Carta de un preso antes de subir a la horca: «Yo seguiré siendo maestro y tú, un carcelero»

La ejecución de cinco presos polí­ticos iraní­es el pasado 9 de mayo ha creado verdadera consternación en la oposición iraní­.

En medio de la polémica, se han difundido varias cartas de los presos ejecutados, destacando entre ellas las de Farzad Kamangar, un maestro kurdo de 35 años, conocido por su trabajo pedagógico y considerado una destacada promesa de la literatura infantil.

Su muerte y las de otros tres acusados por colaborar con grupos armados provocó la semana pasada una huelga general en el Kurdistán iraní­, una región situada al noroeste donde viven cerca de diez millones de personas. Debido a su valor literario y testimonial, reproducimos la carta que el propio Kamangar, antes de subir a la horca, tituló Yo seguiré siendo maestro y tú, un carcelero.

«Zeus, el Dios de los Dioses, ordenó detener al desobediente Prometeo. Así­ empezó tu historia y también la mí­a. Tú representas la herencia de los carceleros de Zeus y, por lo tanto, eres prisionero, dí­a tras dí­a, de los hijos del Sol y de la Luz. Para ti y para mí­, la cárcel tiene un significado distinto: somos dos individuos; cada uno a un lado de la pared, con una puerta de hierro y un ventanuco en medio; tú fuera de la celda, yo dentro.

Ahora conozcámonos mejor. Yo soy maestro… No, no…; yo soy alumno de Samad Behrangui (1), aquel que escribió Olduz y los cuervos, y El Pececito Negro, para que todos aprendiéramos a caminar. ¿Le conoces? Ya sé que no le conoces. También soy alumno de Khanali, aquel que nos enseñó a dibujar un sol en la pizarra para que sus rayos espantaran a los murciélagos. ¿Sabes quién era? Y soy compañero de Bahman Azizi, aquel hombre que siempre olí­a a lluvia, aquel hombre que la gente de Kermanshah y sus alrededores sigue recordando cuando comienza a llover en otoño. ¿Tienes alguna idea de quién era? Ya me imagino que no lo sabes.

Sí­, soy maestro y he heredado de mis alumnos la sonrisa y la curiosidad por preguntar.

Ahora que ya me has conocido, háblame de ti, de quiénes eran tus compañeros, de quién has heredado la ira y el odio que llevas dentro. ¿Quién te ha dado las esposas y las cadenas? ¿Son de los calabozos de Zohak (2)? Háblame de ti. ¿Quién eres? No sólo no me asustas con tus esposas, cadenas y latigazos, sino que las gruesas paredes de la celda 209, los ojos electrónicos que me vigilan, las férreas puertas… ya no me dan miedo. No te enfades, no grites, no me golpees con el puño en el corazón, porque mantengo la cabeza alta.

No me pegues porque canto; soy kurdo y mis antepasados me han dejado en los cantos e himnos el recuerdo de su amor, su sufrimiento, su lucha, su existencia… Tengo que cantar y tú tienes que escuchar mi canto, aunque sé que te molesta. No me pegues porque al andar se escuchan mis pasos; mi madre me ha enseñado a que los pasos hablen con la tierra; entre la tierra y yo hay un trato, una conexión que lleno de belleza y sonrisas. Déjame, pues, que pasee, déjame que oiga mis pasos, déjame que la tierra sepa que todaví­a estoy vivo y tengo esperanza.

No me prives de papel y pluma; quiero escribir nanas a los niños de mi tierra, repleto de esperanza, de los cuentos de Samad y su vida, de Khanali y sus deseos, de Ezati y sus alumnos… Quiero escribir, quiero hablar con mi gente desde mi celda, desde aquí­ mismo. ¿Entiendes lo que digo? Sé que te han enseñado a odiar la luz, la belleza y el pensamiento. Pero no tengas miedo; entra en mi celda, estás invitado a mi gastado y pequeño mantel. Mira cómo yo invito a mis alumnos, todas las noches, cómo les cuento cuentos… pero a ti no te permiten ver, no te permiten escuchar. Tienes que enamorarte, tienes que convertirte en un ser humano, tienes que estar a este lado de la pared para entender lo que yo digo.

Mí­rame y entenderás la diferencia que hay entre los dos. Yo todos los dí­as dibujo las manos de mi amada sobre la pared de la celda. Cojo sus manos y siento el calor de la vida, y leo en sus ojos el entusiasmo, la espera; pero tú, todos los dí­as, con tu porra, rompes esos dedos dibujados en la pared, sacas esos ojos que esperan y emborronas la pared de negro. Tu mundo y tu cárcel siempre estarán oscuros, siempre te molestará el don de la luz. Hace meses que espero ver un cielo estrellado, un jardí­n de estrellas que rompa la oscuridad con senderos que van de un lado al otro del cielo. Pero tú llevas años viviendo en la oscuridad, tu noche no tiene estrellas. ¿Sabes qué significa un cielo sin estrellas? ¿Qué significa un cielo siempre en la oscuridad?

Esta vez, cuando haya vuelto a la 209, entra en mi celda, tengo algunos deseos para ti, no del mismo color de tus oraciones que siempre están llenas de fuego y miedo al infierno. Mis deseos están repletos de esperanza, sonrisas y amor. Entra en mi celda para que te hable del orgullo de mi última sonrisa al pie de la horca. Sé que de nuevo seré el preso de la 209, mientras tú, con tu alma llena de odio, me seguirás gritando. Y yo volveré a sentir lástima por ti y por el pobre mundo que han creado a tu alrededor; seguiré siendo un maestro con la sonrisa de mis niños en los labios». Farzad Kamangar, maestro condenado a pena de muerte. Sección de Presos Infecciosos de la cárcel de Rajaai Shahr de Karach.

(1) Destacado pedagogo y escritor del Azerbaiyán iraní­, cuyo principal libro ”“El Pececito Negro”“ ha sido editado en castellano.

(2) Monstruo-tirano de la mitologí­a kurda.

Fuente: Cuartopoder

Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Privacidad y cookies

Utilizamos cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mismas Enlace a polí­tica de cookies y política de privacidad y aviso legal.

Pulse el botón ACEPTAR para confirmar que ha leído y aceptado la información presentada


ACEPTAR
Aviso de cookies