Bailando con falda escocesa a orillas del lago Victoria

Al nombre de Joseph Thomson responde el científico británico premio Nobel de Física en 1906, pero también un notable expedicionario escocés en Africa al que la historia no ha colocado entre los grandes pese a ser probablemente el más genuino de ellos.

El África oriental y los primeros viajes de Thomson

En el este de Africa, para ir de las costas del Indico hasta los grandes lagos del interior, la ruta practicada por los esclavistas árabes desde la antigüedad era el camino más corto pero también el más peliagudo.

Estaba por un lado el desierto de Nyiri, también llamado «Nyika» o «desierto de Taru», paraí­so de la mosca tse-tse y a su vez verdadero azote para las caballerí­as. Y por el otro, los dominios de los Masái, una de las más belicosas tribus de Africa. No es de extrañar que cuando avanzaban las exploraciones europeas por Africa oriental prefiriesen la ruta del sur hacia tierra dentro.

En 1883 Joseph Thomson fue el primer explorador europeo que llegó al territorio de los grandes lagos precisamente por el camino más peligroso, el primero en adentrarse en territorio Masai y abrir con ello definitivamente el conocimiento de las hermosas tierras del interior de Kenya.

Lamentablemente, supuso también el inicio de la expansión incontenible del colonialismo occidental en una zona hasta entonces virgen.

Joseph Thomson habí­a llegado de Escocia con el ansia de viajar por el gran continente y en este sentido es un explorador de alma romántica y libre (se consideraba a sí­ mismo un viajero ante todo). Vivió su aventura con pasión y murió con sólo 37 años.

Geólogo y naturalista graduado en Edimburgo, con veinte años de edad Thomson forma parte en 1878 de una expedición al lago Tanganika como voluntario sin sueldo.

El grupo al que pertenecí­a fue diezmado por la malaria y el joven escocés tuvo que asumir el mando. En ese accidentado viaje descubrió el lago Rukwa en la actual Tanzania, recolectó muchos especímenes y registró numerosas observaciones. Los detalles de este primer viaje quedaron plasmados en su primer libro To the Central African Lakes and Back.

En 1881 fue llamado por el sultán de Zanzí­bar para dirigir una expedición al rí­o Rovuma, en busca de unos supuestamente ricos yacimientos de carbón. Thomson cumplió la misión pero tales yacimientos no existí­an. Al parecer el sultán se mosqueó tanto que no quiso enviarle un barco de rescate y se negó a recibir a Thomson durante meses.

Los comerciantes del Imperio británico querían una ruta directa y segura de la costa oriental africana al lago Victoria; el gobierno adelantarse a los alemanes, que estaban compitiendo en la misma zona.

En 1883 la Royal Geographical Society y el gobierno de Londres tení­an avanzado un proyecto de lí­nea férrea desde la costa hacia Uganda.

Como vimos antes, viajar a la cabecera del Nilo por el sur resultaba muy problemático, por eso cuajó la idea de construir el tren por el camino más corto. Era una nueva ruta plagada de peligros pero de gran interés geopolí­tico y estratégico: tanto las tropas como las mercancías podí­an así ser transportadas rápidamente.

El candidato en que pensaron, el prestigioso Stanley, resultaba muy caro. «¿Por qué no llamar al loco jovenzuelo escocés?», debieron pensar. Joseph Thomson siempre parecía dispuesto y todo parece indicar que no participaba de los intereses polí­ticos y económicos del colonialismo inglés.

La exploración de Kenya (1883-1892)

Con sólo 25 años, un reducido grupo de hombres y algunas armas, el 15 de marzo de 1883 Thomson partió de Mombasa para cruzar el temible desierto de Taru y atravesar el paí­s Masai, una extensión similar a Inglaterra, lo que el propio Stanley consideraba un verdadero suicidio. Llevaban además dos burros, una cámara fotográfica, y el propio Thomson unos libros de poesí­a, una gaita y una falda escocesa con los colores de su clan.

Curiosamente otro grupo, liderado por el naturalista alemán Gustav Fischer, habí­a partido poco antes hacia el interior con el mismo propósito, es decir, ambas expediciones fueron casi simultáneas. Pero Fischer sólo consiguió llegar hasta el Lago Naivasha.

En abril Thomson rodeó el Kilimanjaro y se adentró en tierra Masai para encontrar un pueblo orgulloso y desconfiado, en decadencia a causa de las guerras internas y las epidemias de cólera y viruela.

El explorador mantuvo una relación cauta con los Masai, estableciendo pactos y colmándoles de regalos. Les hací­a creer que era un mago que hablaba con los dioses e impresionándoles con trucos como sacarse la dentadura postiza o añadir polvos efervescentes al agua.

Avanzando con cautela y soportando la agresividad y el comportamiento cambiante de los Masai, Thomson llegó al pozo de agua que hoy conocemos como Nairobi, avistó el Gran Valle del Rift, el Lago Naivasha y el Monte Kenya. Descubrió el Lago Baringo, bautizó con su nombre la catarata en el rí­o Narok y nombró la cordillera cercana en honor de Lord Aberdale, el entonces presidente de la Royal Geographical Society, para finalmente alcanzar las orillas del Lago Victoria en diciembre de 1883.

Ese dí­a, el joven descubridor de la ruta más corta a Uganda vistió el tartán de su clan y junto al lago bailó una danza de su Escocia natal.

El viaje de vuelta fue largo y tortuoso. Thomson es gravemente corneado en el muslo por un búfalo al que habí­a disparado. Pero la herida abierta en su pierna, la disenterí­a y los ataques de los Masai no consiguieron doblegar su determinación y en mayo de 1884 finaliza en Mombasa un viaje histórico que describió en su segundo libro, Through Masai Land. Habí­a recorrido más de 4.000 kilómetros en unos 14 meses.

Si tuviera fuerzas, me irí­a otra vez a Africa

En lugar de retirarse a disfrutar de sus ganancias y una recién adquirida fama, Thomson continuó merodeando por el continente negro.

Había adquirido el «mal de Africa» y durante los siguientes siete años recorrió Sudán, las montañas del Atlas y el rí­o Zambeze. No buscaba nada, simplemente iba de aquí­ para allá.

Después de las enfermedades pasadas, la salud de Thomson fue deteriorándose hasta que 1892 contrajo neumonía. En busca de un clima más adecuado pasó un tiempo en Sudáfrica, Italia y Francia. Murió sin embargo en Londres en 1895 a la edad de 37 años.

Casi moribundo, dijo a uno de sus amigos:

«Si tuviera fuerzas para ponerme las botas y caminar cien metros, me irí­a otra vez a Africa».

No fue en absoluto vanidoso ni le atrapó el afán de gloria de muchos de sus coetáneos. Para imaginar la pasta de que estaba hecho basta citar las palabras más célebres que nos legó:

«Estoy condenado a ser un vagabundo. No soy un constructor de imperios, no soy un misionero, en realidad ni siquiera soy un cientí­fico. Lo que verdaderamente quiero es volver a África y seguir vagando de un lado a otro».

Hoy la gacela de Thomson y las cataratas de Thomson llevan su nombre.

Referencias
Guía de viaje online de Kenya

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