El origen de la cinta adhesiva

Según distintas zonas de España y de Latinoamérica, recibe el nombre de Celo, Fixo, Fiso, Tesafilm, Tesafix, Tesafí­, cinta scotch… Sencillamente es la cinta adhesiva de casi toda la vida.

Aclaradas por fin un par de dudas existenciales sobre uno de los inventos más utilizados cotidianamente, un invento que en el año 2004 fue nombrado «Obra Maestra Humilde» por el MOMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York).

La cinta adhesiva transparente fue inventada por el ingeniero quí­mico norteamericano Richard G. Drew en 1925. Joven y astuto ayudante de un laboratorio de la empresa 3M (Minnesota Mining and Manufacturing), Dick trabajaba en el proyecto de un producto que permitiera a los fabricantes de automóviles pintar cómodamente los coches. Problema: en aquella época habí­a un verdadero entusiasmo por las carrocerí­as de dos colores y a los fabricantes les resultaba muy difí­cil pintarlas, ya que la lí­nea que separaba los dos colores era imprecisa y quedaban mal delimitados los dos tonos.

Dick Drew (1899-1980) ideó un adhesivo para marcar cada zona, similar a las cintas adhesivas que utilizan actualmente los pintores de paredes para proteger los marcos y cristales. Para que los operarios retiraran más fácilmente la cinta protectora, sólo eran adhesivos los bordes.

Pero los pintores de las carrocerí­as creyeron que únicamente era una forma de ahorrar cola, por lo que llamaron a la cinta humorí­sticamente «scotch» (escocesa), en alusión a la fama de avaros que arrastran los escoceses. De cualquier modo fue creciente la popularidad de la cinta protectora en las fábricas de automóviles a finales de los veinte.

En 1930, 3M comercializó una cinta adhesiva celulósica muy parecida a la que conocemos hoy en dí­a y los directivos de la firma se apoderaron hábilmente del mote «scotch». La empresa llevó más tarde esta alusión a adornar los envases y el extremo de los rollos con un tartán, el tradicional diseño de cuadros escoceses.

Historias de coches aparte, inicialmente la cinta scotch se utilizó en bancos y bibliotecas que necesitaban remendar billetes y libros pero muy pronto la mayorí­a de empleados le encontró otras muchas y diversas aplicaciones, como encuadernar, fijar carteles y todo tipo de arreglos y manualidades. Fue la prueba de que se podí­a perfectamente vender masivamente al público.

Desde entonces no ha parado hasta convertirse con el tiempo en ese elemento que no falta nunca en los cajones de casa y de la oficina.

Fuente principal: ballesterismo

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