de la cama

Narra la historia de un joven ingresado en el hospital que cuando se adormece despierta gritando, empeñado en que su pierna es «horrenda» y no le pertenece. Incluso se cae de la cama porque intenta expulsar aquella cosa, convencido de que se trata de una broma macabra. Este sí­ndrome se conoce como asomatoagnosia, una falta de consciencia de partes del propio cuerpo.

¡Vista a la derecha!

En el capí­tulo 8, «¡Vista a la derecha!», una señora ha sufrido un grave ataque que afecta a la parte posterior y más profunda del hemisferio cerebral derecho. Padece hemidesatención y aunque conserva la inteligencia y el humor, ha perdido por completo la noción del lado izquierdo, tanto en lo referido al mundo como a su propio cuerpo. De modo que sólo come la mitad derecha del plato de comida y sólo alcanza a maquillarse la mitad derecha de su cara.

Afasia

La afasia es la pérdida de la capacidad para producir o comprender el lenguaje, debido a lesiones en áreas cerebrales especializadas en estas tareas.


Uno de los capí­tulos más memorables cuenta la historia de un pabellón de afásicos que viendo un discurso del presidente por la TV no dejan de sonreí­r y algunos directamente sueltan la carcajada. ¿Por qué esa reacción? Debido a sus problemas con la comunicación normal, a los afásicos no se les puede mentir con palabras porque simplemente no las comprenden y lo que hacen es desarrollar una percepción de los tonos de voz y los gestos humanos poco común. El presidente mentí­a tanto como hablaba y los pacientes, solo viéndolo, lo sabí­an. Parece una parábola del polí­tico moderno.

En otro de los casos descritos, una anciana un poco sorda y por lo demás en perfecto estado, escucha dentro de su cabeza las canciones de su infancia en Irlanda de manera continua, sin que apenas pudiera oí­r nada más que eso.

¿Y el caso de Stephen, un estudiante de medicina que consumía drogas? Un dí­a despierta con el sentido del olfato extraordinariamente desarrollado. De pronto se ve inmerso en un mundo de infinitas fragancias: entró en una tienda de perfumes y cada uno de ellos le parecí­a único y evocador, podí­a distinguir a las personas por su olor, podí­a identificar las emociones de los demás, los lugares de la ciudad… experimentaba el impulso de olerlo y tocarlo todo.


Paralelamente, el pensamiento y la abstracción pasaron a resultarle difí­ciles de seguir e irreales. Después de tres semanas cesó la extraña transformación y sus sentidos volvieron a la normalidad. Stephen se alegró por ello aunque a veces siente nostalgia de aquel perí­odo en el que el mundo era increí­blemente rico y fragante.

La amnesia profunda, el sí­ndrome de Tourette, el retraso mental en mil variantes, los sabios idiotas… son algunos ejemplos que pasan por las páginas de «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero». En realidad cada capí­tulo del libro nos presenta un trastorno neurológico más sorprendente si cabe, digno del guión de una pelí­cula.

Pese al panorama tan desolador que tienen ante sí­ estos pacientes, el tratamiento que de ellos hace el autor consigue que empaticemos con ellos y demos un vuelco a nuestros prejuicios. Más que seres extraños, son personas limitadas en un determinado aspecto de su vida pero completas en otros.

La «neurologí­a humaní­stica» que abandera Sacks no busca tanto la curación del paciente como la compresión del mismo en su totalidad. Se tratarí­a no tanto de ver el déficit que presentan sino de encontrar el mejor modo de ayudarlos.

El acercamiento que Sacks propone a las enfermedades, muy novedoso en la época en que escribió el libro, hoy dí­a es comúnmente aceptado; no es posible desarrollar la neurologí­a cerebral sin tomar en cuenta las caracterí­sticas y circunstancias peculiares de cada paciente. La neurologí­a debe tratar antes que enfermedades a pacientes, que en realidad son viajeros perdidos por tierras inconcebibles.

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