Miedo a la luz
De un tiempo a esta parte los días 10 de los meses impares tengo una cita con el bochorno, la frustración y el miedo, todo en uno: es la fecha en la que el banco procede a cobrar el recibo de la electricidad, el momento en que una cifra inusitadamente alta mengua la maltrecha cuenta corriente. Entonces un largo escalofrío recorre la espalda, seguido por la indignación que se siente al ser atracado una vez más.
«Después de haber visto mi última factura de la luz, se me ha pasado el miedo a la oscuridad.
Ahora tengo miedo a la luz.»
En un hogar pequeño con un consumo básico, el mismo de siempre, donde tan sólo hace unos años pagábamos una media de 50-60€/mes, ahora rozamos los 100 euros. Mismos aparatos y mismos hábitos de siempre; ¿qué digo?, vigilamos bastante más que antes que no se derroche nada, pero es inútil, la cifra sigue in crescendo.

Creíamos que la energía se consideraba un bien de primera necesidad y hoy constituye poco menos que un lujo y eso que sabemos lo mucho que influye en toda la actividad económica del país.
A día de hoy quienes ofertan y demandan son los mismos: Iberdrola, Gas Natural Endesa, Unión Fenosa, EDP y E.ON mueven más del 80% de la energía en España. Ellos pactan los precios y expulsan toda posible competencia. Eso se llama oligopolio, curiosamente la misma fórmula aplicada por las compañías petroleras (Repsol, Cepsa y BP).
Es obsceno el matrimonio consolidado entre poder político y eléctricas: se retroalimentan y trabajan en favor mutuo confeccionando una farsa que los gobiernos de las últimas legislaturas han bendecido por ley. El déficit tarifario de las eléctricas es esa estafa que no deja de aumentar año tras año. Ni la precaria situación de las familias españolas detiene la voracidad de estos trileros.
Me voy ya. Apago el ordenador y la luz del techo, incluso el interruptor de la regleta cerciorándome que no queda nada por ahí consumiendo inútilmente. Hasta la próxima hostia de Iberdrola.