Ambrose Bierce, un escritor que no quiso morir entre sábanas

Ambrose Gwinett Bierce (1842-1914?) fue un periodista y escritor norteamericano cuyo estilo lleno de ironí­a le valdrí­a el apodo de «Bitter Bierce» (el amargo Bierce).

Fue el décimo de trece hijos y sus padres, granjeros calvinistas, tuvieron a bien poner a todos ellos nombres que empezaban con la letra «A». A saber: Abigail, Amelia, Ann, Addison, Aurelius, Augustus, Almeda, Andrew, Albert, Ambrose, Arthur, Adelia y Aurelia. Con dos cojones.

Fotografía de Bierce entre 1880-1890

Cuando estalla la Guerra de Secesión, Ambrose se alista como voluntario en el bando unionista del norte. Participará en múltiples campañas y al finalizar la contienda consigue trabajo como administrador de algodón que se confiscaba a los confederados vencidos; ese fue su primer contacto con la brutalidad y corrupción polí­ticas que imperaban en ese y otros negocios similares.

No debí­a satisfacerle el asunto, ya que renuncia al cargo y acepta otro como topógrafo en una expedición contra los Sioux. Pero atraí­do por la actividad social y cultural de la ciudad de San Francisco, donde también estaba Mark Twain, decide establecerse allí­ y después de escribir poesí­a y ensayos, entrega de lleno su estilo a la sátira contra las instituciones, el clero, la educación y el sistema en general, publicando en distintos medios de la ciudad.

A pesar de ello -o gracias a ello-, Bierce se convierte en una celebridad y es invitado a todas las reuniones sociales.

Durante tres años vivió también en Londres, estancia que posteriormente calificarí­a como la más feliz y fructí­fera de su vida, escribiendo para revistas con gran lucidez narraciones cortas bajo el signo del humor mordaz. Hay ya en su obra otro denominador común que nunca le abandonará: una visión pesimista sobre la bondad del ser humano.

Se habí­a casado en 1871 y tuvo tres hijos, pero en 1888 descubre las cartas que un pretendiente danés le enví­a a su esposa. Esto fue suficiente para que Bierce abandonara el hogar sin más explicación que la que dio años más tarde:

«No me ha gustado nunca competir, ni siquiera por el favor de una mujer».

Su hijo Day muere en un duelo en 1899 y el impacto de esa muerte y de su propia soledad parecen, más que mermar, reactivar su capacidad creadora, ya que de esta época son varios de sus cuentos más logrados y también cuando más próspera resulta su carrera periodí­stica después de coincidir con Willian Randolph Hearst, el magnate de la prensa cuya vida serí­a más tarde reflejada en Ciudadano Kane, y que habí­a comprado The San Francisco Examiner.

Aunque su estado de salud era a menudo precario a consecuencia del asma y las secuelas de sus heridas de guerra, no dejó de escribir incansablemente tanto en publicaciones del Este como del Oeste.

En su última época, con una ingente obra ya ordenada y publicándose o en ví­as de hacerlo, Ambrose Bierce se despide de la literatura. Le cede a su hija Helen los derechos de su tumba en un cementerio de California, prueba de que ya no pensaba volver. Y así­ lo confirma en una carta de 1913, donde dice:

«Bah, debe ser horrible morir entre sábanas, y si Dios quiere a mí­ no me ocurrirá».

Y un buen dí­a de ese mismo 1913, ya septuagenario, harto de sus contemporáneos, enfermo y consumido por una vida que habí­a sido marcada por el inconformismo y la independencia de criterio, parte de Washington D.C. para recorrer los lugares donde habí­a luchado durante la guerra civil, en tanto planea ir a México a unirse al ejército de Pancho Villa.

Old gringo (Gringo viejo)

Dicho y hecho. Poco después cruza la frontera con México, por entonces en plena revolución y en Ciudad Juárez se une a Pancho Villa. En Chihuahua su rastro se desvanece para siempre, en lo que constituye una de las desapariciones más sonadas y misteriosas de la historia de la literatura. Se sabe de una sangrienta batalla en Ojinaga a principios de 1914 y aunque existan distintas teorí­as, lo más probable es que muriese fusilado en medio de aquel barullo.

En 1985 el escritor mejicano Carlos Fuentes se inspiró en Bierce para escribir su famosa novela Gringo viejo, protagonizada luego en 1989 en la gran pantalla por Gregory Peck.

Fue Bierce un activo periodista y un gran escritor de cuentos, en la órbita de los tres grandes del relato fantástico y de terror: Poe, Lovecraft y Maupassant, aunque tampoco está de más recordar que por otro lado resulta más bien inclasificable, a no ser que pensemos en una subespecie compuesta por creadores sarcásticos que arremeten contra la necedad humana a la menor oportunidad.

Su pensamiento, con inteligencia y lucidez, lo abarcó casi todo y con personalidad devolvió a partir de ello una literatura particularmente corrosiva.

Bierce sabí­a que el mundo andaba torcido desde sus orí­genes e inventó un diccionario en el que las palabras tienen significados menos inocentes que el diccionario común. Así­ surgió el Diccionario del diablo, probablemente su obra más conocida. Un libro con brutales perlas de sabidurí­a que iremos desgranando un poco en posteriores entradas.

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