El Santí­sima Trinidad, el orgullo de la Armada Española del Siglo XVIII

Llegó a ser el buque más grande de su época, por lo que recibió el apodo de El Escorial de los mares y uno de los pocos navíos de línea con 4 puentes que existieron.

Sus impresionantes dimensiones eran admiradas en la época (y aún hoy) pero precisamente ese serí­a el hándicap de este coloso de los mares: su enorme tamaño lo hacia difí­cilmente gobernable en combate.

Tuvo un final que se puede considerar honroso en la batalla de Trafalgar.

Fue en La Habana, en el año 1767, cuando comenzó la construcción de este impresionante naví­o de 4 puentes y 140 cañones utilizando las mejores maderas de Cuba, como caoba, júcaro o caguairán. La construcción basada en planos de un proyecto inglés finalizó en octubre de 1769.

El proyecto del buque más grande de su época, cuyo coste ascendió a unos 40.000 pesos, fue dirigido por Mateo Mullan, constructor irlandés y capitán de fragata y uno de los expertos británicos traídos por Jorge Juan para modernizar la Armada española.

Sin embargo poco después fallecía Mullan de «vómito prieto o negro» y el conde de Macuriges decidió que su hijo Ignacio Mullan se encargase del diseño de los planos, la ejecución de los gálibos y la delineación del buque, mientras Pedro de Acosta serí­a el responsable de la forma de fortificarlo a la española y de la dirección general de las obras.

En octubre de 1769 se botó en los astilleros de La Habana el navío que por Real Orden recibiría el nombre de Santísima Trinidad y cuyas dimensiones eran las siguientes:

– Eslora: 57,47m
– Quilla: 48,99m
– Manga: 15,52m
– Puntal: 7,76m
– Plan: 7,76m

La tripulación y guarnición definitiva era de 1.071 plazas y 25 criados. Según registros de su descripción por parte de un marino inglés el Santí­sima tení­a el casco pintado de rojo, con franjas blancas horizontales que separaban claramente sus baterí­as de cañones.

Fueron muchas las batallas en las que estuvo presente y muchas las naves que gracias a su poderí­o militar se consiguieron apresar para orgullo de la Armada española.

Uno de los actos más relevantes de su historia tuvo lugar en 1797, tras la derrota del almirante inglés Nelson en su ataque a Santa Cruz de Tenerife: la firma en sus cámaras de la rendición de la flota inglesa.

La potencia de fuego inigualable de este naví­o implicaban un peso y envergadura que lo hacían también de difí­cil gobierno y para ubicarlo en el sitio deseado las maniobras no siempre se conseguí­an con la agilidad deseada.

Esa torpeza unida al efecto reclamo que un buque de estas dimensiones provocaba en una batalla naval, lo convertí­an en un claro objetivo.

Hoy podemos afirmar que era un gigante con los pies de barro, un coloso con demasiado peso como para maniobrar de forma ágil en batalla.

Además tenía varios defectos de diseño que afectaban a su estabilidad (con viento escoraba mucho) y particularmente, su ritmo de fuego era demasiado lento: una salva española por dos, tres o cuatro británicas. Así no había forma de imponerse en un combate de verdad.

Sería en la batalla de Trafalgar de 1805, comandado por el brigadier Francisco Javier de Uriarte y Borja y bajo las órdenes del jefe de escuadra Baltasar Hidalgo de Cisneros, donde tras una dura lucha bajo fuego del Neptune, Leviatán, Conqueror, Africa y Prince y rechazando una propuesta de rendición, cayó finalmente ante el fuego cruzado del Victory.

Capturado por los ingleses, las fragatas Naiade y Phoebe tratan de remolcarlo hasta Gibraltar como presa de guerra pero el Santísima Trinidad se encuentra tan deteriorado que termina hundiéndose el 24 de octubre de 1805 a unas 25 ó 28 millas al sur de Cádiz en medio de la fuerte tormenta posterior a la batalla.

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