Agua embotellada a todas horas

Cada dí­a en el comedor de la empresa opto por una botella de agua para acompañar el almuerzo. Va incluida y es de medio litro, un poco grande para mi así­ que excepto en verano, raramente consigo acabarla (para comer mi cuerpo queda satisfecho con poco más de un vaso).


Por tanto todos los días tengo casi media botella sobrante al final de la comida. Me la llevo a casa para aprovecharla porque no soy de tirar, aunque veo que muchos la arrojan con una buena cantidad dentro a la bandeja con las sobras. Y claro, luego están los que beben y beben y vuelven a beber convencidos de que atiborrarse de agua es lo más saludable del mundo.

Asusta imaginar cuánto gastan las empresas en botellines de agua, las familias y cualquier ciudadano de Occidente. La expansión del negocio aporta cuantiosos beneficios a las grandes corporaciones de bebidas y alimentación, como Coca Cola, Pepsi, Danone o Nestlé.

¿Y por qué no utilizar en la mesa una jarra de agua del grifo, que en Madrid es estupenda, para beber todos cada uno con su vaso? No solamente en el comedor del trabajo, también en las innumerables y estúpidas reuniones de empresa. Ah no, queda feo, vulgar y no parece higiénico ni propio de gente dinámica y actual.


Miles de litros van al desagüe, además de un envase estorbando que acabará en cualquier sitio. ¿Qué haremos con tanto plástico colonizando el planeta?

Desde hace años veo cada vez más gente bebiendo agua embotellada a diario fuera de las horas de la comida, en cualquier momento, en cualquier lugar y sin venir a cuento, como cumpliendo obstinadamente una regla sagrada.

Cuando nos desplazamos no podemos asegurar la potabilidad del agua allá donde vamos; todos conocemos localidades españolas donde resulta desagradable un trago de agua procedente de la red pública.

Pero no me refiero a eso. Hablo del dí­a a dí­a de millones de individuos sedentarios que pasan la jornada bajo techo y luz artificial, sin sudor sobre la frente y en vez de tomar el agua del grifo de las instalaciones, aunque sea gratis y saludable, convierten la botella azulada de plástico en un apéndice del brazo. Beber agua envasada parece una de las mejores maneras de vender una imagen propia de persona juvenil, sana y atlética. Postureo.


Una vez pusieron cámara oculta en un restaurante de categorí­a y contrataron a un actor que se hací­a pasar por una especie de sumiller del agua. Ofrecí­a a los clientes una carta de aguas excelsas con nombres sugerentes inventados: «Mount Fuji Water», «Amazon Water», «Eau du Robinet» (que significa «agua del grifo» en francés), todo en botellas pequeñas, bien presentadas y a un mí­nimo de 5 dólares cada una. Pero las rellenaron con agua del grifo usando una manguera de jardí­n. Aún así­, cuando la gente probaba, aseguraron disfrutar de matices y sabores y por supuesto afirmaron que se trataba de un agua muy superior a la del grifo. Sobran los comentarios.

El agua mineral envasada no cura enfermedades, exactamente igual que la del grifo. La influencia de ambas sobre nuestra salud es limitada, lo importante es mantenerse hidratado.

La historia del agua embotellada es un documental de la activista Annie Leonard con subtí­tulos en español que aporta información para entender mejor algunas de las claves del negocio.

¿Es el agua embotellada más segura y está más controlada, es mejor que el agua corriente? Pues no siempre; algunas de ellas pueden incluso tener menor regulación que muchas aguas públicas.

Con el agua embotellada la grandes empresas explotan un negocio suculento. Explican que simplemente, responden a la demanda de consumo. ¿De verdad tanta gente ha pedido pagar por beber agua que tiene en su propia cocina con un coste cien veces menor? Claramente hay otros muchos factores.

Para continuar creciendo, las empresas han de seguir vendiendo más y más y alrededor de los años 70 la industria de las bebidas detectó el peligro de un estancamiento en las ventas de refrescos azucarados. Habí­a que potenciar un hábito nuevo y el consumo de agua embotellada a gran escala abrió un camino nuevo.

Al principio la gente corriente pensó que se trataría de algo pasajero propio de yuppies con prisas y personas que comenzaron a salir a correr. Para implantar una idea difí­cil de asimilar -vender agua a todo Cristo- y puesto que la gente no harí­a colas para comprar un producto más bien innecesario, la clave fue conseguir que te sintieses inseguro y asustado.


Y eso hicieron: primero alarmar a la población de que no bebía agua de calidad, después convenciéndonos para consumir sus aguas procedentes de manantiales naturales. Como todos sabemos, la publicidad del agua embotellada seduce invariablemente con imágenes de montañas sobre cielo azul y naturaleza pura.

Los datos quedan ahí­: en los supermercados norteamericanos la venta de agua embotellada superó en 2008 a los zumos como tercera bebida más popular, detrás de los refrescos y la leche.

Entre 2003 y 2008 se produjo un ascenso brutal en las ventas de agua mineral y en España bebemos casi el triple de agua embotellada que hace 20 años. Se ha dicho que ya es la tercera mercancí­a legal que más dinero mueve en el mundo después del petróleo y el café.

Mientras millones de personas de paí­ses pobres siguen con serias dificultades para acceder al agua potable, en los paí­ses desarrollados nos gastamos una fortuna adquiriendo agua a pesar de tener garantizado el suministro del grifo.




El agua potable nos llega a través de una infraestructura que gasta energí­a de manera controlada; en cambio el agua embotellada es transportada a grandes distancias, lo que implica mayores costes y contaminación. Mientras que no se invierte lo necesario en las redes de abastecimiento, se subvenciona con autorizaciones a bajo coste la explotación de fuentes de agua por empresas embotelladoras privadas que obtienen unos beneficios fabulosos.

Es una industria que consume muchos recursos naturales. Los plásticos provienen de las petroquí­micas que contaminan un montón y aunque nos aseguren que el tema de reciclar funciona, el mundo entero se inunda de plásticos. Estoy harto de ver cantidades ingentes de envases y botellas vací­as en caminos, cunetas de la carretera, vertederos improvisados… en realidad basta mirar cualquier rincón a nuestro alrededor.

Si la gente percibe que el único agua que les conviene está encerrada en plástico, creo que no vamos bien y no luchará por mantener una red potable pública y de calidad. Sin embargo hay que invertir en sistemas eficientes de agua para todos, no permitir que el asunto quede relegado como algo secundario para las administraciones. Protejamos un poco más nuestro dinero y de paso nuestra salud y la de este planeta.

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