This is Spinal Tap
En 1984 un grupo de actores y amigos se unieron para escribir un guión narrando las peripecias de un grupo de rock llamado Spinal Tap. Uno de ellos, Rob Reiner, dirigió la película y los demás, Christopher Guest, Michael McKean y Harry Shearer, la interpretaron. Sin embargo tal banda no era real, sino inventada para la ocasión.

Así surgió This is Spinal Tap una película de culto no estrenada en España y que posiblemente sea el mejor falso documental de la historia del cine, sobre las desventuras en una gira por EE UU de una banda británica de heavy metal venida a menos.
Tan acertada y verosímil resultó esta farsa que los propios actores y miembros de la banda realizaron giras después de la película y sacaron un disco con la banda sonora del film «This is Spinal Tap» (1984) y otro más en 1992 llamado Break Like The Wind.
En realidad sus tres protagonistas ni siquiera eran ingleses, sino actores de reparto de Hollywood que al parecer no repitieron el éxito de aquel extraordinario ejercicio rodado al estilo de ese tipo de series donde la cámara sigue al grupo a todas horas dando a conocer sus aspectos más cotidianos.

This is spinal tap nos acerca tópicos y estereotipos de una banda de rock tan legendaria como rebosante de egos. Bienvenidos al circo del espectáculo visto desde dentro, desde los supuestos orígenes de la banda en los años sesenta a la decadencia presente, pasando por sus conciertos, las portadas censuradas de los discos, los desacuerdos acerca del rumbo artístico, la desestabilización que provoca una novia en el seno del grupo… Todo ello narrado como un documental estricto con sus entrevistas y actuaciones en vivo, con temas hard-rock de letras estúpidas (o no).
En los años 80 distintas bandas que habían brillado con fuerza en los 70 iban decayendo hasta convertirse en parodias de sí mismas.

El guión aborda el tema sin complejos y ridiculiza a esas estrellas idolatradas que en realidad son niños grandes que se creen dioses. Y así tenemos al músico pretencioso que dice estar influenciado por Mozart y Bach y esas letras supuestamente profundas y poéticas que más bien resultan absurdas. O el rollo de adoptar para el rock cualquier idea que suene novedosa: los demonios molan, la astrología mola, todo lo oriental y lo mitológico mola…
Estos individuos que llenaban estadios no mucho tiempo atrás sobreviven ahora en shows decadentes (impagable la secuencia de los enanos y el monolito en miniatura) o tocando en bailes de salón para militares. Les queda eso o plantearse una gira por Japón.
Hay diversos momentos destacables en el film, como el gafe que acompaña a quienes se colocan al frente de la batería: un extraño accidente de jardinería, uno que muere ahogado por el vómito de otra persona, otros que desaparecen en el escenario por combustión espontánea..
«Nuestro batería explotó tocando en directo; solo quedó de él un glóbulo verde. Hay mucha gente que explota espontáneamente; lo que pasa es que nunca lo dicen en los medios.»

Y también está la escena en que el guitarrista muestra sus amplificadores que llegan hasta el 11, en lugar de hasta 10 como cualquier amplificador normal y esa guitarra que se compró para no tocarla nunca.
«Up to eleven» (hasta el 11) acabaría convirtiéndose en una expresión de la cultura popular para referirse a llevar las cosas más allá del límite, del máximo.
Las interpretaciones son de matrícula de honor, especialmente el trío protagonista. A ratos absurda, a ratos hilarante, es la sátira por excelencia del mundo del rock.