Cuida tus ojos: busca la verdad

Llevábamos más de medio año saliendo juntos. Para mí­ aquello se trataba de un récord, pero lo cierto es que me encontraba bien con aquella chica.

Era de noche y estábamos de nuevo en su cama. De repente aquella fue una de esas veinte veces al dí­a en que me apetecí­a tener sexo con ella. Dejé el libro a un lado, sumergí­ mi mano derecha bajo las sábanas y palpé sus muslos. Ella emitió un bufido y se giró sobre sí­ misma dándome la espalda.

Pensé que a ella no le apetecí­a, apagué la luz y empleé los siguientes quince segundos en gestionar la frustración. Luego adopté mi postura favorita para dormir y me lancé de cabeza al mundo oní­rico.

En cuanto me di cuenta ya era de dí­a. Ella hací­a ruido por la cocina. Me levanté, caminé hasta allí­, le di un beso de buenos dí­as y empecé a prepararme un té. Después me senté frente a ella. Poco sabí­a yo sobre lo que estaba a punto de acontecer.

«Anoche, cuando te dormiste, me masturbé», dijo.

Hubiera esperado que la conversación empezara con algo del tipo «Hoy va a llover». También me gustan frases como «¿Te gusta el sushi?». No es que me importe en absoluto que una chica comience un diálogo empleando las palabras «Anoche me masturbé». Se trata más bien del contexto. En mi orden de cosas, uno se masturba cuando no puede follar.

Hace unas semanas estaba sentado tomando vino y jamón con mi padre cuando me preguntó:

«A ti, además de follar, ¿qué te apasiona?»

Cuento esto para ilustrar que, si aquella chica tuvo que recurrir a la masturbación, no fue precisamente por falta de recursos.

Primero sentí­ estupor. Después recordé la frustración de la noche anterior. Luego terminé de procesar mis sentimientos. Si entonces ya era un tipo rápido para estas cosas, últimamente estoy batiendo mis propias plusmarcas. A veces pienso que me queda muy poco para la iluminación completa.

Todaví­a ligeramente descolocado, pensé que no valí­a la pena hacerle entender a aquella chica cómo funcionaba mi lógica masculina, así­ que concluí­ que lo mejor que podí­a hacer era realizar unas cuantas preguntas y aprender algo sobre la masturbación femenina, terreno para mí­ desconocido y altamente intrigante.

”¿Y en quién pensaste?» pregunté.

Habrá lectores que crean que postulé aquella pregunta para cerciorarme de que la chica se masturbaba pensando en mí­. Nada más lejos de la realidad, como se podrá comprobar en unos pocos párrafos.

«¿En quién pensé? ¡En nadie!» contestó ella.

Su respuesta me sorprendió en gran medida.

«¿En nadie? ¿No piensas en nadie mientras te masturbas?»

A mí­ aquella respuesta no me cabí­a en la cabeza. Por aquellos entonces yo estaba con Freud en un 90% y pensaba que la psique se habí­a inventado para, básicamente, servir a funciones masturbatorias. No podí­a creer que hubiera alguien que se masturbara dejando la mente en blanco. No creí­a en las pajas zen. Más bien era la masturbación una de aquellas actividades que me reafirmaba en la unicidad de cuerpo y mente.

«No, en nadie» contestó ella.

No pensaba en nadie mientras se masturbaba. Pude escuchar cómo algunos de mis circuitos neuronales cortocircuitaban. Debió de salirme humo por las orejas. Quizá deba subrayar, para que el lector pueda comprender mi estupor, que me encontraba en una etapa de mi vida en la que no sabí­a que la gente mentí­a. Sí­, lo sé, soy un tipo peculiar. Así­ pues, ella dijo que no pensaba en nadie y yo le creí­. Y fue en aquellos términos que le picó la curiosidad y la ronda de preguntas cambió de sentido.

«¿Tú piensas en alguien cuando te masturbas?» dijo ella.

«Por supuesto» contesté.

Para mí­, la respuesta a aquella pregunta era la misma que para cuestiones del tipo ¿quema el sol? o ¿te gusta que te la chupen?

Ella dudó un par de segundos. Finalmente dijo:

«¿Y en quién piensas? ¿Piensas en mí­?»

Yo, por contra, no dudé ni una décima.

«No, no pienso en ti. Contigo puedo follar cuando quiera. Serí­a estúpido masturbarme también pensando en ti. A ti te tengo de verdad».

En esta vida siempre hay una explicación para todo. Si hubo una etapa extraordinariamente larga de mi vida en la que pensé que todo el mundo decí­a siempre la verdad, era porque yo siempre decí­a la verdad, y lo cierto es que no se me ocurrí­a ningún motivo para que alguien hiciera lo contrario. Así­ pues, contesté con completa honestidad. Su cara se desencajó. Ahora me rí­o, pero en aquellos momentos pensé que la culpa era mí­a y me puse algo tenso.

Cuando se hubo recompuesto (es un decir), debió de pensar que querí­a más. Preguntó concretamente:

«¿Piensas en amigas mí­as?» dijo.

Lo cierto es que, debido a los avances de la técnica moderna, hací­a mucho tiempo que no tení­a que recurrir a la imaginación para hacerme un paja. Vivimos en tiempos que nos hacen vagos, tiempos en los que no hay más que encender el ordenador para acabar sepultado por una avalancha de culos y tetas. Lo difí­cil hoy en dí­a no es ver tí­as en bolas, sino dejar de verlas. Eso en cuanto al papel de la imaginación en la masturbación actual expresado en cuatro lí­neas.

Sus amigas. Como toda mujer, esta también tení­a amigas. Y como en cualquier otro caso, las habí­a que estaban buenas. En concreto habí­a dos que ocupaban con cierta recurrencia mi procesador mental en solitarias noches de insomnio, que por aquel entonces se repetí­an con cierta frecuencia.

Una de ellas me resultaba insoportable pero podí­a haber sido modelo. En mi cabeza se tornaba muda y era una especie de mujer perfecta. La otra era una suerte de barbie en esteroides, y cuando le quitaba el sujetador me temblaban las manos. En ocasiones, en mis ensueños, ella y mi chica se emborrachaban y me proponí­an un trí­o. Es curioso que, a pesar de tratarse de mi propia cabeza, me resultaba imposible que me propusieran un trí­o si no se ventilaban primero una botella de tequila. Los procesos mentales siguen caminos insondables sólo dirigidos por nuestros propios lí­mites.

En cualquier caso creo recordar que, cada vez que me habí­a masturbado, sus amigas habí­an permanecido lejos de mi erección. Es por esto que no me puedo explicar todaví­a que cuando ella me preguntó si pensaba en sus amigas yo le contestara:

«Sí­»

Supongo que por un momento pensé que me iba a proponer un trí­o con la Barbie y se me cruzó algún cable. Lo cierto es que no sé por qué dije que sí­. De cualquier modo no se trataba de una verdad o de una mentira, sino más bien de un cruce entre dos verdades.

Primero abrió la boca como si se fuera a tragar un camión. Después se llevó las manos a la cabeza, muy despacio, como si le acabaran de decir que sus padres hubieran muerto en un terrible y cruento accidente de tráfico. Luego se levantó y se puso a dar vueltas. Yo también estaba sorprendido, pero ella me ganaba la mano.

Al final se recompuso. La mala noticia es que cada vez le estaba costando más. Se encaró conmigo y me dijo:

«¿Te das cuenta de lo que me has dicho?»

Me pregunté si me habí­a dado cuenta de lo que le habí­a dicho. La respuesta que obtuve fue «sí­». Generalmente presto mucho atención a todo lo que digo, y aquella habí­a sido una de esas ocasiones. Podí­a incluso recordar la conversación completa. Soy un chico muy atento.

«Sí­, claro que me doy cuenta -contesté- pero oye, has sido tú la que ha preguntado».

Por un momento pareció sopesar mis palabras, pareció darse cuenta de que ella solita le habí­a abierto la boca al lobo y después se habí­a arrojado al interior. Tardó como un segundo en esquivar su responsabilidad en el asunto y se concentró en agarrarse un enfado monumental. Cogió las llaves y salió de casa con un portazo. Yo me quedé sentado sin entender un pimiento y con cara de imbécil. Me preguntaba si aquella iba a ser una de esas ocasiones en las que mi honestidad iba a ser como esa pistola que se me vuelve a disparar haciéndome fosfatina el pie.

Me tuvo tres semanas sin follar, y no sé si es necesario volver sobre la pasión que siento por tal actividad. Y ojo, no se lo pierdan, me costó bastante más de tres semanas darme cuenta de que la culpa no era mí­a.

La mayor parte de la gente no busca la verdad. Vive en un estrecho cercado en el que se siente a gusto. A la mayor parte de la gente le resulta más conveniente la mentira. Mucha gente vive vidas de porexpán en las que no hay nada real, son todo sombras. Mucha gente prefiere no saber.

Probablemente la opción de esquivar la verdad no sea más que una ilusión. Si no persigues la verdad, la verdad te perseguirá a ti, y te puedo asegurar que te terminará encontrando.

Y cuanto más tiempo pases en las sombras, más te dolerán los ojos cuando la luz te alcance.

Cuida tus ojos: busca la verdad.

Fuente: http://www.elsentidodelavida.net/cuida-tus-ojos-busca-la-verdad

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