El triunfo de la distracción

La Red permite mostrar nuestras creaciones, compartir opiniones y pensamientos, estar en contacto con quien sea e interactuar a una escala cada vez mayor. Descubrir mundos, nutrir una investigación, planificar viajes, comprar cualquier cosa… Incluso ofrece oportunidades laborales constantemente. Es muy estimulante y no queremos renunciar a ello.

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Sin embargo, al mismo tiempo, ha adquirido un desarrollo enorme como maquinaria de interrupción continua: vivimos bajo una lluvia de notificaciones lanzadas sin pausa alguna, con una capacidad de distracción total ligada a las nuevas tecnologí­as.

¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? ¿Qué efectos podrí­a estar teniendo sobre nuestra memoria y capacidad de atención? De todo ello nos alerta Nicholas Carr* en su tercer libro Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?.

Lo que sigue es un repaso a algunos de sus argumentos.

La verdadera razón por la que Internet y las nuevas tecnologí­as están teniendo tanto impacto en nuestra forma de pensar es porque son útiles, entretenidas y al mismo tiempo divertidas. Es cierto que nadie nos obliga a utilizarlas y que puedes elegir tus tiempos y formas de uso, pero sólo teóricamente, ya que las tecnologí­as incitan a comportarte de una determinada manera.

Si en tu trabajo prescindieras de los mensajes de correo y otras formas de comunicación tecnológica relacionadas con tu profesión, tu carrera se resentirí­a. La tecnologí­a no es neutral sino que efectivamente cambia las normas sociales e influye en nuestras elecciones.

Pasar tantas horas frente al ordenador conlleva saltar sin cesar de uno a otro programa, de una página a otra mientras actualizamos componentes, limpiamos lo que no sirve, ordenamos ficheros, echamos un ojo a la últimas noticias, valoramos el descuento de un producto, repasamos un video o unas canciones, buscamos información de algo particular, leemos una cadena de comentarios, contestamos correos o recomendamos un enlace.

Difí­cilmente puede decirse que sea una labor pausada, distendida. Al contrario, invita a moverse muy rápidamente entre contenidos dispersos entre una montaña de información, lo cual es magní­fico, pero al mismo tiempo nos incita a buscar lo breve y lo rápido alejándonos de la posibilidad de concentrarnos en una sola cosa de manera profunda y distendida.

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En la actualidad cuando una persona confí­a en poder recuperar un dato, su cerebro no hace el mismo esfuerzo que antes por memorizarlo. La razón estriba en que ahora esa memoria externa es Google. Las nuevas tecnologí­as están cambiando la manera de procesar la información:

Internet fomenta el picoteo rápido de pequeños fragmentos de información de muchas fuentes. Su ética es una ética industrial, de la velocidad y la eficiencia. La Red nos está reconfigurando a su propia imagen, volviéndonos más hábiles para manejar y ojear superficialmente la información pero menos capaces de concentración, contemplación y reflexión.

Entretanto vamos asumiendo que somos observados y controlados, algo que no parece importarnos mucho, empujados hacia una sociedad de consumo sin contestación.

Podemos hablar con libertad total, organizarnos, trabajar de forma colectiva, incluso crear grupos, pero al mismo tiempo Gobiernos y corporaciones ganan más control sobre nosotros al seguir todos nuestros pasos online y al intentar influir en nuestras decisiones.

La esencia de la libertad radica en poder escoger a qué quieres dedicarle tu atención, sin embargo la tecnologí­a está condicionando esas decisiones y por lo tanto erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos de forma autónoma.

El pensamiento lineal, profundo, creativo, no necesariamente tiene un fin utilitario. La multitarea instigada por el uso de Internet nos aleja de formas de pensamiento que requieren reflexión y contemplación, nos convierte en seres más eficientes procesando información pero menos capaces para profundizar en esa información. Y al hacerlo no solo nos deshumanizan un poco más, también nos uniformizan.

Una analogí­a bien simple. Al volante de nuestro coche podemos cubrir una distancia mucho mayor de la que recorrerí­amos a pie pero a cambio perdemos esa í­ntima conexión del caminante con la tierra.

Una cosa que hace Internet es encoger el tiempo entre acto y respuesta, lo que implica que el cerebro se acostumbra a esperar una satisfacción inmediata. Ya no hay cabida para una forma de pensar «lenta».

Si dejamos la fatiga de pensar exclusivamente en manos de la máquina lo más probable es que estemos mermando el potencial de nuestro cerebro de manera significativa.

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Quizá lo más preocupante sea que a medida que la Red disminuye nuestra capacidad para la contemplación, está alterando la profundidad de nuestras emociones y pensamientos. Y dicen los estudiosos que cuanto más distraí­dos nos volvemos menos capaces somos de experimentar las formas más sutiles y más claramente humanas de la empatí­a, la compasión y otras emociones. Si las cosas siguen sucediendo tan rápido terminaremos por ignorar -cuando no despreciar- las emociones de los demás.

Como decí­an en Microsiervos al respecto:

«El sentido común nos dice que prestar más atención a las cosas cotidianas no estarí­a nada mal y probablemente serí­amos más felices y estarí­amos más a gusto sin tantas interrupciones instantáneas, fotos de gatos o sin tener que ir corriendo con ansia viva a leerlo todo».

No debemos permitir que a cambio de las glorias de la tecnologí­a mueran o se adormezcan partes esenciales de nuestro ser.

* El escritor norteamericano Nicholas Carr, ex director del Harvard Business Review, divulgador y colaborar periodí­stico, es un reputado analista del impacto de las nuevas tecnologí­as sobre la sociedad contemporánea. Con The Shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains? fue finalista para el premio Pullitzer de 2011.

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