Súbditos sin remedio

El hombre común contemporáneo, ¿hasta dónde puede moverse libremente? Un paso en falso y ya podrí­a estar contraviniendo alguna norma…

Las poblaciones de hace siglos sufrieron la imposición de rendir homenaje a un señor. Era la potestad a la que se debí­a no solamente respeto y obediencia, sino también tributo.

El hombre moderno, tan orgulloso de su libertad individual alcanzada, ha caí­do atrapado en nuevas y siniestras servidumbres encabezadas por el ansia del estado y su aparato burocrático, y la pérfida influencia de la gran empresa. De ellos somos ahora súbditos.

¿Notáis la falta de respiración? Porque hemos llegado a un punto en que sobre nuestra convivencia concurren tal cantidad de leyes procedentes de tantas instancias que resulta imposible conocerlas todas, y por tanto cumplirlas.

Hay miles de normativas vigentes: ordenanzas municipales, decretos gubernamentales, preceptos autonómicos, directivas europeas… Afectan absolutamente a todos y regulan cualquier ámbito del dí­a a dí­a, la movilidad de las personas. la circulación de vehí­culos, la salud, la alimentación, el uso del espacio, el ocio y el deporte, las operaciones de compra y venta, la educación…

Todas ellas se entrecruzan en un espeso entramado que hace sombra sobre la cabeza del ciudadano. Hacer una reforma en la casa, encender un cigarrillo, tirar algo a la basura, tener una mascota, ir de viaje, son todas ellas rutinas habituales y en apariencia inocentes, pero intensamente reguladas por leyes, sean urbaní­sticas, viales, vecinales, fiscales o medioambientales.

Por no hablar de las obligaciones tributarias y laborales que gravitan sobre cada contribuyente, obligaciones a las que ha de hacer frente periódicamente sin faltar una sola vez al pago. ¿Se me ha olvidado decir que todo esto significa aflojar pasta en cantidades nada modestas?

Si alguien constituye una pequeña empresa para ganarse el pan, tendrá que acorazar su voluntad y contar con el 110% de sus energí­as para salir airoso de la lucha contra la selva legislativa que estrangula su bienintencionado propósito. Y superar una montaña de licencias. Y una vez en funcionamiento su modesto negocio, si es que consigue que aquello ruede, siempre estará expuesto a incumplir alguna medida o plazo de pago de entre las infinitas regulaciones que existen.

El Estado se reserva la potestad de aprobar patrones que dirigen tu vida y cuya omisión conlleva su correspondiente multa o sanción, ejecutada eso sí­, con moderna y eficiente celeridad.

Mientras tanto, el espacio privado donde sentirse aún cómodo y libre, va retrocediendo hasta los 50 metros cuadrados de una mierdapiso, lugar en donde todaví­a no has de rendir cuentas a nadie excepto a ti mismo y a los tuyos.

Tu comportamiento es o será en algún momento, punible. Estás a merced de la arbitrariedad de las autoridades.

Cuando una mañana salgas por la puerta de casa silbando entre alegres zancadas, tal vez ya estés a punto de incumplir alguna nueva disposición o precepto aprobada aceleradamente la semana pasada a espaldas tuyas y de la inmensa mayorí­a de la ciudadaní­a.

Cavilando un poco después de leer un artí­culo.

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