La expedición de La Condamine y el asunto del achatamiento de la tierra

Antonio de Ulloa y Jorge Juan en la expedición para medir el mundo

Diversos experimentos realizados entre los siglos XVII y XVIII para delimitar la dimensión exacta de la tierra alumbraron una poderosa sospecha, a saber, que la distancia entre los meridianos varía dependiendo de la longitud en que son medidos. Conclusión: la tierra no era en absoluto una esfera perfecta y por tanto todos los conocimientos de navegación y Cartografí­a partí­an de premisas equivocadas.

Antecedentes

Teniendo en cuenta las ansias cientí­ficas del Siglo de las Luces, ello supuso un debate incontenible respecto a cuál era la verdadera forma de nuestro planeta. Para unos se tratarí­a de un esferoide achatado por el Ecuador; para otros por los Polos. En cualquier caso no estaban dispuestos a posponer el dilema por más tiempo.

Para zanjar la cuestión y gracias a la iniciativa de la Academia de Ciencias de Francia, una de las instituciones cientí­ficas más prestigiosas de la época, se proyectó el experimento consistente en realizar una serie de mediciones del arco del meridiano a la altura del Ecuador (luego con ayuda de las matemáticas se obtendrí­a el perí­metro de la tierra) y compararlas con iguales mediciones sobre los Polos.

Charles Marie de La Condamine

La Academia Francesa pidió apoyo y financiación al rey de Francia Luis XV para montar dos expediciones que medirían la longitud de un grado del meridiano terrestre: una en las regiones árticas encabezada por Pierre Maupertuis con la participación del físico sueco Anders Celsius y otra en la zona ecuatorial, encabezada por La Condamine y con la participación de los españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa.

Con este reto partí­a en 1735 de Rouen una expedición hacia Laponia y un año después otra hacia Ecuador, por entonces integrado en el Virreinato del Perú.

Además de estar ambas expediciones plagadas de reputados sabios franceses del momento, la iniciativa contó con apoyo español. La Corona quería ampliar los conocimientos acerca de sus gigantescos dominios en America y aprovechó que el monarca francés Luis XV era sobrino de Felipe V y éste a su vez «señor» de los dominios americanos.

Estos datos explican la presencia en el pasaje en calidad de comisionados de dos jóvenes y brillantes marinos con conocimientos en Astronomí­a y Matemáticas: Jorge Juan y Antonio de Ulloa.

La aventura americana

La misión científica durarí­a casi 10 años y fue toda una gesta accidentada. En palabras de Bill Bryson «Uno de los peores viajes cientí­ficos».

La marcha hacia América Ecuatorial la dirigió el matemático y geógrafo francés Charles Marie de La Condamine y el método previsto para la medición consistí­a en triangulación geodésica, una técnica basada en el principio geométrico de que si conoces la longitud del lado de un triángulo y dos de sus ángulos se pueden obtener el resto de sus dimensiones.

El objetivo era medir in situ la longitud de un grado de meridiano siguiendo la lí­nea que iba desde Yaruqui, cerca de Quito, hasta un poco más allá de Cuenca, también en actual Ecuador, con una distancia de 320 kilómetros.

El proceso de medición no fue sencillo, se hacía necesario tomar datos en puntos muy concretos con condiciones físicas extremas. Las tareas se prolongaron de 1736 a 1744 y estuvieron obstaculizadas por las continuas disputas entre los académicos franceses y por los recelos que su trabajo despertaba entre la población indígena junto con la desconfianza de las autoridades locales.

Muchos fueron los contratiempos. En Quito una multitud los echó a pedradas y algo después el médico del grupo es asesinado al parecer por un asunto de faldas. Otros murieron de fiebres tropicales o caí­das, uno apuñalado en una corrida de toros, otro al caer de la torre de una iglesia que él mismo habí­a diseñado… Incluso alguien hubo que se fugó con una muchacha de 13 años y no hubo manera de convencerlo para regresar. El botánico, por último, se volvió loco después de que tirasen a la basura su preciada colección.

Al menguado grupo lo recibían en casi todas partes con bastante escepticismo. A los funcionarios de allí­ no les cabí­a en la cabeza que unos extraños caballeros hubiesen recorrido medio mundo para, precisamente, medir el mundo.

La relación de La Condamine con sus colegas de expedición, los astrónomos y matemáticos Louis Godin y Pierre Bouguer, fue decididamente mala desde un principio, al punto de que dejaron de hablarse y de colaborar. El proyecto continuó gracias a que los estudios se separaron en tres grupos independientes para cubrir las diferentes áreas de trabajo.

En 1740, Jorge Juan y Ulloa hubieron de interrumpir sus observaciones al ser requeridos por el virrey, el marqués de Villagarcía, para organizar la defensa de las costas de Guayaquil y El Callao ante los ataques ingleses.

Aún así, ambos marinos patrullaron las costas de Chile y las islas del archipiélago Juan Fernández, donde estudiaron rumbos, derroteros, corrientes y vientos y realizaron observaciones astronómicas y barométricas así como para levantar planos de las costas, bahías y ciudades por las que pasaban. El resultado final fue impresionante, superando cualquier expectativa.

Por otro lado, con muestras minerales traídas de Colombia en 1735, Antonio Ulloa descubrió la existencia del elemento químico que con el tiempo ha sido llamado Platino.

La Condamine culminó la misión que ratificaría el ensanchamiento terrestre en el Ecuador tal como habí­a predicho el gran Isaac Newton. A Maupertuis, quien dirigió la expedición a Laponia, Voltaire lo atacó sin piedad:

«Usted ha confirmado en lugares aburridos lo que Newton sabí­a sin salir de casa».

Regreso, publicaciones y trascendencia de la investigación

Acabada la campaña, en 1748 Jorge Juan y Antonio de Ulloa regresan a España y cotejando sus datos se adelantaron a los franceses con la publicación conjunta de Relación histórica del viaje a la América Meridional, cuatro tomos de historia, política, geografía, etnografía y otras cuestiones del virreinato.

Además en Observaciones Astronómicas y Phisicas hechas en los Reinos del Perú, redactada por Jorge Juan, se exponían los resultados científicos de la medición.

Este periplo constituye una auténtica gesta cientí­fica que abrió muchos caminos a diversas ramas del saber: Geodesia, Astronomí­a, Botánica, etc. Sus investigaciones resultaron vitales para el posterior desarrollo de la navegación, la cartografía y, siglos más tarde, la rotación de los satélites artificiales.

La mayoría de obras históricas mencionan la gran aventura científica a la América meridional como «expedición de La Condamine» y así la conocemos. Sin embargo no olvidemos los méritos cientí­ficos de figuras como Godin y Bouguer, así como la enorme contribución de Ulloa y Jorge Juan.

Antonio de Ulloa

Concluidas todas sus comisiones, los dos españoles habían vuelto a Europa por separado. Mientras que el navío de Jorge Juan llegó a Brest sin incidencias, el de Antonio Ulloa es apresada por corsarios británicos y enviado a Inglaterra.

Ulloa permaneció un tiempo en Londres, ciudad en la que se integró como miembro de la Royal Society. Gozaba de gran reputación dentro de los círculos ilustrados de Europa y aunque siguió prisionero se le otorgaron algunos privilegios como autoridad científica reconocida.

En 1746 es liberado y viene a España, donde acababa de morir Felipe V y ahora reinaba Fernando VI, siendo ministro el marqués de la Ensenada. Fue nombrado capitán de navío y recibió el encargo de recorrer el continente europeo para tomar conocimiento de los últimos avances científicos.

Fundó el Estudio y Gabinete de Historia Natural, antecesor del Museo Nacional de Ciencias Naturales, el Observatorio Astronómico de Cádiz y el primer laboratorio de metalurgia del país. Además, era miembro de la Real Academia de las Ciencias de Suecia, de la Academia de Berlí­n y de la Real Academia de Ciencias de París.

Volvió a América como gobernador de Huancavelica, Virreinato del Perú, y superintendente de las minas de mercurio de la región entre 1758 y 1764.

Nombrado contraalmirante en 1760, se estableció posteriormente en La Habana y aprovechó para elaborar un informe sobre el funcionamiento de las comunicaciones postales entre España y el Perú a raíz de la creación de la empresa estatal de los Correos Marítimos.

Tras la Guerra de los Siete Años o guerra de sucesión, España recibió de Francia el territorio de la Luisiana. Antonio de Ulloa es entonces nombrado gobernador de la misma en 1766 aunque fue expulsado por los colonos franceses dos años después.

Entre 1776 y 1778 participó en la organización de la flota del virreinato de la Nueva España -actual México- y la creación de un astillero en Veracruz.

Alcanzó el grado de teniente general en 1779, si bien su actividad militar no sería tan brillante como su carrera científica, participando en el Sitio a Gibraltar de 1779 y fracasando en la reconquista de la Florida. Por este hecho sería juzgado ante una corte marcial que lo declaró inocente, aunque le retiraron su responsabilidades de mando.

Fue designado director general de la Armada española, cargo que ocuparía hasta su muerte en 1795.

Jorge Juan

Consciente de que la Armada española comenzaba a estar anticuada, en 1748 el marqués de la Ensenada le encarga viajar a Inglaterra para informar de los avances británicos en construcción naval e importarlos, una labor de espionaje que le obligó a adoptar una identidad falsa y por la que fue perseguido.

Sus informes cifrados convencieron a Ensenada de la necesidad de cambiar de política y centrar el esfuerzo en construir una flota poderosa y moderna. Jorge Juan intuyó que la supremacía de los mares iba a dirimirse contra la flota inglesa y que el dominio sobre América estaba en peligro.

Jorge Juan copió los diseños de barcos británicos e informó de los planes ingleses para atacar América.

En 1750 las autoridades comenzaron a sospechar. Antes de huir a través de mil peripecias, el científico y marino español planificó el viaje de decenas de ingenieros navales y obreros cualificados para que trabajasen para la Corona española.

A su vuelta fue nombrado en 1752 Director de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz, donde llevó a la práctica sus teorías sobre la construcción naval y modernizó arsenales y astilleros, empezando por Cartagena.

Su actividad obtuvo tan buenos resultados que pocos años después los ingleses devolvieron la visita para estudiar sus mejoras.

Pero las intrigas de 1754 que provocaron la caída y destierro del marqués de la Ensenada significaron que las avanzadas ideas de Jorge Juan se desechasen en favor del tipo de construcción naval francesa, mucho más atrasado.

Poco antes de su muerte envió una carta secreta al rey para alertarle del riesgo de cambiar al modelo naval francés:

«La actual construcción de navíos y más buques destinados al uso de la Armada de Vuestra Majestad (que debería ser temida) no solo es inútil en todas sus partes sino que preveo el horror de las armas, vasallos y estados de Vuestra Majestad en peligro inevitable a perecer en un solo día».

La historia le daría la razón cuando 32 años después las ligeras naves ingleses, inspirados en gran parte en los estudios de Jorge Juan, derrotaron a la pesada y vetusta flota hispano-francesa en la batalla de Trafalgar. Hablaremos de ellos un día.

Entre 1751 y 1754 estuvo en Ferrol donde planeó y construyó el arsenal. En 1757 fundó por encargo de Carlos III el Real Observatorio de Madrid y propuso la creación del Real Observatorio de la Armada en San Fernando.

En 1760 es nombrado jefe de escuadra de la Armada Real. Su competencia y valía hicieron que en 1767 fuera nombrado Embajador Extraordinario en Marruecos, donde logró firmar un primer tratado. Allí también recabó información secreta y relevante para la Corona.

En los últimos años elaboró un plan para el cálculo de la distancia del Sol a la Tierra a través de una expedición dirigida por Vicente Doz (marino y astrónomo) que salió de Cádiz en 1769 hacia la costa de California.

De regreso a Madrid fue nombrado para dirigir el Real Seminario de Nobles, último puesto que desempeñó antes de morir en 1773.

El Real Observatorio de Madrid

Antonio de Ulloa y de la Torre-Giralt, sevillano de nacimiento y Jorge Juan y Santacilia, alicantino, científicos, navegantes, ingenieros, astrónomos y cronistas, prestaron un gran servicio para el avance de su país y fueron dos grandes personalidades que engrandecieron el patrimonio cientí­fico español.

Más Referencias

1. España ilustrada
2. Memoria chilena

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