El diagnóstico del doctor

El Dr. George Fordyce (1736-1802) fue un prestigioso anatomista y quí­mico escocés que enseñó y ejerció en Londres. Dio clases de Quí­mica y práctica de la Medicina y fue una autoridad en enfermedades infecciosas. Se me olvidaba. También un gran admirador de los leones.

Al parecer sus estudios y observaciones le habían convencido de en el reino animal el león era el más sabio alimentándose, ya que ingerí­a una sola vez al dí­a pero lo hacia hasta la saciedad. Si el león, que obedece a la naturaleza infalible, come grandes cantidades del tirón ¿por qué no hacer nosotros lo mismo? (debió de pensar).

Dicho y hecho. Por espacio de unos veinte años el Dr. Fordyce siguió el régimen del león, reemplazando el agua por otros lí­quidos más contundentes. Cada dí­a a las cuatro de la tarde entraba en el restaurante londinense Dolly’s Chop House donde el cocinero, que ya lo conocí­a, le preparaba a la parrilla libra y media de carne (unos 680 gr.) amén de un asado de pollo o pescado no inferior a 500 gr. Entretanto el camarero le serví­a una buena jarra de cerveza fuerte, una botella de oporto y un cuarto de pinta de brandy.

Todo lo engullí­a nuestro amigo con alegre celeridad y una vez concluía la comida enfilaba hacia un café para soplarse un vaso de brandy con agua, luego a otro para tomar uno más y finalmente a un tercero donde culminaba la faena. Bien reconfortado regresaba a casa listo para tronar sus lecciones de Química.

A raí­z de estos hábitos debieron de ocurrirle toda suerte de anécdotas aunque sólo una ha llegado a nuestros dí­as.

Dicen que en una ocasión cuando el Dr. Fordyce atendí­a a una señora aquejada por una enfermedad misteriosa, encontró que era incapaz de tomarle el pulso de lo cargado que iba, por lo que murmuró entre dientes: «¡Qué borrachera, Dios mí­o, qué vergúenza!».

Para su sorpresa la mujer lloró silenciosamente y el Dr. Fordyce, después de prescribir un remedio, dejó el lugar como buenamente pudo. Al dí­a siguiente recibió un mensaje y un cheque. Su paciente le rogaba fuese lo más discreto posible al tiempo que le agradecí­a que hubiese sido el único médico capaz de adivinar su dolencia, ya que ella bebí­a en secreto.

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