Los viajes de Sir John de Mandeville, un bestseller en la Edad Media

Durante los siglos XIII, XIV y XV, fruto de una época nueva de acercamiento de Europa a territorios lejanos y hasta entonces ignotos, aparecen numerosos relatos de viajes.

La perspectiva geográfica cambia entonces bruscamente y la mentalidad popular se ve desbordada por un conjunto de narraciones que revelan increíbles peripecias de viajeros donde lo real y lo fantástico se entremezclan a menudo alimentando la imaginación colectiva.

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Representación de un torneo de caballeros en Constantinopla

Alrededor del año 1371 aparece el primer manuscrito de un libro de viajes que describe en primera persona la aventura de un caballero inglés que había viajado durante más de 30 años por Tierra Santa, Asia Menor y Central, India, China, las Islas del Océano Índico, norte de África, Libia y Etiopí­a.

El libro se tituló Los viajes de Sir John Mandeville (The Travels of Sir John Mandeville o más simplemente Mandeville’s Travels) y despliega descripciones e indicaciones de áreas geográficas junto a fábulas, leyendas e historias fantásticas sobre criaturas extrañas que habitaban aquellos lejanos reinos.

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Aseguraba haberse encontrado con seres como los Panoti, que tení­an unas orejas tan grandes que les servían de abrigo, los Scí­podos, aquellos que tienen un único y grandí­simo pie, los Atomi, enanos que carecen de boca y viven del olor de las manzanas, los Blemmyas, raza de hombres sin cabeza con los ojos y boca en el pecho.

Además, seres con cuerpo humano y cabeza de perro, serpientes que lloran al comerse a una persona, pueblos que caminan a cuatro patas, gansos de dos cabezas, lobos blancos tan grandes como bueyes, árboles menguantes, hormigas mineras que buscan oro para los humanos… El bestiario de Mandeville es uno de los más ricos de toda la Edad Media.

Si exceptuamos la Biblia, los Viajes de Sir John Mandeville fue el libro de mayor difusión en Europa entre los siglos XIV y XVI, un auténtico best-seller por delante de su casi coetáneo y predecesor Libro de las Maravillas de Marco Polo. Algunos de sus más notables lectores fueron Leonardo Da Vinci, Tomás Moro, Walter Raleigh y Cristóbal Colón, quien lo tenía de libro de cabecera y efectuaba notas al margen.

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La obra fue considerada un referente geográfico de los confines más lejanos de Europa pero cayó en el olvido a partir del S. XVI cuando el escritor Thomas Browne declaró que Mandeville había sido el mayor de los farsantes.

En el prefacio, el autor se hace llamar caballero y afirma ser nacido y criado en Inglaterra. Aunque el libro sea real, se cree ampliamente que el propio «Sir John de Mandeville» no lo era. Las teorías más comunes apuntan a un francés llamado Jehan à la Barbe aunque también pudo haber sido un autor flamenco, Jan de Langhe o Johannes Longus.

Lo más probable es que el seudónimo se utilizase para ocultar el verdadero nombre por razones que desconocemos. Quienquiera que fuese, poseía una imaginación desbordante y había leído mucho también.

Alcanzó los extremos de la Tierra, permaneciendo en el camino 34 años, cubrió la mayor parte del mundo conocido y gran parte del desconocido: Constantinopla, Egipto, Etiopía y Tierra Santa. Todavía hambriento de emociones, continuó hacia el este y viajó por Armenia, India, China y más allá, atravesando desiertos y montañas cubiertas de nieve. O eso afirmó.


Los lectores quedaron cautivados por sus coloridos y extravagantes narraciones de pigmeos y caníbales con mil detalles más. Por ejemplo describió un árbol maravilloso que crecía en la India de cuyas ramas brotaban corderos y que en las costas de Asia había visto un caracol gigantesco que se deslizaba a través de la vegetación con cuatro hombres montando sobre su caparazón.

No todas fueron afirmaciones extravagantes, también emplea razonamientos de otra índole. En un pasaje del libro escribe:

«Digo en verdad que un hombre podría dar la vuelta al mundo, por arriba y por abajo y regresar a su propio país, siempre que tuviera salud, buena compañía y un barco. Y en todo el camino encontraría hombres, tierras, islas, ciudades y pueblos».

Una declaración sorprendente con una poderosa resonancia si tenemos en cuenta que Colón debió de leerlo antes de embarcarse en 1492. Y es que se dice que Isabel la Católica contaba con un ejemplar del libro e igualmente Cristóbal Colón, y que este lo llevó consigo en su viaje al Nuevo Mundo.

Los especialistas coinciden en que el libro de Mandeville no relata un viaje real sino imaginario, consecuencia de un ingenioso trabajo que trenza relatos de viajeros y peregrinos como Odorico de Pordenone (un franciscano que viajó por Asia) con referencias históricas, fuentes greco-latinas (historias fabulosas de monstruos, cíclopes y caníbales extraídas de Plinio y otros autores), libros de ciencia y geografía, el Speculum Majus de Vincent de Beauvais (una especie de enciclopedia muy utilizada en la Edad Media), Haitón de Córico, historiador y monje armenio cuyas obras influyeron en la visión europea de Oriente, incluso vidas y textos de santos.

Aún así no se descarta que el autor viajase a algunos de los lugares que menciona. En realidad todos los relatos de viajes de aquellos siglos hacían uso de las mismas fuentes porque era la forma de hacerlos creíbles a los lectores.

En definitiva, la obra de un prestidigitador que supo satisfacer la atracción medieval por las leyendas y un mundo exótico ampliamente desconocido.

Referencia:

A partir de un pasaje de Fraudes, engaños y timos de la historia de Gregorio Doval.

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