Los invisibles os protegerán


El político y militar salvadoreño Maximiliano Hernández Martí­nez (1882-1966) dictador que gobernó despóticamente El Salvador entre 1931 y 1944, cargo al que accedió tras un golpe de Estado, vivía obsesionado con las ciencias ocultas y la reencarnación.

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De hecho se consideraba un brujo y hablaba de que unos «invisibles» le mantení­an en comunicación telepática con el presidente de los Estados Unidos. Decí­a también que el péndulo que llevaba colgado al cuello le indicaba si los alimentos estaban envenenados y dónde localizar tesoros escondidos por los piratas.

El levantamiento campesino de 1932 fue una insurrección sofocada bajo su mandato que acabó con la muerte de aproximadamente 25.000 indí­genas. Eso sí­, el Presidente tuvo el detalle de enviar cartas de pésame a los familiares de sus ví­ctimas. Tras la matanza, los cadáveres enterrados a poca profundidad sirvieron como foco de contaminación que propagó diversas enfermedades.

Prolongó su mandato, conocido coloquialmente como Martinato, por medio de elecciones en las que era el único candidato y también a través de decretos legislativos. Mandó destruir todos los periódicos, artí­culos o panfletos que le fueran contrarios.

Casado con Concepción Monteagudo, con quien tuvo nueve hijos, su relación familiar estuvo siempre supeditada a las creencias teosóficas. Cuando su hijo Maximiliano enfermó de apendicitis, Hernández Martínez se negó a que fuese tratado por médicos, puesto que él mismo lo trataría con «aguas azules». Cuando poco después falleció, el militar apeló a la resignación afirmando que los «médicos invisibles» no habían querido salvar al niño.

Después de la masacre del 32, Hernández Martí­nez se ocupó de llevar a todo el territorio diversas obras teatrales con el propósito de justificar la represión y suavizar el ambiente. Cuando en el paí­s se desató una peste de viruela, la solución presidencial consistió en forrar con papel azul las lámparas de las plazas confiando en que los «invisibles» salvarían a los vivos.

Entre otras cosas, estableció que todo aquel que solicitara educarse debí­a ser considerado comunista, negando especialmente el acceso a la educación a obreros y asalariados porque, en sus palabras, pronto dejarí­a de haber personas dispuestas a trabajar en tareas de limpieza.

Tras la modificación que introdujo en la ley de policí­a, la pena por hurto pasó a ser la amputación de una mano y el paredón de fusilamiento en caso de reincidencia.

Cuando el gobierno norteamericano quiso enviar 3.000 soldados para dar protección al Canal de Panamá el general salvadoreño se negó en redondo alegando que vendrí­a tropa de raza negra y por tanto se corrí­a el riesgo de que se reprodujesen en El Salvador llenado el país de niños de color.

Martí­nez mostraba, al igual que otros tiranos que han existido, una notable ternura por los animales. Según afirmaba:

«Es un crimen más grave matar a una hormiga que matar a un hombre, porque un hombre después de muerto se reencarna mientras que una hormiga está definitivamente muerta».

Antes de la Segunda Guerra Mundial, Maximiliano Martínez Hernández apoyó abiertamente el fascismo, de hecho su gobierno fue de los primeros en reconocer la dictadura de Franco en España. Sin embargo ante las presiones de Estados Unidos, principal comprador de café al país centroamericano, aceptó alinearse con los Aliados.

En 1943, el dictador intentó aumentar las tasas tributarias a las exportaciones para obtener mayores ingresos para el Estado, lo que rompió las buenas relaciones que mantenía con los grupos oligarcas. Un año después se rebelaron los militares tomando el control de los cuarteles, a lo que siguió una amplia rebelión civil además de una serie de huelgas que paralizaron el paí­s.

Durante la huelga no hubo producción alguna, por lo que aumentó la presión nacional e internacional hasta el punto de obligar al presidente a deponer su cargo.

Hernández Martí­nez huyó a Guatemala, pasando posteriormente a Estados Unidos y luego a Honduras donde se dedicó al cultivo de algodón. Allí tenía a su servicio como chofer a José Cipriano Morales, su hombre de confianza, quien en 1966 le exigió estando borracho su salario, que al parecer Hernández Martínez le adeudaba. Tras una acalorada discusión, Morales le asestó 19 puñaladas por la espalda, abandonó el cadáver en una bañera y robó lo que pudo. Posteriormente sería capturado en El Salvador

Repatriado posteriormente hacia su país, Maximiliano Hernández Martínez quedó sepultado en el Cementerio de Los Ilustres en una tumba sin nombre o dedicatoria alguna.

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